Mucho se ha hablado y se habla de la sacrosanta y bendita ecología, como si se tratara de un sabio sistema, ideado y llevado a la práctica por algún infalible artífice o demiurgo (especie de dios creador y ordenador del mundo en la filosofía de los platónicos y alejandrinos; y también: alma universal, principio activo del mundo, según los gnósticos).
También se denomina equilibrio biológico, a la relación existente entre todos los seres vivientes de nuestro planeta, como si se tratara de un superorganismo compuesto de vegetales y animales, en correlación con el medio ambiente.
A esta suerte de “dios naturaleza”, se lo considera inviolable. Si se rompe dicho equilibrio en uno u otro punto, se dice, entonces las consecuencias en cadena pueden ser catastróficas para la flora y la fauna, incluido en este último evento el hombre, que es un animal más.
Este endiosamiento de la naturaleza, parte tan sólo de un espejismo, de una visión miope de la realidad.
¿Preguntas? ¡A borbotones!
Hablando ahora de CREACIÓN; ¿Todo ha sido útil?
A su vez pregunto: ¿Para qué diablos sirven los parásitos? Gusanos como la triquina, el oxiuro, la duela hepática las tenias y además los hongos y otros vegetales que viven a expensas de los árboles; también los piojos, pulgas, garrapatas, el arador de la sarna, chinches, vinchucas, larvas de moscas y moscardones, mosquitos, tábanos, jejenes, sanguijuelas, vampiros… bacterias, virus patógenos, protozoarios, hongos minúsculos y oros seres microscópicos que complican la existencia de vegetales y animales, entre estos últimos al hombre, y ¡vegetales que parasitan a otros vegetales!
Dejemos de lado a aquellos parásitos que no causan daño; hagamos hincapié en los patógenos, y veremos que el mundo biológico es un gran reservorio de obstáculos para su supervivencia.
Si me dicen que todo esto es una cierta sabia disposición de la naturaleza, entonces para aceptarlo debiera ser coronado como un Napoleón Bonaparte u orate sin atenuantes.
Ahora bien, por otra parte, podemos estar absolutamente seguros de que el sistema ecológico no es ninguna “entidad” estable. Por el contrario, se trata de un proceso dinámico que se traduce en ciegos cambios constantes desde miles de milenio. Hubo y hay infinidad de especies vivientes que se extinguieron en el pasado y que se están extinguiendo en el presente, reemplazadas a su vez por otras nuevas con destino incierto.
Este es el verdadero panorama del mecanismo aleatorio que existió desde siempre en la vida planetaria y persiste en la actualidad.
El hombre, inserto en este despiadado sistema, tampoco será en el futuro como es ahora; con el agravante de que las perspectivas son muy podo alentadoras. Lleno de achaques hereditarios, paliados apenas por la medicina, degenerará repleto de nuevos problemas de salud.
¿Cuándo terminará este “Apocalipsis” que nos pinta el autor?, se interrogará más de un lector. Mas yo respondo: todo es cuestión de paciencia. Es necesario esperar el final de este apocalíptico artículo.
Sabemos que el “equilibrio” ecológico es fluctuante. Siempre lo fue, por turno, según así lo demuestra la ciencia paleontológica.
Debo aclarar de pasada, que no estoy en contra de los ecologistas que se preocupan por la tala de árboles y otros vegetales que se constituyen, junto con el plancton de los océanos, en pulmones del planeta y otras cosas santas. Tampoco a favor de la contaminación atmosférica con los desechos de la era de la industrialización, como el dióxido de carbono, residuo de las combustiones que produce recalentamiento planetario, y los compuestos químicos que dañan la protector capa de ozono, ni de la contaminación de arroyos, ríos, lagos, mares, océanos, suelos, etc.
Por el contrario soy consciente de que el hombre con su negligencia y poblamiento global descontrolado, está destruyendo implacablemente el sistema ecológico, es decir, su hogar planetario.
Mi intención aquí no es denigrar a la ecología en su faz de sistema armónico que concierne a la vida, sino esclarecer la cuestión en el sentido de poner de manifiesto el eterno dualismo del bien y el mal, en este caso, existente en la biogenia (historia del desarrollo de los seres vivos en el más amplio sentido, que abarca a la ontogenia (desarrollo individual) y la filogenia: (desarrollo de la especie o la raza).
Los parásito y todos los agentes patógenos, no pueden ser considerados como dones de la naturaleza, que, lejos de constituirse en sabia (como lo creen algunos), es una mezcolanza del bien y el mal que parecen luchar perennemente para lograr triunfalmente la preciada (o a veces inconsciente) supervivencia.
Es de señalar que, a lo largo de los evos geológicos el equilibrio biológico ha sufrido fluctuaciones constantes, por cuanto el sistema ecológico actual, no constituye un final, un corolario de la larga evolución (creación para los creyentes) de los seres vivientes, sino tan sólo un momento de transición, un episodio pasajero que dará lugar a otras formas vivientes o… ¡a la aterradora destrucción total de la vida planetaria obrada por su máximo exponente en inteligencia, maldad y desatino: el Homo sapiens!
Ahora bien si acudimos a la teología como presunta ciencia acerca de un cierto ente creador y gobernador del universo entero, pronto no daremos cuenta, aplicando un criterio racional, que nos hallamos frente a una mera pseudociencia alejada años luz de las realidades que nos obsequia la Ciencia Experimental, en especial en los ámbitos astronómico, geológico, biológico, antropológico y psíquico.
Ladislao Vadas