El relato necesita, ineluctablemente, de la “re-re” de Cristina Kirchner. En consecuencia, está pendiente de destrucción política las figuras alternativas: Mauricio Macri, Daniel Scioli, José Manuel De
El problema del subte porteño es solo un jalón más en la batalla del relato, del proyecto político cristinista. El “ir por todo” que ayer consistía en aplastar a Córdoba al no girarle sus fondos coparticipables, la miseria de coparticipación que le toca (había que pagarle los Boden —en dólares— a Hugo Chávez y los grandes bancos) antes de ayer consistió en no pagarle a los municipales, maestros y los “pata negra” bonaerenses ,y de paso, esmerilar al felpudo bonaerense, hoy, es limar al inocuo Macri, y mañana quizá si no hace los deberes, la guadaña caerá sobre Binner, o sobre cualquiera que no se arrodille convenientemente delante de
El subte, su problema, se soluciona en 10 minutos. Es un paro ilegal. Los “metro-troscos” no representan a nadie, o sí, a 300 tipos, pero no representan a los 3 millones de porteños y a los 4 millones de visitantes bonaerenses que a diario concurren a la capital donde “atiende Dios”.
Cuando el “Moyano bueno” cortaba la salida de los diarios Clarín y
El problema real es la representación política y cuáles intereses se defienden, a quienes, y con qué mandato; que evidentemente no es el popular, sino, el interés de una clase parasitaria, mínima desde el número, y que ejerce una verdadera dictadura legitimada desde el voto “refrendatario” (léase: “voto y me desentiendo de lo que ocurra, no puedo hacer nada al respecto”).
A esta dictadura posmoderna se la ha denominado “poder oligárquico de la representación partidaria”, ya que responde a las minorías selectas (multis, bancos, empresarios amigos y punteros territoriales) y “de la representación partidaria” porque se ha instituido en una especie de patriciado berreta de cabotaje, vía legal en la legitimación, y políticamente aceptada por consenso en el imaginario colectivo actual (legitimidad psicológica) Su modus operandi es la parodia electoral.
El terror colectivo a las dictaduras militares han generado una especie de tara popular, el temor a los militares que, hoy por hoy, ya no existe, y le ha generado un condicionante colectivo que le impide proponerse nuevas formas democráticas de representación diferente a tolerar a estas lacras “patricias”.
Dicha minoría, o grupúsculo, una careta pintada sin contenido alguno “los partidos políticos”, una parodia de los que fueron los partidos de masa argentinos, han secuestrado aquella imagen (hoy ficción) y han convencido a todos que ellos son los representantes naturales entre los cuales el pueblo debe elegir, de manera cerrada. Ha secuestrado la democracia, la representación, dicho grupúsculo, ante dicha violencia del 0,001% de la población, y la pasividad mayoritaria del resto.
Los argentinos, y los porteños más, tenemos la impronta cultural de preocuparnos y ocuparnos de las cosas cuando los temas nos explotan en la cara. Cuando nos quedamos varados en
Estamos quemados, agobiados, anulados por la catarata de problemas, reales, relatados, o provocados adrede. No podemos discernir entre lo esencial, lo superfluo o lo inventado como preocupación.
Estamos como el consumidor que va a consumir “ese” producto publicitado que no necesita, y que como duda de ello le pregunta al vendedor: “¿Es bueno esto”?, y siempre recibe la misma respuesta de molde del comerciante: “¡Cómo no, yo lo uso!”.
No descubrimos nada, pero tampoco nos damos cuenta de que es así, aunque lo discutamos.
El poder, tecnocratizado a lo largo de años de construcción de la sociedad, ayer industrial hoy “posmo”, nos propala la necesidad imperativa de que tenemos que preocuparnos sobre los temas del momento: derechos igualitarios, cambio de sexo, la muerte digna, el aborto, el alquiler de vientre, la libre portación de drogas peligrosas. Lo hace desde la aplanadora de medios, desde el lenguaje, desde la instrucción (pública y privada) desde la conscripción de infantes militantes. Los temas, siguen explotando en la cara de las personas, mientras el poder, tecnocrático, sigue empeñado en enseñarnos la agenda concreta y correcta de las minorías.
