Dioses, diositos, diosas y diositas, los hubo y los hay por doquier. Estos seres invisibles se hallan dispersos por los diversos pueblos del orbe.
Antes, en el Antiguo Egipto; en la Mesopotamia; en la Grecia Antigua; en el Imperio Romano; en la China; en la India; en las Américas; en Australia…, y aún hoy, los encontramos prácticamente desperdigados por todos los países del mundo.
Religión: Conjunto de creencias acerca de la divinidad; culto que se tributa a la divinidad; profesión y observación de la doctrina religiosa. Así reza el diccionario.
¿Por qué este fenómeno que “tapiza” el Planeta?
A mí, por ejemplo, me dijeron desde niño, que el mundo ha sido creado por un dios, es decir, un ser supremo.
Por de pronto, mis dudas asomaron al compás de mis lecturas sobre ciencias como física química, astronomía, geología, biología, antropología, psicología y otras, que no creo, sean endemoniadas, y mucha filosofía (del griego: amor a la sabiduría).
Sin embargo he notado que es la ciencia experimental, la que se halla encuadrada dentro de la razón y no las posiciones filosóficas de cuño espiritualista (de espiritualismo: doctrina filosófica que reconoce la existencia de otros seres además de los materiales; y también: sistema filosófico que defiende la esencia espiritual y la inmortalidad del alma, y se contrapone al materialismo”. (Diccionario Enciclopédico Espasa Calpe), que entronca con una visión miope de la realidad del mundo además de aceptar una esencia espiritual que subyugó a los antiguos pensadores que nada entendían de protones, neutrones electrones y quarks. De modo que para explicar el fenómeno del psiquismo, no tuvieron otra opción que inventar un ente inexistente (valga el contrasentido, ya que el vocablo ente, implica existencia: el alma), y para huir de la fatal muerte como tránsito hacia la nada, idearon una existencia eterna de ultratumba.
También podemos añadir una zoológica comparación para explicar la religiosidad del hombre: en los loros la “loreidad”; en los elefantes la “elefantidad” (valgan estos extravagantes neologismo marca Vadas), también en el hombre existe la hominidad” (valga también este hominal neologismo).
Una de las manifestaciones de la “hominidad es, por razones de supervivencia, la religiosidad o creencia en lo que no existe Este factor de supervivencia, desde los tiempos más primitivos, salvó al género humano del naufragio existencial, del trágico suicidio ante situaciones límites de desmoralización total. Lo reitero, ante lo terrorífico de la idea de la muerte, el hombre inventó el alma inmortal.
La gente se aferra a cualquier ilusión y una de ellas es la religión.
Vamos a incursionar ahora en las principales religiones del mundo creadas por la rica fantasía humana.
En el Antiguo Egipto nace de la mente fantasiosa, quizás de algunos sacerdotes, un tal Osiris que simbolizaba al Sol naciente, hermano y marido de la diosa Isis y padre de Horus. A su vez Isis personificaba la fuerza fecundadora de la naturaleza, mientras que a Horus se lo representaba como un halcón, coronado por un disco solar. (Como vemos, la fantasía lo puede todo). A su vez, Atón convertido en objeto único de culto por el señor faraón Amenhotep IV (también conocido como Akenatón que quiere decir, servidor de Atón) representado por un disco solar, fue uno de los pocos dioses de una religión monoteísta, quizás anterior a la inventada por el famoso Moisés de los hebreos.
Los egipcios también adoraban a Amón, dios de Tebas, además de Seth, que representaba las tinieblas o la noche. Hator, madre del Sol y diosa de las artes cuyo símbolo era ¡la vaca!; a Ibis, ave sagrada considerada como la encarnación del dios Tot como personificación de la inteligencia divina, etc.
