Kant definió a lo bello como “lo que gusta universalmente y sin conceptos”. (Crítica del juicio, 6). Es una buena definición aunque relativa. Es acertada, porque lo bello gusta de buenas a primeras, esto es “sin conceptos previos”. Pero la definición es insuficiente en cuanto a su universalidad, que puede ser interpretada en términos absolutos En efecto, lo que es bello para unos, puede no serlo o serlo a medias, para otros, aparte de la existencia de cosas que realmente a todos agradan, como las flores, el canto de ciertas aves, un paisaje montañés, un amanecer en el campo. Aquí vamos a tomar lo bello como una perfección sensible que es uno de sus sentidos filosóficos entre otros, como “la manifestación del bien”, como “manifestación de la vedad”, como “la simetría” y como “la perfección expresiva”.
Muchos se preguntan si la belleza que nos revela el sentido, realmente existe en los objetos exteriores, o es una elaboración de nuestra psique.
Por supuesto que, se trata de un producto neto de nuestro psiquismo que en el exterior sólo ve “apariencias”. Tengamos en cuenta el fenómeno físico del “color”, por ejemplo. Forma y color, aunque éste último consista en blanco y negro que dicen no son colores, en un paisaje fotografiado, por ejemplo, nos pueden ofrecer belleza, o mejor dicho nuestra mente puede creer verlo como bello o más precisamente baña eso que en sí es neutro, de belleza. O de fealdad si otras ideas, como la desolación y lo mustio se asocian a un paisaje desértico o a un conjunto de árboles secos.
Una mujer bella, no lo es para un perro o un caballo, pero puede subyugar a un hombre que “cree” hallar hermosura en su rostro, en su cuerpo. Pero su rostro compuesto de frente, ojos nariz, pómulos, labios mentón… no es bello como conjunto de elementos, y como tampoco con sus líneas; todo es neutro, para un perrito o un caballo, por ejemplo, que se encariñan con su amo. El engaño proviene de la contextura cerebral sobre todo del macho humano, y su funcionamiento que elabora el fenómeno cerebrado de “hermosura”.
La mente humana suele traicionar la realidad; hace de ella un mundo propio, una versión particular entre otras múltiples posibles para otros hipotéticos seres provistos de distintos cerebros. La lenta inmersión en un mundo de apariencias se perpetúa. Aún los ancianos viven en “su mundo”, y no en el mundo real. Viven de recuerdos, de lo que llaman con nostalgia “su época” “sus tiempos”, esto es del conjunto de vivencias que los hicieron como son, con sus gustos y rechazos, pero añorando los bellos momentos de aquel entonces.
Hay pensadores que hacen tanto hincapié en los fenómenos tales como se presentan, que consideran a éstos como lo que aparece o se manifiesta en sí mismo (Huserl). Heidegger consideraba al fenómeno como puro y simple aparecer del ser en sí.
Lo distingue de este modo de la simple apariencia y se olvida aquí de los procesos en marcha del devenir.
Luego, se puede entender que el fenómeno que nos es dado constituye lo esencial, intencional, como una finalidad, la de experimentar el goce como, ocurre con lo bello, para quedarnos con eso sin ir más allá en nuestras indagaciones con el fin de hallar la cruda realidad subyacente desprovista del “baño psiquizante” (valga el neologismo) o “barniz” que damos a las cosas.
Más hemos de ver que esa posición frente al entorno, es sólo una ilusión porque a veces sufrimos tontamente por aquello que creemos ser “la realidad en sí” y no lo es.
Si todo fuese sólo dicha, no tendríamos más que aceptar, en cierto grado al menos, la posición de aquellos pensadores anclados en los fenómenos, pero desde el momento en que muchas veces sufrimos tontamente en un mundo que no es el real, sino inventado por distintas visiones del mundo de los hombres y por diversas culturas (sacrificios religiosos, modas tiranizantes, costumbres bárbaras, prejuicios, obligaciones sociales incómodas y en especial errores de apreciación e interpretaciones de los propios fenómenos tanto físicos como psíquicos, etc.), entonces no podemos quedarnos con esas puras apariencias. Por el contrario, es necesario conocer qué hay detrás de las cosas y de dónde y cómo provienen los hechos para precavernos de las desdichas.
La belleza, el deleite, así como muchas otras vivencias, pueden a veces constituirse en verdaderas trampas rayanas, en muchos casos, en las pseudociencias que hacen errar el camino de la auténtica sabiduría útil para la existencia en este “valle de lágrimas” en el que nos toca vivir… o sobrevivir ante las avalanchas de las penurias que nos aquejan en la vida, siendo también, a veces, los niños e incluso los bebés sin derecho a llegar a la adultez, las víctimas de la sinrazón.
¿Qué nos queda por hacer entonces ante un panorama tan heterogéneo y muchas veces angustioso e injusto en la vida? Continuar investigando para descifrar este enigmático, muchas veces patético mundo. Alejarnos de todas las pseudociencias dañinas habidas y por haber que nos pueden hacer equivocar el camino de la vida; practicar el bien, y sólo el bien en todos los quehaceres dejando atrás antiguas creencias en un más allá (que no existe) y afrontar con valentía el más acá que muchas veces nos apabulla, nos martiriza, mejorándonos, y abandonar todas las ilusiones, todas las pseudociencias que sólo nos pueden entretener pasajeramente o… hacernos perder lamentablemente un tiempo precioso en nuestros vidas y dedicarnos, en lo posible, a mejorar a este mundo, a esta humanidad en buena parte enferma de ignorancia, ambición desmedida, y otros lastres que nos seducen cual “cantos de sirena” y nos sumen en la desdicha.
Ladislao Vadas