Si bien el Gobierno sigue insistiendo en que el modelo kirchnerista goza de buena salud y los argentinos somos cada vez más libres al pagar la deuda, la realidad es que el modelo está haciendo agua por todos lados. Pidiendo disculpas a mis amigos keynesianos, diría que hoy se empieza a pagar el costo del keynesianismo aplicado desde 2002, aunque, a decir verdad, si Keynes estuviera vivo, dudo que aprobara las barbaridades económicas que se han llegado a hacer.
¿En qué consistió el famoso modelo desde 2002 hasta la fecha? Cuando en ese año, Eduardo Duhalde salió torpemente de la convertibilidad, la economía argentina estaba prácticamente paralizada. La utilización de la capacidad instalada del sector industrial en enero de 2002 era del 48,2% (lo que quiere decir, en forma simple, que si el sector industrial en su conjunto podía producir 100 unidades, sólo estaba produciendo 48,2). Obviamente que ése era el promedio, ya que había sectores como la industria automotriz que utilizaba solo el 6,8% de su capacidad de producción, mientras que la industria textil estaba en el 26,5% y así podríamos seguir con el resto de los sectores.
Con un dólar caro inicialmente y salarios en dólares muy bajos, la sustitución de importaciones se produjo en forma inmediata. Al mismo tiempo, el Gobierno, luego de la confiscación de los depósitos, podía emitir moneda a un ritmo del 45% anual sin caer en la hiperinflación ya que la oferta de bienes podía crecer rápidamente con solo pasarle el plumero a las máquinas que estaban paradas y poniendo un poco de capital de trabajo para comprar insumos y contratar mano de obra. Cabe agregar que justo a mediados de 2002 comenzó a subir la soja, lo cual fue un alivio para la economía porque en ese momento empezó el viento de cola. Digamos que Fernando de la Rúa tuvo la desgracia de que el viento de cola empezara 6 meses después de su caída o, mejor dicho, de que lo cayeran.
Adicionalmente, al pesificarse los depósitos y canjearlos por bonos, se evitó la hiperinflación. Recuerde el lector que en esos años los jueces emitían los amparos y la gente iba a los bancos a retirar sus dólares o los pesos para poder comprar los dólares con la orden judicial. Los bancos necesitaban pesos para hacer pagos en ventanilla y el Banco Central emitía a marcha forzada para abastecerlos de pesos. En enero de 2002, los redescuentos a los bancos (emisión monetaria para financiar al sistema financiero) eran de $ 3.750 millones y al finalizar el año el stock de redescuentos llegaba a $ 17.400 millones, es decir, la emisión para financiar el retiro de depósitos por amparos se multiplicó por 4,6. No caímos en la hiperinflación y el dólar no llegó a $ 7 o $ 8 en ese momento porque se frenó la emisión por los famosos BODEN que finalmente se utilizaron para pagar el corralón.
Ahora bien, superado el tema del corralón de Duhalde y la pesificación, hubo margen para emitir sin tener gran impacto inflacionario gracias a la alta capacidad ociosa de la economía (si es que existe tal cosa), la alta tasa de desocupación y los bajos salarios que permitieron contratar más gente y poner en funcionamiento el sistema productivo.
Sin embargo, lo que pudo ser utilizado como algo transitorio —aunque yo no lo comparta— fue convertido por los Kirchner en política de largo plazo. Creyeron que podían emitir indefinidamente sin tener problemas inflacionarios. Pero la inflación no sólo finalmente llegó, sino que la emisión indiscriminada licuó el tipo de cambio real alto que les había dejado Duhalde. Si el dólar de $ 1,4 con que se salió de la convertibilidad se hubiese indexado por la inflación verdadera, hoy tendría que estar en $ 7,16, incluso restando la inflación de EE.UU.
El Gobierno se engolosinó con la emisión monetaria al punto tal que multiplicó por 9 la cantidad de pesos en circulación. En efecto, en mayo de 2003 había 20.727 millones de pesos en circulación. Al momento de redactar esta nota, hay 194.235 millones. Y la diferencia con el 2002 es que ahora la capacidad de producción no crece porque la inversión no aumenta. Con más pesos en circulación y menos bienes ofrecidos por la caída de la actividad y por el cierre de la economía, es obvio que los precios tienen que dispararse.
Durante varios años, el Gobierno emitía —básicamente— para comprar dólares. Ahora emite para comprar los dólares que los exportadores están obligados a liquidar y para financiar el déficit fiscal. Por eso la tasa de emisión monetaria sigue estando en el orden del 35% anual, pero la oferta de bienes y servicios no crece a ese ritmo y la inflación se agudiza.
Mientras el Banco Central sigue generando inflación, el tipo de cambio real continúa cayendo (lo que quiere decir que Argentina es cada vez más cara en dólares). Salvo la soja, la mayoría de los sectores exportadores ven que les suben los costos en dólares mientras los pesos que reciben por cada dólar exportado cada vez les alcanzan menos para hacer frente a los costos que les suben permanentemente. Por eso vuelven los pedidos devaluacionistas, algo que el Gobierno no puede encarar tan fácilmente (lo explicaré próximamente en otro documento de trabajo sobre el dilema cambiario en que se metió el Gobierno).
¿Con qué situación se encuentra entonces hoy el kirchnerismo? Tiene problemas cambiarios y le faltan reservas, por eso nadie puede comprar dólares y las restricciones al respecto son cada vez más fuertes. Por ejemplo, si usted ya compró dólares una vez para viajar, no puede volver a comprar para viajar en el mismo año. Aquí puede verse cómo la falta de libertad económica limita los derechos civiles de los habitantes.
Volvamos: el Gobierno tiene y seguirá teniendo problemas en el sector externo, al punto que el freno a las importaciones le impactó en el nivel de actividad. Además, la emisión monetaria ya no le reactiva la economía al estilo keynesiano como en 2002, sino que le genera más inflación y caída del tipo de cambio real. Para colmo, ahora tiene que financiar el déficit fiscal con la maquinita, lo que genera aún más inflación. Es decir, entra en recesión con inflación.
¿Y por qué el Gobierno tiene déficit fiscal? Porque su política populista lo llevó a aumentar el gasto público hasta niveles insostenibles y ahora no quiere hacerse cargo del costo político de bajarlo. ¿Qué está intentando? Transferirles a las provincias el costo político del ajuste. El riesgo que corre es que se le arme otra liga de gobernadores y le compliquen políticamente la cancha. ¿Por qué seguir subordinándose a los caprichos del poder central si no mandan un peso?
Con el gasto público desbordado, un déficit fiscal que se acentúa porque la recaudación crece cada vez menos por la recesión, el tipo de cambio real deteriorado por la política inflacionaria, sin acceso al crédito internacional, sin inversiones y el consumo que se contrae, el Gobierno no tiene salida reactivadora de corto plazo.
En el medio de todo esto, los Kirchner destruyeron el sistema energético, la actividad ganadera, la industria frigorífica, los ahorros que teníamos en las AFJP y la infraestructura en transporte, al mismo tiempo que vaciaron al Banco Central y lo dejaron con un patrimonio neto negativo.
El modelo populista está agotado. El problema es que el kirchnerismo es una cuadrilla de demolición que parece no querer detenerse hasta no dejar el país hecho cenizas.
Roberto Cachanosky
Economía para Todos