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El chancho rengo

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LA INTERMINABLE DESIDIA POLÍTICA
LA INTERMINABLE DESIDIA POLÍTICA

    Tradicionalmente, en estas playas hacerse el chancho rengo es efectuar la del otario. Hacerse el gil, en buen romance. En este sitio se reflotó una nota de Mario Wainfield aparecida en la extinta revista-libro Unidos, de octubre de 1986, donde desde su interesante título –Bienaventurados los giles- se intentaba dilucidar la trama política argentina de entonces. Por ser varios de sus conceptos altamente actuales, se volverá sobre el particular porque no tiene ningún desperdicio. Pues lo añejo, si es bueno, es doblemente óptimo cuando calza como un guante para analizar la realidad circundante.

 

   “En la antigua Grecia fue la filosofía, en la actual Argentina la sociología electoral es la madre de las ciencias. La política es el arte de conseguir votos; no tiene “para qués”. No importan los contenidos ni los fines. La sociedad (expresión que en la práctica se utiliza para hablar de los sectores medios) impone sus gustos que copia de GENTE o de DINASTIA. Los políticos no cuestionan el letargo cultural argentino. Están muy atareados eligiendo el color de sus corbatas, maquillándose o ensayando hablar sin decir nada. Acatan una estética idiota que hubiera defenestrado a John William Cooke o lo hubiera obligado, en sincero esfuerzo militante, a bajar veinte kilos”. Si bien ahora sería Gente o Caras, es muy gracioso imaginarse al inteligente Cooke en el Congreso actual, o en la Legislatura porteña escuchando al cara de goma Aníbal Ibarra. ¿Se habría limitado a escuchar tantas sandeces, bien quietito en su banca? Seguro que no, pues harto de tanta muestra de cinismo, habría desplazado su voluminosa humanidad hacia el aludido y el resto correrá por la imaginación de los lectores.

   “La política vacía de contenidos prefigura gobernantes huecos. El manejo de la chequera corrompe y genera entornos de ambiciosos. Un dirigente habituado a tratar sólo con empleados perderá los hábitos de la discusión y la crítica. Las palabras son también hechos. El político es lo que va diciendo. El discurso condiciona al orador y constituye parte de su ser. No es una herramienta ajena al personaje de la que puede desprenderse un buen día.

   Los expertos refutan tantas banalidades. El camino es uno; lo marcan David Ratto y la Gallup. Hay una sola forma de hacer política; ser ambiguo, no agredir, coquetear con la estética de Punta del Este. Los expertos se equivocan; incurren en un error propio de hombres sin horizontes o de practicones de poco vuelo. Creen que la realidad que tienen delante de sus ojos es la única posible. No hay tal: lo real es siempre posible pero no ciega otras alternativas.

   Los expertos minimizan los sueños de los 70: los reducen de época o a una moda. El sabio escepticismo tiene su contraargumento trivial; el desencanto, la real politik parlamentaria y la posmodernidad pueden a su vez ser un fenómeno de época o una moda. Acaso la coartada de quienes no quieren arriesgar de nuevo y necesitan algo que oponer a un pasado que les exige rendición de cuentas”.

   El sueño de la razón política travestida en estética de los negocios, engendró el infierno de diciembre de 2001. El que se vayan todos, es hijo directo de la banalidad con profusa chequera a la que acertadamente alude Wainfield. Esta parió a nuestros gobernantes huecos, elaboradores de delirios transversales que luego abandonan para ponerse la raída camiseta de siempre.

   “El economicismo vacío de valores aburre y no convence; no basta con repudiar la deuda; si el FMI la condonara la nuestra seguiría siendo una sociedad indigna, con desigualdades chocantes, valores perversos, amante de los prestigios consagrados por clases dominantes rapaces y frívola como pocas. Una sociedad consumista, individualista y antisolidaria”. La represión del Proceso, el fracaso alfonsinista y el largo menemato tornaron a buena parte de la sociedad argentina en un híbrido amorfo que consume lo que ve en la TV. La corporación mediática vomita a todas horas la irrealidad de la cajita feliz, en que se ha transformado gran parte de la Argentina.


