"¿Cómo puede haber tanta maldad?", se preguntó alguna vez en cámara, con la voz quebrada y los ojos llorosos, el felinólogo Silvio Soldán. En su caso se refería a los ataques periódicos que le dedica su ex esposa más conocida, la artista plástica Silvia Suller. Pero la misma expresión seguramente apareció en la mente de cada argentino al escuchar que la señora presidenta, Cristina Fernández de Eternauta, revelaba que los jubilados nacionales que demandan reajustes actúan del mismo modo que los fondos buitres que buscan embargar fondos y bienes de nuestro país.
"Últimamente se ha hablado mucho de jueces buitres y fondos buitres, caranchos, ¿no? Yo digo que los buitres y los caranchos no están solamente afuera, hay también desafortunadamente adentro y muchas veces se lanzan sobre el Estado", dijo CFK el jueves en el acto de presentación de un nuevo tramo del plan habitacional ProCrear.
Para que se comprendiera a quiénes dirigía la acusación, consideró "curioso" que "durante doce años, donde la gente no se podía jubilar, donde los haberes mínimos eran irrisorios, donde la responsabilidad estaba en las AFJP, no se registraba ningún juicio contra las administradoras de los fondos de pensión, (pero) bastó que las tomara el Estado para que se desataran las cataratas de juicios".
De repente, se caían todos los velos y los argentinos descubrían que esos amables y supuestamente frágiles viejitos que decían tener derecho a un vida digna luego de décadas de trabajo, eran en realidad parte de una logia diabólica cuyo fin irrenunciable es la destrucción de la república.
Si alguien tenía dudas al respecto, se desprenderá de todas ellas: Angaú Noticias acompañó un operativo conjunto de las fuerzas de seguridad federales que encontraron en la selva misionera un centro clandestino de entrenamiento de jubilados, donde los pasivos eran adiestrados en técnicas de conmoción pública, socavamiento institucional, infiltración organizacional y destrucción de estructuras políticas y económicas.
Maldita vejez
El lugar había sido detectado gracias a una paciente tarea de la Secretaría de Inteligencia, que encontró un aviso de media página en el diario Clarín del domingo pasado, donde se leía un mensaje cifrado: "Buscamos jubilados interesados en destruir al Gobierno y al Estado - Inscripción abierta - Cupos limitados". Allí se consignaban números de celulares y una dirección en una zona selvática próxima al Parque Nacional de Iguazú, a escasos metros de la ruta nacional 12.
Efectivos de élite de la Policía Federal, de Gendarmería Nacional y del Ejército llegaron sigilosamente el lunes al lugar, donde escondidos entre la vegetación pudieron observar los movimientos cotidianos del centro clandestino. AN fue parte del operativo por un hecho fortuito: un dolor de estómago en camino hacia las cataratas. A regañadientes, los uniformados aceptaron que siguiéramos el procedimiento sin interferir con él. A cambio, nos pidieron que resolviéramos nuestro malestar digestivo del otro lado de la ruta.
El martes pudimos ver cuál era la rutina en el campamento, donde unos 300 viejos eran albergados en 60 carpas repartidas entre los árboles. En medio de ese espacio —un círculo despejado, de aproximadamente 20 metros de diámetro— se realizaban las acciones de entrenamiento y las charlas de formación ideológica.
Rutina implacable
Como pudimos constatar el miércoles, la rutina diaria se cumplía con puntualidad militar. A las 5 de la mañana los líderes del grupo —aparentemente personas de no más de 40 años, aunque la estimación se dificultaba porque llevaban los rostros cubiertos con pasamontañas— recorrían las carpas despertando a los jubilados a los gritos. Era innecesario: casi todos, todavía impregnados de sus hábitos de siempre, ya habían sacado sillitas para ver la gente pasar; fregaban pijamas por haberse meado encima mientras dormían o se convidaban medicamentos.