Las “mayorías”
Desde tiempos en los cuales la construcción del discurso oficial y del consenso forzoso es el de las minorías, léase desde que se difunden las ideas de ilusión de los aparatos modernos de represión del siglo XX, a través de una construcción psicológica de la realidad, léase desde Foucault y Gramsci, el poder ha encontrado, intelectivamente, que los estados no son ya más compelidos a buscar la legitimidad de las masas. Ya no es necesario. El contractualismo, si alguna vez existió, ha muerto. Las masas duermen, o, hay que dormirlas. La legitimidad política (o falsedad democrático-partidocrática) consiste en lograr que, en un punto bidimensional (solo un día, un instante) un porcentaje maleable de la población se exprese en alguna forma predeterminada, con el fin de legitimar el aparato de dominación al que llamamos “Estado”. En concreto, un día, cada cuatro años, durante 10 hs de un domingo, se pone una caja de cartón, y, si logramos que el 28% o 30% de los adultos de entre
Ahora bien, ¿por qué las minorías son decisivas? La respuesta es muy fácil, no hay manera de asegurar el gerenciamiento gendarme de la factoría (país) con participación de las masas, porque estas ya no están dispuestas a sacrificarse a cambio de simples bienes insustanciales (morales) no existe ni modo, ni interés en lograr la “satisfacción” de dichas mayorías.
Las masas, agobiadas por la multiplicación artificiosa de “sus” supuesto problemas y sus supuestas necesidades (construidas desde el poder) y también por la exponenciación de horas de trabajo (8 horas es un eufemismo) está muy ocupada en trabajar y sobrevivir; no tiene tiempo para excentricidades como “militar”, algo perimido en los años 70, puestos que hoy dicha “tarea militante” ocupan otros señores, señoras, jóvenes y niños que luchan por la causa del poder.
En consecuencia, como la insatisfacción de las mayorías es inevitable, y su participación en beneficio del poder es inconvocable, es menester procurarse la militancia de las minorías (de sexo, de estamento, de intereses).
Así, como en la antigua Roma, la verdadera “Comitia” es la decisión de la puja de los intereses, siendo las masas anónimas manipuladas o usadas no ya para co-gobernar con una elite oligárquica —dichos intereses— sino, para que refrenden un poder que está en su contra, aunque no se den cuenta.
El mayor logro del poder oligárquico de la representación partidaria es haber convencido a las mayorías de su poder cuando en realidad, son micro-grupúsculos de 200 o 300 personas, que apenas pueden congregarse sostenidos de la mano de las escasas fuerzas militantes rentadas (léase, punteros mercenarios que arrastran 50 ó 100) y que periódicamente les sirven para demostrar su supuesta fuerza.
Y sí, hoy la “participación popular” se da de continuo con las minorías (conducidas por la oligarquía partidocrática de la representación legal), hemos llegado a la paradoja de ser gobernados por las minorías, refrendadas cuatri-anualmente por una especie de “mayoría” disfrazada de sistema electoral bastante imperfecto, en donde quien no vota o lo hace negativamente, no es escrutado.
¿Igualdad o igualitarismo?
Así, el igualitarismo consiste en haber convencido a la mayoría que sus problemas son los mismos problemas de las minorías. Recordad que dichas minorías (hoy) son la vanguardia de la agenda política, los iluminatis periféricos. La oligarquía política de la representación legal es sostenida por los neo-legionarios de las ex minorías marginadas, que hacen el trabajo sucio (léase “militante”) por ellos, mientras ellos siguen cómodos y seguros en sus pisos de Puerto Madero, u otros lugares bien custodiados de las urbes.
¿Contra quiénes luchan los neo legionarios marginales? Por supuesto, contra los burgueses (trabajador, comerciantes, productores, “agrogarcas”, etc.) somos todos “otros”, los que, desde nuestra inarticulación individual, nos resistimos a ser sometidos por las minorías ideológicas, y en especial nos resistimos a ser proletarizados en beneficio de las minorías igualitarias y las micro-minorías del poder oligárquico de la representación partidaria, que nos obligan a la manutención de su ocio. Ese atomismo, esa guerra sórdida, construye solo el discurso, o sea, el relato y los manuales y nueva doctrina, que los militantes deben difundir como su biblia.