En Fenicia tenemos al dios Baal y a la diosa Astarté; en Babilonia a Marduk creador del hombre; en Asiria a Azur, un dios guerrero que casi abre camino al monoteísmo. Entre los persas e indos, tenemos al dios Mitra que simbolizaba la luz creada y la verdad, y era protector de los hombres. Su culto se extendió al mundo romano compitiendo seriamente con el naciente cristianismo a tal punto, que si no hubiese sido por el emperador romano Constantino I “El Grande” (Cayo Flavio Valerio), “el mundo” se hubiese vuelto mitriano en vez de cristiano. Su doctrina aceptaba a Ormuz o Ahura-Mazda como dios del bien, junto a Ahrimán, dios del mal.
Si pasamos ahora a la Grecia Antigua, nos encontramos con miríadas de deidades. Según Hesíodo, poeta griego, las divinidades secundarias pasaban de las 30.000 entre el pueblo heleno. ¿Exagerado? Quizás no si nos atenemos al mapa de dioses del mundo pasado y presente.
Podemos mencionar sólo algunos, por supuesto, de lo contrario este escrito se tornaría “kilométrico”.
Existen los dioses marinos, terrestres, campestres y aéreos. Entre los principales, podemos mencionar la Tierra (Deméter), el Sol (Febo) la luz (Zeus), la tempestad (Ares), la lluvia (Hermes), el mar (Poseidón), el fuego (Hefaistos), el cielo (Hera), la Luna (Artemisa); el relámpago (Atenea), etc.
Todo este despliegue de deidades mencionadas y muchísimas más, nos hablan a las claras del intento precientífico del hombre de dar una explicación del mundo y de los fenómenos naturales. (Véase del autor de esta nota: El origen de las creencias (Editorial Claridad, Buenos Aires), página 86).
En la legendaria India, nace la “trimurti” (trinidad índica) compuesta por tres dioses a saber: Brahma, el creador; Visnú, el conservador y Siva, el destructor. Y ya que estamos en la India podemos mencionar de pasada al legendario Krisna (con quién se compara a Jesucristo, y más de un estudioso ha arribado a la sorprendente conclusión de que el personaje Jesús de Nazaret, en su faz religiosa, ha sido fabricado con la leyenda de Krisna). (Véase de Ladislao Vadas: El cristianismo al descubierto (Editorial Reflexión, Buenos Aires, Tercera Parte, capítulo II).
Y si nos quedamos aún un poco más en la India, nos veremos cara a cara con un tal Sidharta Gautama, llamado el Buda (el iluminado). Príncipe indio fundador del budismo. Un predicador divinizado, cuyas imágenes son veneradas.
Si “viajamos” ahora a la milenaria China, nos encontraremos con el señor Tao: un Principio Absoluto del Universo y la razón de ser de todas las cosas, inventado por el filósofo chino Lao-Tse contemporáneo y adversario de Confucio, fundador del taoísmo.
Su doctrina tiene muchos puntos de contacto con la filosofía griega y la religión judaica. (Según una leyenda, su madre lo concibió de un rayo de luz y lo llevó ochenta y un años en su seno).
En el pueblo hebreo aparece un dios adoptado por el profeta Moisés, denominado Yahveh, mucho más tarde nombrado Jehová; una deidad cruel y despiadada al principio; puro amor por sus criaturas después, según consta en el Antiguo Testamento de los israelitas.
Mas tarde, en el seno del mismo pueblo, aparece un tal Jesús de Nazaret, quien se proclama hijo de Yahveh, para originar luego la doctrina de los tres dioses, a saber: Jehová, Jesucristo y un Espíritu Santo; que se traduce en dios Padre, un dios Hijo y un dios Espíritu Santo, y que según el dogma cristiano, son tres personas distintas pero “un solo dios”. Esto en un intríngulis que ni el más ducho es capaz de entender.
Más tarde en Arabia, aparece Mahoma. Nacido en la Meca en el año 570 y muerto en Medina en el año 632 quien funda el Islam, dogma monoteísta que reconoce a Alá como único dios, sin complicaciones racionales como las del cristianismo.
