Desde muy antiguo, el hombre se ha creído ser el centro de una (en realidad sólo supuesta) creación. Su privilegiada ubicación en el creído centro del universo: la Tierra, según el antiguo sistema tolemaico, lo ha convencido de ello. No obstante hoy en día, destronada ya la Tierra de su privilegiado sitial a nivel universal, muchos pensadores continúan considerando al hombre como un ser excepcional por su puesto en el presunto cosmos-orden, no ya en el terreno físico, sino en el ámbito espiritual.
Empero, cuando los pensadores hablan del hombre como “imagen y semejanza” de una supuesta divinidad absoluta, insinúan en cierto modo, veladamente, que el universo entero como creación existe para el hombre desde que el cuerpo es el que contiene el alma, o mejor: el alma espiritual necesita del cuerpo para manifestarse y por su parte el cuerpo requiere del entorno para su existencia. Entorno que, si atamos cabos, se extiende hacia el universo, pues todo se halla ligado de alguna manera u otra. (Esto no es estrictamente cierto, pero la mayoría así lo acepta).
Por otra parte, en virtud de su antropomorfismo, el hombre cree ver en la naturaleza o en las cosas, una voluntad idéntica a la suya propia.
Es el hombre quien se expande sobre su entorno y lo baña de humanidad. Esta proyección de la naturaleza humana lo humaniza todo entonces, y de aquí al antropomorfismo religioso y teísta hay un solo paso. Todo ser espiritual de categoría divina es antropomorfizado (valga el neologismo).
Aquí estamos entonces en presencia de dos resultados de esa creación de un mundo psiquizado por parte de la mente humana a saber: primero la naturaleza real exterior psiquizada, y luego la creación mental que se denomina espíritu, todo ello antropomorfizado.
Esta imagen no es más que engañosa, ya que, el todo sordo y ciego e inconsciente, no se debe a nada. El hombre es un ser insignificante en el ámbito universal o macrouniverso. Su mundo psiquizado ocupa tan sólo el volumen craneal de cada uno de los habitantes del orbe y las manifestaciones de ese psiquismo se hallan confinadas a un punto del todo, que es la Tierra, ya sea en forma escrita en los libros, grabada en sistemas electrónicos o en expansión por el espacio exterior en forma de ondas radiales que viajan desde que comenzó la radiofonía en nuestros planeta (cuyo globito de ondas ocupa un espacio mínimo comparado con el Todo)
En el futuro, sus manifestaciones podrán abarcar el sistema solar o una determinada área galáctica una vez explorados, transformados y colonizados por nuestra civilización en expansión, aunque así y todo siempre ocupará un puntito en el concierto universal.
No obstante todo esto, incluso muchos cosmólogos (entre ellos Hubert Reeves, astrofísico canadiense) creen, aun en la actualidad, que el universo ha sido creado (incluso de la nada, según cierta pseudociencia teológica, y de acuerdo con el mito) para el hombre o para que apareciera el hombre en él como un resultado de una evolución cósmica, cuando la realidad es muy otra: ¡nada ha sido hecho para nosotros!
El hombre cual una pulguita se halla como perdido en el todo, desamparado, realmente ignorado por el anticosmos. Tan inmenso, sordo y ciego es el macrouniverso, que el hombre, con su arrogancia y pretensiones antropocentristas, cae en el más triste y evidente ridículo ante una visión realista del panorama universal.
Ante este triste panorama, ¿qué nos queda entonces? Sólo portarnos lo mejor posible, en una solidaridad plena, abarcando el orbe entero en un cosmopolitismo total.
Ladislao Vadas