Anteayer Cristina volvió a atacar a los manifestantes que participaron del 8N. Por segunda vez desde aquella expresión contundente de descontento, se dedicó a cuestionar sus intenciones, a encasillarlos ideológicamente y a subestimarlos humanamente.
Salvo que exista una súper conspiración intergaláctica que sólo una minoría de iniciados y superdotados pueda detectar, resulta muy claro que el cacerolazo no tuvo tinte partidario ni ideológico. Tampoco se trató de un evento agresivo. Las pancartas fueron muy claras: Justicia independiente, alternancia, transparencia, respeto, legalidad.
Sin dudas en un país normal un presidente, no sólo no atacaría personalmente a manifestantes que reclaman legítimamente, sino que además tomaría nota. Nada nos ayuda más a mejorar que la crítica sincera. Si Cristina lo supiera les agradecería a los caceroleros por sus carteles precisos en vez de fustigarlos y ningunearlos. Salvo que piense en el fondo, en contra de lo que dice para afuera, que ella no tiene nada por aprender ni nada para mejorar.
En una de sus alocuciones Cristina apuntó a “los provocadores” que quieren “volver a un régimen ultraconservador”. Les adjudicó malas intenciones, no sólo sin prueba ni indicio alguno, sino además generalizando. Esto es una forma de violar el principio de inocencia y de ejercer violencia psicológica. Nunca le fue peor a la humanidad que cuando se admitió que era factible adjudicarle malas intenciones a una persona por pertenecer a determinado grupo social, político, religioso, nacional o étnico.
Por otra parte, insiste con lo del “neoliberalismo” o “ultra conservadurismo”. A ella le gustaría que el resto del arco social y político fuese partidario de dicho sistema o ideología. Le sería mucho más fácil justificarse y justificar sus abusos y errores. Entonces imagina esa realidad para pintarla en sus discursos. El inconveniente es que al hablar sola siendo presidenta de la nación está negando el debate que la democracia merece y necesita.
¿Desde cuándo una Justicia independiente, un sistema de división de poderes, un Estado de Derecho eficiente, una administración transparente, etc., han sido característicos del ultra conservadurismo? Casualmente, el supuesto neoliberalismo de Menem, que en verdad fue un caudillismo de derecha como el de ahora lo es de izquierda (entre caudillos se entienden) no presentaba ninguna de esas notas.
Nunca hubo en la historia argentina una democracia republicana propiamente dicha. Cuando se hicieron elecciones el caudillismo clientelar concentró el poder, lo alejó de la gente y anuló la división de poderes. En los únicos momentos durante los cuales la división de poderes funcionó medianamente bien y se respetó a rasgos generales la ley, no había elecciones libres o universales, además de que en los planos local y provincial el caudillismo seguía deteriorando nuestras instituciones y nuestro nivel de vida.
Esto quiere decir que el reclamo de los caceroleros es certero y además novedoso. Lejos de incurrir en un reclamo conservador, los manifestantes estaban pidiendo que por primera vez en la historia apostemos por una democracia completa, transparente y representativa, que es la que ha exigido siempre el desarrollo sostenido a lo largo de la historia de la humanidad. La democracia no es sólo elegir gobernantes sino también controlarlos para que no mientan, no roben y no usen el poder que el pueblo les dio en contra de ese pueblo. ¿Es mucho pedir? ¿Es acaso difícil de entender?
Cristina llamó a “razonar” a los que protestaron contra las políticas oficiales: “Si piensan un poco, razonan y recuerdan, verán con claridad que el único camino posible es la defensa irrestricta de los intereses de la Nación y del pueblo”. ¡O sea que todo aquel que la crítica es porque no quiere que se defiendan los intereses de la nación y del pueblo! ¿Hasta dónde llegarán el desprecio hacia el otro y el discurso vacío de Fernández de Kirchner?
Rafael Micheletti
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