A las 5:15 los ancianos recibían una ducha fría con mangueras, y luego se izaba la bandera argentina mientras se entonaba la canción patria "Mi viejo", con Piero cantándola desde un centro musical Panasonic. Después llegaba el desayuno colectivo, en largos tablones con caballetes. Esa primera comida del día era al estilo "desayuno brasileño". Los jubilados se servían de una mesa café o té con leche, y en otra tenían tostadas, frutas, galletas y pastillas contra el colesterol y la artritis.
Entonces arrancaba, gradualmente, el entrenamiento físico. Un instructor los hacía elongar (las aves huían en bandadas de las copas de los árboles al escucharse reventar las primeras rodillas y otras articulaciones) y después se hacían movimientos básicos de artes marciales. Las explicaciones del profesor se mezclaban con los permanentes pedidos de disculpas entre los jubilados entre sí por las flatulencias que se les escapaban en medio de la actividad.
Hacia las 11 se cerraba la primera etapa gimnástica con un trote corto (de tres metros y medio) y ejercicios de relajación que generalmente se desordenaban porque numerosos acampantes se quedaban dormidos y comenzaban a roncar, algo que provocaba un inocultable fastidio en los líderes, que los despertaban con destemplados golpes en la espalda.
El día a día
Al mediodía llegaba el almuerzo. Como se trataba de jubilados ordinarios, no de privilegio, es decir imbéciles que trabajaron todas sus vidas honestamente en lugar de buscar zafar de otro modo, se les planteaba un menú conocido: arroz, fideos y sopas hechas con los restos de arroz y fideos del día anterior. Luego se les permitía un momento de charla y digestión con mates, elaborados en base a yerba usada que los interesados traían al inscribirse en el campamento, también a fin de no alterar sus costumbres hogareñas.
Llegaba entonces la hora de la siesta, que los organizadores al principio preveían que fuera de media hora, entre las 14 y las 14:30, pero que luego debieron aceptar que se extendiera desde las 14 hasta las 19.
Seguía a esto una merienda frugal, y entonces sí arrancaban las "charlas formativas", como las llamaban los instructores, que en ningún momento se identificaban como pertenecientes a algún sector político o social en particular. Tampoco daban nombre alguno. Vestían camisetas negras marca Mike (una versión trucha de Nike, aunque con el mismo logo) y los viejos se dirigían a ellos sólo como "Instructor Uno", "Instructor Dos", etcétera.
Tuvimos la suerte de que el martes ingresaba un grupo nuevo, lo que nos permitió ver la charla de presentación. "Acá ustedes vienen a aprender a sobrevivir", dijo un sujeto —también de rostro tapado— que se empeñaba en estirar hacia abajo la remera porque era un talle más pequeño y parte de la barriga le asomaba por debajo. "Porque les tiene que quedar claro: son ustedes o ellos, no hay vuelta", remarcó.
Consignas destituyentes
"Levanten la mano los que comen todos los días", propuso luego el tipo. Sólo un viejito delgado levantó la mano. Los demás se giraron hacia él. "Comía, en realidad —corrigió el súbito protagonista—, a mi consuegra, pero con la inflación ya no puedo comprar el Sildenafil. Se fue para arriba. El Sildenafil, ojo", aclaró.
"No, yo Viagra no compro más —interrumpió un señor calvo y de bigotes blancos, sentado en otro sector—. Una vez me equivoqué, y en vez de ponerle mi par de aspirinetas diarias al agua del mate, le eché las pastillitas ésas y me fui a jugar a las bochas con los vecinos. Convidé el mate y.... fue un degeneramiento total", contó, arrugando la cara como si el recuerdo fuera una rebanada de limón entre sus labios.
Como ignorando el debate, el instructor prosiguió: "Lo único que queda, señores, es la destitución del Gobierno, la disolución del Estado, la reorganización nacional bajo el mando de un Consejo de Ancianos, la expropiación de..."
