Parafraseando a Francis Fukuyama, y desde nuestra humilde mesa del bar de los opinadores clandestinos, nos atrevemos a confirmar, no sin un dejo de dolor, el fin de la Argentina. Al menos tal como muchos la hemos conocido.
Hubo un tiempo que fue hermoso
Cuando comparamos lo que nos tocó vivir frente a lo que hoy se vive, hay que decir que este país, probablemente nunca fue maravilloso. Pero podemos afirmar que fue mejor.
Muchísimo más allá de las políticas y los políticos, de los milicos y los civiles, de la abundancia o la escasez, la verdad es que Buenos Aires era una aldea muy agradable para vivir. Una hermosa mujer a la que cortejábamos con placer y con orgullo, porque nos devolvía sonrisas pícaras, de esas que regocijan.
Nos centramos en Buenos Aires porque aquí estuvimos, pero la realidad es que todas las grandes ciudades argentinas, con sus matices regionales, supieron ser mucho más agradables que en la actualidad.
Los que atisbamos los ´60 y abrimos bien los ojos en los ´70, pudimos conocer tiempos de módica belleza ciudadana, aún en marcos sociopolíticos tempestuosos.
Todavía era La Reina del Plata, rehusándose a cualquier abdicación.
Las calles eran de la gente. La vida valía la pena ser vivida. Había sueños.
Pero, ¿cómo le explicamos a los pibes que podíamos ser felices aún rodeados de gobiernos y actores necios, acaso tan necios e incapaces como los actuales?
¿Cómo hacemos para contarles que prácticamente nadie iba al psicólogo ni tomaba ansiolíticos ni antidepresivos?
¿Dónde radican las sustanciales diferencias entre el ayer y el hoy, que permitían convivir con más sonrisas, tolerancia, arte y amor que en estos días?
Las diferencias estuvieron y están, como siempre, en la gente.
La gente era distinta, la gente era más gente.
Metamorfosis social
Los que protagonizan la escena social del nuevo siglo, se parecen mucho más a los minoritarios de aquellos tiempos, que a la mayoría.
Se ha producido una inversión de la ecuación social y cultural.
Marginales, intolerantes, sectarios, violentos, ignorantes, ladrones, cagadores, viciosos, asesinos, meretrices vocacionales, vagos, degenerados, egoístas, burladores, especuladores y vendedores de autos usados eran franca minoría.
La mayoría eran los decentes. Se vivía mejor.
Aquella vieja mayoría viene perdiendo soldados a pasos agigantados. Se los lleva la edad, se los llevan las circunstancias, se los lleva el egoísmo ajeno, caen víctimas del desamor, son rehenes del ego de los otros.
Y el reemplazo generacional viene mal ensamblado de fábrica. Tiene más balcón que baldosa. Más claustros que aventuras. No conocen el olor de los jazmines. Nunca robaron una mandarina ante el guiño cómplice del verdulero. Tampoco saben de robar un beso. Les falta la otra mitad de la vida.
Los otros
Los que bajaron de los barcos fueron mayoritariamente europeos, y de latinoamérica casi exclusivamente el uruguayo (que era casi lo mismo que un argentino, pero con menos ego y más orgullo) poblaba las ciudades interactuando con los locales.
Hijos y nietos de nacionales de cualquier color de piel se integraban sin demasiado esfuerzo al colectivo social, y pasaban a ser parte lo mismo.
Todos, locales y visitantes, jugábamos a estudiar y laburar, tratando de progresar desde la decencia.
Después algo pasó con las inmigraciones y las culturas.
El viejo crisol de razas se fue convirtiendo en un pastiche donde cualquiera viene de cualquier lado y hace lo que se le antoja.
Y el problema no es el médico peruano, sino el peruano ladrón.
Y el problema no es el laburante boliviano, sino el boliviano narco.
Creemos firmemente que nos mandan a los peores. Y si se realiza la sumatoria de nuestra propia involución social con el agregado de lo peorcito de la región, entendemos un poco mejor la metamorfosis descendente que está terminando con la sociedad que conocimos.
Condenados al éxito
No sabemos si este país mejorará en los tiempos venideros, tampoco si continuará empeorando. Otros políticos vendrán y otras situaciones se vivirán.
Pero lo que es seguro es que la sociedad que conocimos se extingue a pasos agigantados. Y deja su lugar a otra, que es diferente.
Quizá se terminará por abolir el tango y el rock nacional para imponer por decreto de necesidad y urgencia músicas solo aptas para mover el culo y raperos que cantan en un castellano diferente.
A nosotros nos da un poco de pena ver a los pibes exultar su alegría mediante picadiscos que enganchan cosas que hizo otra gente en otro tiempo.
Quizá el decente será formalmente declarado especie en extinción y habitará zoológicos y museos.
A nosotros nos inspira un poco de piedad que deban relacionarse desde la pulseada moral, -Te miento antes de que me mientas vos; –Te aventajo antes de que aventajes vos.
Acaso no esté tan mal que tantas calles y criaderos de cuises se llamen Néstor Kirchner.
Es una forma de reconocer la vergüenza social que premia al éxito sin importar cómo se lo ha obtenido. La beatificación del ladrón. El culto a la mentira.
En una de esas alguien funda la Universidad Fernando de la Rúa, para la promoción de profesionales de la impotencia intelectual.
Es una manera de vivir sin haber pisado jamás, descalzo, el pasto.
Lo único que solicitamos es que le cambien el nombre. Esto no merece llamarse República Argentina.
Hagan como Bolivia o Venezuela. Pónganle algún nombrete que la defina, mejor. República pejotariana, Patria grande de los otros….. funden, incluso un reino si tienen ganas, una región grande y salvaje, narcontina o jodazonia… lo que se les ocurra. Total ya se han quedado con todo.
Los sobrevivientes de la Argentina resistimos como talibanes de la memoria y la palabra. Hasta que nos callen, o nos callemos solos, por no encontrar receptores para lo que tenemos por decir.
Ya se está volviendo mucho más atractivo recordar, que salir a la calle.
Fabián Ferrante
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