Existe una auténtica inquietud popular acerca de los artistas y celebrities que se manifiestan oficialistas, que militan, defienden el modelo y dan la vida por Cristina Fernández.
Intentaré, en este “articulejo”, explicar algunas cosas que, acaso, puedan ayudar al lector a interpretar un poco mejor este fenómeno.
Lo primero que se debe hacer es diferenciar al que está ya cumplidito del que no es más que un laburante. Es decir, tamizar inicialmente a un Gieco, de un Copani; a un Páez, de un Tognetti.
Los que están hechos son, normalmente, veteranos combatientes culturales hoy aburguesados, que se pueden dar el gusto de profesar libremente su ideología.
Así, a gente como Federico Luppi, León Gieco o Víctor Heredia, nada le cambia por apoyar abiertamente a un gobierno porque tienen el suficiente resto económico como para que vivan tranquilas un par de generaciones. Mientras el kirchnerismo dure, seguirán facturando. Antes, también lo hicieron y lo harán, incluso, cuando CFK tan solo sea un mal recuerdo.
Pueden llegar hasta a abjurar del vil capitalismo que los puso en esa posición. Total ya la tienen encanutada. Ya estuvieron, bajaron, se marearon con las luces del centro, se despertaron y pueden pararse en cualquier sitial del hipócrita arco marxista, que va desde putear al contrera, hasta olvidarse de los pibes que se mueren de hambre en el noroeste argentino. Tienen la impunidad que el populismo brinda en la Argentina, para que una mostradora de gambas se convierta en socióloga.
Lo mismo puede decirse, por la opuesta, de un Ricardo Darín. Tiene licencia para el libre decir. Pero los laburantes son, apenas eso.
Hay que comprender que, normalmente, todo artista conocido suele tener un cuarto de hora más o menos importante, (donde se la lleva), pero que en la enorme mayoría de los casos el arte no garpa. Son largas vidas de mendigo, con algún que otro fugaz reinado, pero durante las cuales la olla hay que pararla todos los días.
En un sistema como el kirchnerista, donde se regula y manipula la difusión aún más que en épocas dictatoriales, el artista que no "pertenece" no puede pelechar. Las jóvenes actrices no pueden venirse viejas sin haber facturado lo suficiente, muy pocos galancitos se animan, como Luis Luque, a envejecer mostrando su digna panza y su papada, y poquititos Campanella tienen chapa afuera como para poder filmar sin arrodillarse ante el INCAA.
Juan José Campanella ha dirigido a Mariska Hargitay en “La ley y el Orden”, y cualquiera sabe que Olivia Benson es más seria que Sergio Berni.
Cuando se ve una corte de famosos militantes, debe interpretarse que son los mosquitos viajando en el cuerno del buey.
Respecto de los músicos, en particular, la cosa es aún más seria.
El músico popular comienza su carrera inevitablemente de modo amateur, y en un momento de su vida se ve ante la obligatoriedad de profesionalizarse, (para intentar ser el uno de los que llega, entre millares) o largar la idea de vivir de la música, para ir a trabajar.
Toda una vida metido dentro de una sala de ensayo, aturdido, tocando hasta tarde, en muchos casos también incursionando en lo que la noche suele brindar y que hace mal a la salud. El músico, en la mayoría de los casos, llega a la madurez siendo apenas un... músico.
Podrá ser bueno, o no tanto, pero lo que es seguro es que se perdió una parte importante de realidad, ya que ha vivido absorto en otro asunto.
Es casi imposible, le garanto, cavilar sobre la problemática económica mientras se está tratando de hacer entrar un Mi menor en una progresión de acordes que se le resiste. De ahí, es como que no suelen ser demasiado duchos a la hora de argumentar… ¿Se interpreta? (guiño - guiño).
Quizá el problema principal sea que, la gente, suele prestarle a la opinión de los famosos mucha mayor entidad de la que tienen. Los toman como referentes válidos de opinión cuando son otra cosa. Ahí tiene usted sin ir más lejos a “Diegol”. El más famoso. El más absurdo.
Pasa también que la política, que es más viva que el hambre, sabe utilizar muy bien esa confusión del ciudadano. Y ante la falta de capacidades de propio cuño, sale a reemplazar intelecto por popularidad.
En tiempos como los que corren es más sencillo y redituable memorizar la marcha que un denso guión teatral. Al cabo, todo es mera representación.
Estos son los motivos por los cuales el lector, a veces, no entiende bien cómo es posible que esa persona que le gusta tanto desde la pantalla se haya convertido en militante, candidata, o émula del Che Guevara, pero con tetas. Pasa que hay que comer.
El kirchnerismo es un oasis de tinto para el curda.
Hay que decir que, culturalmente, este gobierno es un genuino resucitador de piojos. Pero no hay que preocuparse demasiado. El próximo probablemente sea peor.
Fabián Ferrante
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