La arenga fue cortada por otro jubilado, que tras levantar la mano planteó: "No sé si andaría lo del consejo de ancianos, eh, porque yo cada vez que quiero dar un consejo en casa me mandan a la m…". Alrededor todos aprobaron la duda asintiendo con sus cabezas y realizando comentarios superpuestos.
El instructor hizo un gesto de exasperación. "A ver si entienden —retomó— hay que borrar todo lo que hay hoy y levantar algo nuevo, una nación donde se pague una Asignación Universal por Prótesis Dentaria, donde orinar en la cara del titular del turno del Pami no sea delito, donde esté garantizada la gratuidad de la atención por pataleta al comer asado con mucha grasa, donde se obligue a los laboratorios a encontrar la fórmula del salamín picado grueso sin triglicéridos, donde en los programas de chimentos no sólo se hable de los amoríos de Amalia Granata o La Sueca, sino también de los de Lita de Lazzari o Mirta Tundis. ¡Ustedes también existen, carajo!"
Algunos aplausos se levantaron entre la fronda. Una señora se levantó entre dos pinos. "Yo, la verdad, soy pesimista. Siempre siento que este ya no es nuestro tiempo, ni siquiera nuestro mundo. Veo que hablan de despenalizar el aborto, de legalizar la marihuana, de tantas cosas... Cuando yo era joven el debate era si se legalizaba o no el Menthoplus", comentó con la cabeza gacha y los brazos abiertos.
La represión
El desenlace sobrevino cuando se llevaba a cabo el taller "Cómo dar migas a las palomas mientras se las adoctrina para convertirlas en bólidos kamikazes que se estrellen contra los edificios de los tres poderes del Estado".
Mientras el grupo seguía las indicaciones de un adiestrador, en el centro del campamento, un jubilado de gorrita azul se apartó y batió palmas para llamar la atención. "Yo estoy con la presidenta, qué quieren que les diga. De todos lados la quieren cagar, pobre. No podemos ser tan hijos de p… de hacerle juicios al Estado sólo para ver si podemos morirnos dignamente después de 40 o 50 años laburando, o para ver si nuestros fondos, en lugar de usarse para pelot… de todo tipo y para financiar a gobernadores inútiles, se usan para pagarnos un mínimo que cubra el costo real de la canasta alimentaria. ¡Es muy egoísta pensar así, muchachos!"
Los otros lo miraban. El de gorra siguió. "Anoche hablaba con algunos de ustedes. Me decían: 'Yo quisiera ver qué se siente comer un bife'; 'yo quiero pagar el plus médico para ver si me ponen la prótesis en la pierna', 'yo quiero pagar una tomografía donde se vea bien el tumor que me tienen que operar', 'yo quiero dejar de depender de que mis hijos me manden la comida que les sobra a ellos', 'yo quiero que el costo del fútbol y otras boludeces se guarden para pagar el 82% móvil'. Todo yo, yo, yo, yo. ¿En qué clase de bestias desalmadas nos hemos convertido? Discúlpenme, pero si siguen así, jamás van a poder ver a sus diputados a los ojos".
El primer piedrazo le hizo volar la gorrita, y enseguida, como si el golpe hubiera sido un grito de batalla, se abalanzaron los demás. "¡Ah, encima intolerantes!", se oyó decir al viejo mientras los demás lo ahogaban tirándosele encima.
"¡Ahora!", ordenó alguien entre las fuerzas militares y policiales, y entonces todos salieron de sus escondites. Fue el caos. Una nube de polvo rojizo inundó el aire, ramas cayendo, estampidos de itakas, golpes sordos sobre costillares, cabezas atacadas con palos. Entre la bruma, vimos a los instructores perderse en las paredes verdes.
"Ya está", dijo el jefe del operativo veinte minutos después, mientras la tierra y el humo se apoyaban lentamente sobre el suelo. Allí, las centenas de viejos se retorcían entre ayes de dolor. Los efectivos recorrían el predio esposando gente y poniendo todo bajo control.
Una vez más, el bien había triunfado.
Angaú Noticias
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