Muchos son los que creen en la telepatía, en la clarividencia y en la telequinesia, entre otras cosas de locos, pseudocientíficos o ignorantes.
La transmisión del pensamiento y comunicación de sentimientos de una persona a otra sin intervención de los sentidos; la captación directa de frases escritas, objetos ocultos, etc, etc.… y la acción sobre objetos a distancia por obra de la voluntad consciente o por el inconsciente, entre otros supuestos fenómenos más, declarados por la parapsicología, ¿pueden ser creíbles sin lugar a dudas?
Su aceptación también implicaría la de una fuga del psiquismo, de la bóveda craneal, para ejercer una acción a distancia o entrever lo oculto.
De ser esto verídico, entonces nada altera a esas supuestas “ondas cerebrales” o “efluvios” o “emanaciones” o como se lo quiera llamar, ya que ni la gravedad terrestre, ni el magnetismo, ni la electricidad, ni las radiaciones de ninguna naturaleza pueden alterar el pensamiento, salvo ciertas sustancias químicas como el alcohol y los estupefacientes, que por otra parte actúan por vía sanguínea.
Pero hay un detalle que invalida toda presunción sobre estos supuestos fenómenos, cuyos relatos tanto subyugan a los amigos del misterio.
Si la energía psíquica, tren de ondas cerebrales, poder mental, fuerzas ocultas, o como se lo quiera denominar, existieran a distancia del cerebro (a veces a grandes distancias según lo afirman los creyentes en lo esotérico) con facultades para “ver” sin ojos, ni luz, lo que ocurre o va a ocurrir, y además accionara sobre objetos apartados para moverlos, etc., entonces ciertamente este mundo sería un pandemonio. En efecto, si las supuestas “fuerzas ocultas” de la mente interfirieran consciente o inconscientemente con otras mentes y objetos, entonces las personas se hallarían en plena confusión y las cosas (mesas, sillas, pianos, ropas, cuadros, máquinas, vajilla, etc.) danzarían alocadamente haciendo la vida imposible.
Por otra parte, mientras unas personas adivinarían los pensamientos de otras provocando infinitos conflictos con los “mal pensados”; rota la cortesía, el disimulo, la diplomacia y el necesario fingimiento, entonces otros sujetos dominarían mentalmente a su prójimo suscitándose situaciones injustas y lamentables de sojuzgamiento.
Nada de esto sucede. Las leyes físicas, químicas, biológicas y psíquicas se cumplen en todo el orbe; la Ciencia Empírica lo certifica con la repetición de sus experimentos, y el argumento de que son contadas las personas que poseen esos poderes mentales, es inconsistente, pues no existe un solo caso en el mundo, bien probado, absolutamente convincente.
Los hechos narrados con “veracidad” son meras coincidencias, y esto no va contra ninguna ley del azar, pues entre miles de millones de seres humanos pensantes que pueblan el globo, necesariamente deben producirse coincidencias de pensamientos, supuestas precogniciones y “sueños que se hacen realidad”, etc. Pero sobre todo, existe mucha subjetividad, sugestionabilidad, errores de observación e interpretación de los hechos, y finalmente mucho fraude y mentira.
Si realmente las formas energéticas psicogeneradoras (valga el neologismo) traspasan la bóveda craneal, por el momento no existe manera de detectarlas.
Ladislao Vadas