El martes 11 de enero, la señal de cable Hallmark emitió el filme 11 de septiembre: tiempo de crisis, donde el héroe principal es, como no podía ser de otra manera, el reelecto presidente George Walker Bush. Pero esto no es lo más central, dada la cantidad de perlitas que el observador avezado no puede dejar de vislumbrar transcurridos los primeros minutos. En la escena inicial se muestra una reunión –acontecida en la misma mañana del 11 de septiembre de 2001- entre Donald Rumfeld, un halcón harto conocido, con algunos integrantes del Congreso. El motivo de la misma era la solicitud de la Casa Blanca de aumentar el presupuesto de Defensa, pedido que la mayoría demócrata del Legislativo juzgaba improcedente. Viendo Rumfeld que estos se mantenían en una cerrada negativa, apeló al patriotismo y a una eventual (y hasta ese momento fantasmal) amenaza terrorista, proveniente quizá de Irán, Irak, Siria o Afganistán. Más concretamente, percibiendo que sus interlocutores tenían toda su atención, aludió a que existía una amenaza concreta sobre territorio estadounidense, pero no podía precisar qué y dónde. Se refirió a algún tipo de ataque no convencional, a lo que los oyentes pusieron rostro de asombro y alarma pues no acertaban a comprender si existía algún indicio de esto o no. Minutos después, casualidad permanente o no, un mensajero traía al recinto la infausta noticia del primer ataque al World Trade Center.
¿El secretario de Defensa sabía algo antes de que ocurriera la tragedia, o estaba meramente trazando arabescos dialécticos en el aire?. A juzgar el comportamiento posterior de la administración republicana en sucesos recientes, inexistentes armas de destrucción masivas mediante, es harto probable que afirmativamente Rumsfeld poseyera abundante información de inteligencia como para que la operación demolición siguiera su curso. Pues de seguro, sus detentadores en realidad no fueron los mentados sauditas suicidas, sino -como en el atentado de abril de 1996 en Oklahoma- integrantes de las milicias ultraderechistas estadounidenses.
Pero lo central de este relato, no es la conspiración montada para permitirle al belicista ex gobernador texano lanzarse a las Cruzadas, sino la manipulación informativa durante y luego de la caída de las Torres Gemelas, y sus imitadores en estas playas argentinas.
Encuadrando cerebros
George Walker Bush sabía perfectamente que sin el control absoluto de los medios de información, su suerte en la futura guerrita contra el Islam pagano no duraba ni una semana. Imitando a Goebbels, impuso un control férreo sobre los medios apelando a un cerrado patriotismo ultramontano. Basándose en una relectura integrista de la Biblia, sentó muy en claro que quienes no lo acompañaban dentro de la comunidad de prensa en su misión, sencillamente se ponían automáticamente en la vereda de enfrente.
De esta forma tajante, los contadores de historias quedarían reducidos a unos simples propaladores de consignas patrioteras para insuflar los espíritus y caldear los ánimos.
Desde la asunción de Néstor Kirchner en 2003, algo semejante campea sobre las cabezas de la corporación mediática nacional. Anteriormente elogiada a nivel mundial por su capacidad investigativa, la prensa argentina resolvió comerse el plato de lentejas que se le tendía desde la Rosada. Así, la realidad se trocó en un cuento de hadas donde la pareja presidencial luchaba a capa y espada contra el dragón del FMI, se erigía ante los nostálgicos setentistas como los garantes nacionales de los derechos humanos, le devolvían la dignidad perdida a la gran masa laburante y desocupada, y se proclamaba hijos de las Madres de Plaza y nieto de las Abuelas de Plaza de Mayo.
También, inundaron de buenas noticias cotidianamente la tapa de los matutinos, y en los informativos televisivos hasta China ofrecía al país comprar parte de su deuda externa porque de súbito los santacruceños gobernantes les parecían simpáticos. ¿Se la creyeron que los pingüinos son unos pájaros agradables?.
Toda esta parafernalia idiotizante se derrumbó en la noche atroz del jueves 30 de diciembre, cuando casi 200 jóvenes perecieron en el osario de la discoteca trucha. Bastaron tanto fuego y humo para que gran parte de la prensa estallara de indignación, ante la patética imagen de un presidente ausente en el veraneo santacruceño. Por eso, tuvo mucho de autista cuando, a su regreso a la Capital Federal, Kirchner la emprendiera contra las odiadas plumas amarillas que lo tienen a maltraer. De nada le sirvió rayarse en cámara contra aquella muestra díscola, pues el recurso de pegarle al mensajero cuando cunden las malas noticias es más añejo que la misma injusticia.
Pues si el periodismo es la primera versión de la historia, los trabajadores de prensa son testigos y voceros de su época. En la cual, se entrecruzan historias grotescas, alucinantes y terribles, que merecen ser contadas pues de lo contrario el pueblo no sabría de qué se trata. Así lo entendía muy bien José Hernández, cuando hizo decir a su Martín Fierro estas palabras dignas del bronce:
“Es la memoria un gran don,
Calidá muy meritoria.
Y aquellos que en esta historia
Sospechen que les doy palo,
Sepan que olvidar lo malo
También es buena memoria.
Más naides se crea ofendido,
Pues a ninguno incomodo,
Y si canto de este modo
Por encontrarlo oportuno
No es para mal de ninguno
Sino para bien de todos.
Fernando Paolella