Así, vemos cómo la mayor parte de los proyectos de los congresales argentinos están dirigidos a problemas minoritarios, mientras las masas trabajadoras han sido marginadas no solo de las representaciones parlamentarias, sino, de la ubicación central en la vida pública.
Qué menos decir de la vida cultural y barrial, abanderada del “que se vayan todos” primera víctima del poder oligárquico partidocrático de la representación legal, la cual va siendo arrinconada y adocenada por la eliminación sistemática de toda horizontalidad de las decisiones (hay cuatro personajes que deciden hasta el último consejero barrial del pueblo de perico, o Tierra del fuego) anulando todo intento político o social no clientelar. Se ha aplastado la cultura de base, del interior del país, y de los barrios de las grandes urbes.
Ni qué hablar de la estratificación social, la cual de manera muy hipócrita se hace gala barroca en todo discurso, pero los que peinamos más de cien canas, vemos que en 25 o 30 años se fue recreado una partición brutal de clases, no solo territorial (la más evidente) sino en la vida misma. Hoy tenemos la escuela para el rico, la escuela del pobre, lo mismo el hospital, el club del rico, el club del pobre, el barrio del pobre, el country del rico, la seguridad para los ricos, y la inseguridad para los pobres (o “burgueses” en el léxico de camporista). Centros comerciales para una minoría de personas tan pequeña que debería avergonzar al resto, el fomento de los shoppings y el consumismo brutal y enfermizo. Hasta el espectáculo de clase se fomenta sin ningún control y se lo aplaude (se autorizan algunos cuyas entradas oscilan la friolera de $5.000 pesos la entrada, cifra superior al salario promedio de un trabajador promedio).
Los cuatro jinetes del apocalipsis
El juego, la usura, la prostitución y la inseguridad son los cuatro jinetes del apocalipsis de la ideología pos moderna, las mejores armas de la posmodernidad, ideología de la representación de las minorías, a través del ya mencionado poder oligárquico de la representación partidaria.
El juego, haciendo estragos en las clases más populares, carcomiéndola a través de la falsa esperanza, operando de a peso sobre los magros ingresos alimentarios del trabajador o el marginal.
La usura, brutal, incontrolada, y despiadada, fomentada desde las cajas de crédito que fueron autorizadas en 2003 (que raro, cuando llegó cierto sureño estrábico al poder) que se abusa de la insolvencia de los más pobres marginados del sistema de crédito bancario tradición caen en estos buitres inmorales, empeñando y destrozándolos.
La prostitución, manipulada desde los medios masivos de comunicación, con sus secuelas patéticas de trata de persona, esclavitud, tráfico. La prostitución también funciona como controladora de las familias a través del miedo de perder a sus hijos, cooptados por estas mafias.
La inseguridad, medio de control social por antonomasia. Ye derrotado, el hombre promedio es sometido a la inseguridad. A través de este medio el poder le recuerda cada día que no puede exceder cierto nivel de protesta o de libertado, porque será castigado de uno u otro modo. Este castigo puede ser real, o figurado a través de la ejemplificación, los medios de comunicación se encargan de mostrar como a tal o cual persona porque “habló mucho”, “sabía y se metió demasiado”, o “le quemaron la casa por denunciar” o “le inventaron un causa para encarcelarlo”. Se le recuerda constantemente “que no se pase de la raya…”
No vemos que ninguna minoría (militancia) hable de estos temas, sino, que su debate está escrito en Barcelona, en Londres y en
Corolario
Hace 29 años, en diciembre de 1983, no llegaba la democracia, solo se descongelaba del todo la vida política y los pactos partidarios de entonces hablaban de temas muy diferentes, partidos políticos que aparecen hoy como una mueca grotesca de aquel entonces, un fracaso rotundo de todo lo propuesto entonces, los partidos supuestamente populares el PJ y
Hoy, las minorías, los grupos trasnacionales y los empresarios amigos, manejan un estado que se apropió el 47% del PBI, sin terminar con la pobreza siquiera, y les dice a las empresas cuánto deben ganar, cuándo repartir dividendos y cuánto tienen que invertir, han anulado la alternancia política y secuestrado el pensamiento, a través del multimedios oficialista K. Han creado una especie de “Ministerio de
Así estamos. No va a ser nada fácil volver a vivir en una república.
José Terenzio