Pasando ahora especialmente a las Américas pobladas hace muchísimo tiempo por una raza distinta a la europea, asiática africana y oceánica, también podemos hallar allí miríadas de dioses, diosas y diositos. En los pueblos andinos podemos hallar a la Pachamama como la madre Tierra y diosa de la fecundidad. Entre los antiguos peruanos nos vemos cara a cara con el dios masculino Inti (el Sol); la Mamaquilla (diosa Luna), por supuesto esposa del Sol; Viracocha que parece haber sido un héroe cultural que enseño al pueblo como vivir; quizás un personaje de carne y hueso, luego divinizado. (Véase al respecto: Alden Mason: Las antiguas culturas de México, pág. 191 y sigs.).
También entre los Aztecas la naturaleza inspiró la creación de dioses y diosas por doquier: Tonatiuh lo era del Sol; Quetzalcoatl, “la serpiente emplumada” era un dios de la civilización y el planeta Venus, del sacerdocio y de la sabiduría; Tlaloc era el dios de la lluvia… y ¡la mar de divinidades!
Entre los mayas tenemos al dios Kukulkán (posible dios de los vientos); a Xamán Ek (dios de la estrella polar); a Itzmaná (señor de los vientos); Chaac (dios de la lluvia); la diosa Ixchel de las inundaciones y la preñez; a la diosa del suicidio Istab… y miríadas de otras deidades.
Y así podríamos continuar ad infinitud, nombrando “seres”, productos netos de la rica imaginación humana junto con los personajes reales mitificados.
A propósito de esto último, podemos analizar la religión que nos rodea en Occidente. Me refiero particularmente ahora al cristianismo, como una curiosidad antropológica.
¿Por qué precisamente esta religión y no otra? Porque es la mayoritaria en este Occidente llamado cristiano, que abarca el continente europeo, y sus áreas de influencia, como las Américas.
Los cristianos representan hoy unos mil quinientos millones de fieles es decir, un 25 % de la población global calculada en aproximadamente algo más de seis mil millones, y algunos pensadores, filósofos del pasado y del presente, hasta han creado una “ciencia de dios” o “ciencia sobre un dios” denominada Teología que, si aplicamos a fondo la razón, esta posición resulta ser vacua, pues jamás de los jamases puede considerarse como una ciencia lo que ha inventado la fantasía humana para explicar el mundo, la vida y el hombre en este complejo planeta denominado Tierra. Por el contrario, en todo caso, se trata de una pseudociencia más “del montón” de las que campean en todos los pueblos del orbe.
Según mi modo de ver, como ex católico, apostólico, romano, ahora ateo, la explicación de la creación de todos los dioses del mundo, consiste en una especie de tabla de salvación ante los embates de la vida. Una vida traicionera que nos trae “cositas” tales como injusticias por doquier, enfermedades incurables, pestes, epidemias y pandemias…; rayos mortíferos que quemaban sin piedad a grandes y niños hasta tanto no fue inventado el pararrayos. (Ironías aparte: ¿inspirado tardíamente por un dios chapucero que inventó los rayos mortíferos?).
Y como si esto fuera poco, durante el desarrollo de la humanidad a nivel planetario aparecen sin piedad de por medio, las hambrunas, pestes, epidemias, pandemias, locuras, accidentes… hasta qué un Jehová se percató de que dentro de sus alcances podía hacer que el hombre inventara el pararayos, las vacunas, los antibióticos… y un largo etcétera.
Como colofón de este artículo, ¿qué puedo aconsejar ante todo este complejo panorama de corte espiritual (para mí mental)? Simplemente portarse bien por el bien mismo, y no con el fin de merecer un paraíso. Esto es lo que aconsejo por ser lo más ético, lógico, amoroso… fundamental. ¡Así sea!
Ladislao Vadas