Un término que en los 90 estuvo muy en boga, fue precisamente el de limpieza
étnica. Aunque no acuñado precisamente en esa época, estuvo
ampliamente utilizado en los medios para definir las atrocidades cometidas por
los serbios en prejuicio de otras minorías, en el vendaval de la guerra civil
yugoslava. Para las huestes de Milosevic, todo aquel que en sus venas no tenía
la suerte de poseer sangre serbia era susceptible de ser eliminado. Croatas,
bosnios y otros poblaron ingentes fosas comunes en pago del mismo terrorismo
de Estado, que los primeros habían aplicado a sus futuros matadores durante
la Segunda Guerra Mundial, cuando éstos se aliaron al ocupante nazi.
Cincuenta años después, los serbios utilizaron el mismo macabro recurso del
genocidio para vengarse y nuevamente mostraron a un semidormido Occidente, que
la locura colectiva también puede llenar la pantalla y provocar récord de
audiencias.
En estas playas sudamericanas, a finales de los 60 cuando
arreciaba la Guerra Fría, los EEUU elaboraron la tristemente célebre Doctrina
de la Seguridad Nacional: “En los últimos años se afianza en nuestro
continente la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”, que es de hecho
más una ideología que una doctrina. Está vinculada a un determinado modelo
económico-político, de características elitistas y verticalistas que
suprime la participación amplia del pueblo en las decisiones políticas.
Pretende incluso justificarse en ciertos países de América Latina como
doctrina defensora de la civilización occidental cristiana. Desarrolla un
sistema represivo, en concordancia con su concepto de “guerra permanente”.
En algunos casos expresa una clara intencionalidad de protagonismo geopolítico”
(Documento de Puebla). Como se recordará, la dictadura militar
argentina de 1976-83 utilizó ampliamente este recurso dialéctico para
justificar las 30000 desapariciones que la hicieron famosa en todo el mundo.
Pero en estos tiempos, a casi 30 años del 24 de marzo de
1976, una nueva teoría camina por la atribulada realidad cotidiana: “En
la última década se puso en práctica la doctrina de la Criminalización de
la Pobreza, o como fue denominada por sus ideólogos yanquis, class clining
(limpieza de clase).
Esta doctrina fue gestada en
centros de elaboración ideológica norteamericanos vinculados al Departamento
de Estado, como el Manhattan Institute, el American Enterprise Institute y la
Heritage Foundation. Hace eje en el combate a la violencia y el vandalismo
argumentando que la causa del delito es el mal comportamiento de los
individuos y no la consecuencia de las condiciones de vida que impone el
sistema.
Al tiempo que se profundizaban las
desigualdades del modelo neoliberal, se trazó una estrategia para presentar a
los excluidos del sistema como un peligro para el resto de la sociedad.” (Maxi
y Darío: dignidad piquetera).
Hilando finito
Si se hace ojo al piojo, se caerá en la cuenta que ambas
ideologías represivas no tienen solamente en común el mismo origen, sino que
coherentemente son correlativas en la línea de tiempo. Pues caído el Muro de
Berlín y devastado el eje Este-Oeste, este fue reemplazado por otro que bien
se puede denominar como Norte-Sur. Vislumbrado casi de manera incidental
durante la breve contienda del Atlántico Sur en mayo-junio de 1982, adquiere
especial virulencia en diciembre de 1989 con la invasión a Panamá perpetrada
por George Bush padre. Es que de ambos hechos bélicos, constituyeron en
realidad intervenciones armadas desmesuradas de las potencias centrales,
destinadas a castigar un par de desatinos provenientes de naciones de la
atrasada periferia. Pero como textualiza el documento anterior, al sistema
neoliberal en ocasiones le sale más barato elaborar doctrinas como la pergeñada
arriba que lanzar aventuritas militares mucho más onerosas. Como muestra,
basta mirar el lodazal sangriento que derivó la invasión a Irak que sigue
drenando a los ocupantes anglo estadounidenses.
Si el concepto de guerra
permanente era motorizado por el fantasmal oso soviético,
actualmente el cuco que mete miedito no es otro que la reacción de los
citados excluidos
del sistema, que en forma organizada hace agarrar de los pelos a más
de un exponente de la corporación mediática. Cabe recordar cómo, en el
mencionado libro del MTD sobre la masacre de Avellaneda, la misma se puso
automáticamente del lado del duhaldismo para cuasi justificar esa virtual
caza del hombre. No importa que se faltara a la verdad objetiva, llegado al
punto extremo de manipular fotos para intentar demostrar lo indemostrable, y
presentar ese luctuoso suceso del 26 de junio de 2002 como una mera riña
entre grupos piqueteros antagónicos.
En los tiempos del presidente pingüino, en varias
ocasiones se recurrió a la represión y a la intimidación pública para
disuadir a que estas organizaciones desistieran en sus reclamos. Si no se los
puede comprar, y eventualmente cooptar, sistemáticamente se los hostiga desde
los medios para que la sociedad
decrete su pronta eliminación. Sobre todo, cuando el patrimonio de lo político
tiende a retornar a la calle luego de los sucesos de Cromañón
ante una corporación de dirigentes caducos que pelean férreamente
por el control del sempiterno queso.
Hace tres décadas atrás, desde las usinas del Norte se
bajaba el pulgar para borrar del mapa a una generación, mientras que hoy
también el mismo se baja para desintegrar lo que queda del castigado tejido
social argentino para seguir implementando políticas recesivas detentadoras
de hambre y miseria.