Únicos, históricos, líderes, carismáticos, mesiánicos, megalomaníacos, patrióticos, constructores de la épica… son los esdrújulos administradores de la esperanza ajena. Expertos en atrasar naciones.
A raíz de la situación de salud de Hugo Chávez, penosa y triste, más allá de cualquier posición política, es preciso analizar un poco el asunto de las revoluciones y los movimientos históricos, tan afines al acervo nacional y al de algunos países de Latinoamérica.
Los países del eje castro-chavista están en problemas, ya que se apaga antes de tiempo la vida del nuevo líder, del que vino a reemplazar histórica, política y cronológicamente a Fidel.
Este socialismo del siglo XXI, que como se dijo varias veces, no es otra cosa que el máximo comunismo que una democracia tolera sin romperse, necesita siempre de un referente máximo. Alguien debe elevar su voz por encima de los demás, en la región, para eyacular las tradicionales bravuconadas contra el imperio, contra la Coca Cola y contra Papá Noel, que como todo el mundo sabe, es un gordo oligarca que se viste de rojo solo para engrupir a los pibes comunistas.
También ese alguien debe ser el administrador de los fondos de la causa. Aliada regionalmente con el narco, dueña de las empresas “recuperadas para el pueblo”, y siempre capitalizada desde adentro y desde afuera.
Intentando ser un poco más claro: si usted es “el pueblo” y le dicen que recuperaron una empresa para usted, no les crea. Le están mintiendo. La empresa se recupera para “la causa”, que no tiene ni fronteras ni bandera. ¿Se acuerda todo aquél asunto de “la patria grande latinoamericana” y sarasa sarasa”? Bueno, viene por ese lado la milonga.
Las revoluciones nacionales y populares
Ya sea que entren a sangre y fuego, como Castro, o por la ventana comicial de la democracia, como Chávez, estas revoluciones, o movimientos históricos, llegan siempre para quedarse. Y, como sus líderes invariablemente son sempiternos, la formación de cuadros políticos que los sobrevivan es vana. No tiene caso hacerlo porque, al fin, nadie podrá jamás equiparar al Padre de la Patria. Además la política queda relegada frente a lo que frecuentemente llaman “mandato histórico”.
El líder es el que decide todo mientras vive y deja el destino por escrito en sus inevitables máximas. Interpretadas por bíblicos fantoches décadas adelante. Para que la bailanta popular nunca decaiga.
Desde la megalomanía del líder, él es el todo y el sentido, el amo que debe ser temido y amado al mismo tiempo. Y ahí es cuando pifian. Porque los “nuestros” aman, pero los contreras siempre nos terminan tomando bronca. Por aquello de temernos, más que nada.
Obsérvese la actualidad venezolana, donde la Revolución ya lleva trece años de implante. Lo que para cualquiera de nosotros es demasiado tiempo, para la revolución es apenas el primer pasito. Ahí anda Fidel, con 54 años de poder, diciendo que “la Revolución marcha bien, pero todavía falta…”.
Asunto que los amigos venezolanos hace más de 20 días que tienen a su presidente agonizando en Cuba, y la Revolución no les brinda ni siquiera un parte médico.
Estamos hablando de un mísero parte médico, en 2013, ¿ok?
Se ha conocido, no sin sorpresa, que el alcalde de Caracas ha propuesto que viaje a Cuba una comisión integrada por funcionarios, políticos opositores y médicos destacados, para constatar a ciencia cierta el estado de salud del Presidente. Del de ellos. Parece una noticia del siglo XIX, cuando había que embarcarse varios meses para ir a ver a un fulano en Europa y volver.
Tal es el nivel de sometimiento al “relato”, que una sociedad como la venezolana —que en muchos aspectos se parece bastante a la argentina— que tiene su pobreza pero también sus sectores del trabajo y de la empresa, su clase media, sus universitarios y sus intelectuales, carece de verdad.
Todos, chavistas y contreras, 13 años dentro del siglo XXI no pueden vivir en la verdad, sino tan solo en esa regulada y regulable realidad que la Revolución quiera contarles.
Exacto panorama al de los amigos cubanos, con un 30% de su población en el exilio, y ya, al cabo de 54 años dócilmente “revolucionados”. Cocinados, como la rana de la que hablaba notas atrás. Da pena. Subleva. Da miedo.
La única verdad es la realidad, y la realidad la dibujamos nosotros. ¿Le suena familiar? Es “el relato”.
El movimiento como revolución
Y acá tenemos que caer, una vez más, en el eje de los mil desvelos intelectuales argentinos. El peronismo.
