Más de 12.000 kilómetros de distancia separan a Buenos Aires del Oriente Medio.
A lo largo de los tiempos, uno sigue preguntándose qué diablos tenemos que ver los argentinos con el eterno conflicto político, étnico y económico que allí se desarrolla.
En la Argentina existen colectividades emigrantes e hijas de emigrantes de lo más variadas. La baja relación entre territorio y población, sumado a la riqueza intrínseca de este país, atrajo a emigrantes, vueltos inmigrantes una vez aquí, de todos los rincones de la Tierra. Existen, desde luego, colectivos mayoritarios que descubrimos con simplemente prestar atención a nuestros propios apellidos.
Puede afirmarse que españoles e italianos siguen siendo nuestros principales ancestros. También puede aseverarse que la presencia del hombre de fe judía en nuestras sociedades es, cuanto menos, parte de nuestra tradición y acervo cultural.
No es mera inmigración el caso judeoargentino, es presencia de esa fe desde alrededor del siglo XVII. La colectividad árabe no judía en la Argentina no es nada menor. La presencia e inserción del árabe musulmán, o de fe diversa, también tiene una trascendencia social inocultable. Están en Argentina desde alrededor de 1850. Lo que equivale a decir que, como en el caso del judío, somos también nosotros.
Hemos crecido junto al "ruso" y al "turco". Cada uno con sus peculiaridades y costumbres, pero siempre juntos.
No consigo recordar actos extremos de enfrentamiento entre estas colectividades en suelo gaucho.
El “ruso” casi siempre va al arco, por lo general es el dueño de la pelota; el “turco” es más apto para jugar de enganche, engrupe a los rivales mostrándosela, para tocar a un costado con el wing.
Locales, rusos y turcos, siempre jugamos en equipo.
Sin embargo, en los noventa tuvimos un presidente demasiado banal. Que hizo arreglos y negociados de todo pelo y laya, con quien fuera y para lo que fuera. Y de tan banal y amoral que fue, al traicionar algunos compromisos trajo a este país ecos de los conflictos tan lejanos. Ecos demasiado sonoros para nuestro entender. Dos voladuras y decenas de muertos en pleno Buenos Aires no son moco de pavo.
Mató argentinos. Nos quitó jugadores del equipo.
20 años después, una presidenta de la misma procedencia que el anterior, otra vez coquetea graciosamente con los comandantes del conflicto que puede desatar la tercera guerra. La mundial, la brava. La que no fue, pero alguna vez bien puede acontecer.
Uno ya pensaba que habían entendido de qué iba el asunto. Desafortunadamente no fue así.
En aras de beneficios nunca aclarados, Cristina Kirchner toma partido por el nuevo amigo iraní. Le cede soberanía judicial y twittea que si existe un nuevo atentado en Argentina, ya sabe uno hacia dónde debe mirar.
Lo implica con sus adolescentes verborrágicas elipses. Lo dice desde esa extraña forma que tiene para trivializar hasta la obscenidad temas feroces: si vuela algo, la culpa es de Israel.
No preocupa tanto que Cristina quiera ser la reemplazante de Chávez como referente de Irán en la región. No quita el sueño que se meta en un campo minado bailando al ritmo de una murga del Vatayón Militante. Lo que jode, más que nada, es que sea la presidenta de la Argentina.
Desde acá miramos en la tele del bar, cuando terminamos de jugar, cómo la tierra que habitamos vuelve a ser mencionada dentro de un conflicto ajeno. Ajeno para “el turco”, que dio seis asistencias y metió tres goles... Ajeno para “el ruso”, que sacó un penal al corner. Ajeno para el tano, que juega de 4, y para el gallego, que se comió dos goles bajo el arco.
Los muchachos nos miramos entre nosotros y no entendemos bien cómo es posible que un país que debiera aprovechar a su favor tanta riqueza, y el punto estratégico del planeta al que la creación nos destinó, se envuelva sólo, una y otra vez, en batallas distantes, en riesgos ajenos, en absurdas posiciones nada gauchas. Nada gallegas, nada rusas, nada tanas ni turcas.
Cuesta entender que en un país donde la gente pide y hace paz, los gobernantes nos regalen odio y vientos de guerras.
Fabián Ferrante
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