Ya he expresado en mi libro titulado La esencia del universo, a los factores de supervivencia, acerca del poderoso instinto de conservación que nos aleja de todo lo relacionado con la posibilidad de la muerte. Nadie quiere morir y todos se resisten a la fase terminal de la existencia, aun la mosca, la lombriz y… con más razón el hombre, ya que posee conciencia, y el horror que le causa la idea de un tránsito hacia la nada, es insoportable. Más que la muerte en sí, lo espantoso es la idea de la desaparición definitiva, para siempre, de todo lo que uno es, de ese “yo” que encierra todo un mundo de vivencias, experiencias, afectos, felicidades, deseos, sentimientos, proyectos, ilusiones, ambiciones y finalmente… ¡esperanza de vida! ¡Anhelo de más y más vida! Aunque sea en “el otro mundo”.
Esta intolerable idea, con toda seguridad ha atormentado a nuestros remotísimos antepasados que no poseían un mecanismo de escape que aliviara la angustia generada por ella, y con toda seguridad estos individuos pesimistas se fueron perdiendo a lo largo de las generaciones para quedar como reproductores tan sólo los fantasiosos. Fue una vez más la facultad de fantasear y la capacidad de creer en las fantasías, lo que salvó al hombre.
Bastó para ello añadir la idea de la inmortalidad; a la inventada idea de espíritu animador del cuerpo. El cuerpo podía morir, heder, llenarse de repugnantes gusanos, desintegrarse, pero el espíritu separado, ¡nunca! ¡Extraordinaria salida de la terrible cuestión! ¡Una manifestación más de la esencia del universo en forma de fantasía eficaz, aunque… transitoriamente! El tránsito hacia la nada quedaba suprimido y la vida podía continuar triunfalmente bajo otra forma: la de sustancia espiritual.
El horror a la muerte quedaba así atemperado, ya que si bien se trataba igualmente de un trance penoso por el hecho de abandonar la amada vida terrena, al menos no todo estaba perdido, o más bien lo más preciado era lo que perduraba: ¡nada menos que la vida, y después de la muerte!
Las creencias míticas y religiosas cercanas a las pseudociencias
Como sabemos, el hombre después de evolucionar, ha llegado a una situación existencial crítica en la que necesita vivir engañado, esto es en el seno de una ilusión que es el mito y la religión, con sus inherentes ideas de alma inmortal, el más allá, etc.
En los lejanos tiempos precientíficos, y aun durante el desarrollo de la ciencia, en diversos pueblos primitivos, proliferaron los mitos.
¿Qué significado puede tener el mito? Precisa y básicamente, en ausencia de todo conocimiento científico, el mito ofrece una explicación –si bien ingenua al mismo tiempo que satisfactoria en muchos casos- del mundo, la vida y el hombre. Muchas pseudociencias han abrevado en los mitos y viceversa. Mientras unas fábulas míticas se refieren a la creación del mundo, otras hablan de seres divinos o sobrehumanos; del origen de la humanidad; de una tribu en particular o determinada familia.
También se describen héroes que lograron, tras ingentes esfuerzos, “grandes beneficios para la humanidad”.
Mientras que algunos autores separan los mitos de las religiones, yo afirmo que son la misma cosa. Más aún, según mi modo de ver, las religiones son supersticiones en grande, o mitos perdurables.
Si bien se ha opinado que la mitología en general no constituye una parte esencial de la religión antigua porque no tenía ninguna sanción sagrada ni ejercía una gran fuerza coactiva sobre el adorador, no todo queda confinado a esta apreciación. En efecto, si depuramos los mitos, despreciamos los demasiado fabulosos, de historias simples, infantiles, ingenuos y construidos más bien para “entretener” que para explicar cosmogonías, existencias y fenómenos físicos y escogemos “los mayores y más convincentes”, entonces sólo nos quedan entre manos las religiones. Muchos de los que hoy se consideran mitos, otrora fueron religiones. Por su parte y a la inversa, muchos mitos del pasado se han transformado en religiones, algunas de las cuales pretenden alcanzar el pináculo de las ciencias, como la teología, cuando esta se halla aún muy lejos de ser una auténtica ciencia.
Las actuales religiones también pueden ser consideradas como mitos desde una óptica incrédula.
Si bien la religión contiene (no siempre), rituales, sacrificios, oraciones, veneración, esperanzas de ultratumba y otros ingredientes sagrados, siempre existen componentes netamente míticos una vez desgajada aquella de los elementos emocionales, rituales, morales, etcétera.
Entre muchos ejemplos podemos elegir algunos, como el mito de Osiris del antiguo Egipto. Este mito osiríaco es un añadido a la cosmología heliopolita, y posee una moral que se incluyó en la religión egipcia de salvación.
Osiris, un rey que había vivido entre los hombres, era también el dios de los muertos.
Fue un rey benefactor de sus súbditos. Asesinado por un rival y vengado por su hijo, resucitó en virtud de un llamado a la vida por el amor de Isis. Una vez resucitado de entre los muertos, gobernó sobre los “muertos”. Se trata de un dios de la vida que sigue a la muerte y por ello “convirtió” a la religión egipcia en una religión de salvación.
Prosiguiendo con el mito, cuando Isis logró reconstruir el cuerpo despedazado de Osiris, éste fue abrazado por el dios creador Ra, se mezclaron sus almas y ambos constituyeron en adelante una única divinidad.
Aquí tenemos como resultado, a un dios; un dios de la resurrección y la vida, que podemos comparar con otro personaje: el bíblico.
A su vez, entre el pueblo azteca, también surgió un mito sobre cierto rey barbado denominado Quetzalcoatl, que civilizó a los toltecas y partió por mar hacia el Oriente.
Según una profecía, algún día Quetzalcoatl volverá del mar. Para algunos fue un aventurero blanco europeo que estuvo en México y fue tomado por un dios (Véase: George C. Vaillant: La civilización azteca. México, Fondo de Cultura Económica, 1973, pág. 147).
Quetzalcoatl, “la Serpiente Emplumada”, fue el dios de la civilización y parece haber sido adorado extensamente bajo distintos aspectos.
En el Perú, se produjo al parecer un caso similar. Viracocha fue el creador de todas las cosas incluyendo otras deidades, y era inmortal. Sin embargo, a Viracocha se lo consideraba también como un héroe cultural que enseñó a su pueblo cómo debía vivir. Según la mitología incaica, Viracocha, luego de visitar todo el país con la finalidad de instruir a su pueblo, partió caminando sobre las olas desde las costas del Ecuador a través del océano Pacífico. De ahí que cuando el conquistador español Pizarro llegó al Perú, fue tomado por el dios que regresaba. Lo mismo le ocurrió a Cortés en México con respecto a Quetzalcoatl con el que quizás fue confundido. La similitud es notable.
Todo esto da pábulo a la hipótesis de que mucho antes de la llegada de los españoles y portugueses a las Américas, ya las habían hecho otros exploradores de otras naciones. Desde ya que las Américas no fueron descubiertas a fines del silo XV, sino que los exploradores y conquistadores europeos hallaron, al arribar a ellas, un continente ya poblado desde hacia muchos milenios a. C.
Conclusión: los mitos son universales, basta con leer la historia de los diversos pueblos del orbe para cerciorarse, y por tanto, los europeos y sus áreas de influencia, no escapan a este fenómeno impregnado de pseudociencias y creencias místicas.
Ladislao Vadas