La sal de la tierra

 

   “No habrá revolución que acabe con el capitalismo salvaje…pero puede haber hombres nuevos que lo erosionen poniendo en entre dicho sus valores fundamentales. Cuestionar los valores y poderes de la sociedad equivale a transgredir las reglas de la especialización política. Es tarea de todos los hombres, en especial intelectuales y políticos: la imaginación confrontando con el poder.

   ¿Es mucho pedir a dirigentes y militantes que dejen por un rato a Jaroslavsky (en el fondo un politiquero cómico que podría ser peronista) y enfrenten a los verdaderos dueños del poder?, ¿es mucho pedir que asuman cuán difícil es la concertación en una comunidad que no la conoce, cuyos empresarios sólo saben medrar y explotar(…)?, ¿es mucho pedir que no engalanen las fiestas de Amalita o –mejor- que censuren y busquen recortar el consumo ostentoso y ofensivo de nuestras clases altas?, ¿es mucho pedir que señalen al nefasto establishment periodístico en vez de rendirle pleitesía?, ¿es mucho pedir que, para variar, llamen asesinos a los asesinos, explotadores a los explotadores y alcahuetes a los alcahuetes y consecuentemente les dispense el trato que corresponde a su condición?. Debe serlo, pero no se intenta.

   No es riguroso llamar revolucionario a un nuevo humanismo no violento y transgresor pero en todo caso es algo que vale la pena hacerse. Nos reconciliará con la pasión y la dignidad con que antaño seguimos la revolución”. Tres años después de estas líneas, Carlos Menem era entronizado presidente y luego llevaba a cabo la más brutal transformación de la Argentina; en sólo diez años un siglo de conquistas sociales era echado a la basura con el beneplácito de la clase social aludida por el autor, frente a la indiferencia de la mayoría. Pero esto no fue una casualidad permanente, sino un lógico producto de la falta de esa transformación integral que proponía más arriba Wainfield.

   “Se dirá: infantilismo ni siquiera revolucionario. Mística del fracaso. Receta para perder. Habrá que contestar ¿qué es ganar?. La respuesta variará según cada actor aunque seguramente es más fácil que venzan quienes solamente aspiran a “ocupar espacios”. Siempre hay victorias posibles para los López Rega, los Triacca, los Nosiglias, más allá de sensibles diferencias metodológicas y menos apreciables hiatos ideológicos.

   Para quienes demandan sentido a la política, el camino es más arduo. Algún consuelo: las convocatorias éticas son más perdurables que las sociedades comerciales. Cuestionar el maquiavelismo es buena forma de proselitismo. Nada más descorazonador y menos perdurable que el maquiavélico fracasado. El oportunismo no deja recuerdo ni semilla, sólo se santifica con el éxito (…).

   Basta de ejemplos. No hay respuestas, ni certezas, ni recetas, menos victorias compradas. Nadie garantiza un triunfo siquiera parcial. Pero es lógico pensar que la dignidad pueda ser aglutinante.

   ¿Convocatoria para ser gil? Para los piolas que hay…bienaventurados los giles porque son la sal de la tierra y (quien sabe) (algún día) de ellos será (por un rato) (aunque sea un poco) el reino de este mundo”.

   Rotundas palabras, que ilustran un deseo posible destinado a despertar de su letargo a la corporación política vernácula, para que de una vez por todas deje de hacer la del chancho rengo, mirando para otro lado en lugar de enfrentar la realidad. Entendida ésta como conflicto, donde no sólo se debe utilizar las trampas del lenguaje para dilucidarla pues no se la revierte con buenas intenciones, sino con una transformación integral proveniente desde la ética. Ahora es cuando. 

 

Fernando Paolella

 

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