Diez años gobernó Juan Perón a la Argentina, antes de su derrocamiento en 1955. Una década que nos pudo dividir como sociedad, pero en la cual indudablemente “se hizo”. No es necesario hacer aquí una síntesis de los primeros dos gobiernos de Perón. Lo que importante en este caso es, cuanto nos costó a los argentinos “el movimiento”. En el argot de los muchachos, la tercera posición.
Perón, precisamente, como Chávez o Castro, nunca se preocupó por formar cuadros que pudieran sucederlo. Estaba Eva, que se le murió tan joven, y que era mucho más guerrera que ejecutiva. Y nadie más.
Exacerbó los odios a tal punto que hizo brotar a los demonios más horribles. Los que llegaron a bombardear Plaza de Mayo. Con el pueblo abajo, corriendo por las calles.
Los asesinos impiadosos nunca debieron serlo. El general omnipotente tampoco debió serlo. Una república unida y poderosa debió brotar al cabo de esa década, a favor de la riqueza de posguerra. Pero brotó el odio y con escasos intermedios casi primaverales, no se detuvo hasta nuestros días.
Nunca supimos pisar la pelota y levantar la cabeza para tocar con uno de los nuestros. La reventamos de puntín para adelante, a la derecha, o a la izquierda, pero siempre lejos, siempre a un contrario.
Cuando miramos sin fanatismo la historia argentina de los últimos sesenta años, cuando observamos la secuencia de asesinos con uniforme, asesinos de civil, otra vez asesinos de uniforme, ladrones de civil por la derecha, ladrones de civil desde la izquierda, el país saqueado una y otra vez bajo cualquier bandera, nos preguntamos cuántas patrias nos hemos gastado por estar en contra o a favor del “movimiento”. Si hasta dos guerras en el medio hemos tenido. ¿Cuántas Argentinas derrochamos al cabo de estas tres generaciones?
Cuando decimos “patrias” hablo de gente, de sueños y también de riquezas desde luego. De todos los que nos mataron y de todo lo que nos robaron. De todo lo que aún hoy nos continúan mintiendo. Sesenta años nadando en realidades redactadas por tres vivos y sin verdad.
Antiguallas de hoy
Independientemente de boletos picados y hazañas a por venir, sesenta años después de la primer locura otra vez estamos con un “modelo histórico” que no tiene líder de recambio. Con un relato único, definitivo, bogando en una realidad que no es verdad.
Para usted no, ya sé, para mí tampoco, pero ahí tiene casi 12 millones de votos todavía tibios, y que garpan.
Resulta que, otra vez, al cabo de una década de gobierno, el “conductor” no se ha tomado la molestia de formar posibles sucesores, o de acercarlos y darles horas de vuelo. Cristina eterna, Cristina única. Cristina me ama, Perón me cuida, Videla me salva, Santucho dignifica, Alfonsín refunda, etc., etc., etc.
Y, entonces, millones de argentinos otra vez buscamos un nombre, una cara, un discurso. Un nuevo y fresco padre de la patria que venga a... fracasar. Como lo hicieron todos. Lo más gracioso es que se cuentan por millones los que, increíblemente, la buscan dentro del propio “movimiento”, lo que equivale a tratar de curarse la quemadura con fuego.
Iniciado 2013, intercomunicados con el mundo mediante un aparatito, los argentinos estamos en las calles defendiendo república y justicia, porque se las quieren volver a robar. ¿Estamos todos locos, no?
Punto de inflexión
No sé usted, pero el que acá escribe, no quiere saber más nada ni con revoluciones ni con movimientos, ni con procesos, ni con épicas irrepetibles, ni con modelos.
No apoyo nunca más a ningún gobierno esdrújulo. Recuso de por vida formalmente a mesiánicos, únicos, carismáticos y líderes.
No banco más salvadores ni padres de la Patria, que los providenciales se vayan a otro lado. De hecho, que nazcan, de ser posible, en otro lado.
Basta de Sanmartines y suicidas. Basta de intelectuales color sepia que me expliquen que no vivo lo que vivo. Y me giren las agujas del reloj en anti horario.
Quiero un grupo de gente sensata, idónea, y decente. Para que no haga locuras, para que sepa gobernar y para que no me robe más. Como hasta ahora. Que no me expliquen más y que gobiernen, porque si algo sobra somos los explicadores.
¿Es tan difícil, entre cuarenta millones de personas, poder juntar veinte tipos decentes y que sirvan para algo?
Fíjese usted que, acaso, el desafío histórico consista, en encontrarlos y reunirlos.
Por ahí el movimiento necesario es el de tomar consciencia, para tomar conciencia.
Y hasta capaz que la auténtica revolución es la decencia.
En una de esas, simplemente tardamos 60 años en darnos cuenta...
Fabián Ferrante
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