A pesar de los intentos fallidos por prorrogar el "congelamiento" de precios hasta las elecciones de octubre, el gobierno debió ceder ante la presión de hipermercados y alimenticias, y achicar de 10.500 a apenas 500 los productos que supuestamente se mantendrán sin variantes.
Un repaso de la lista permite comprobar rápido que esa canasta poco y nada podrá hacer por defender el golpeado poder adquisitivo de los argentinos.
Razones más profundas explican el martirio al que viene siendo sometido el bolsillo desde hace más de cuatro años, cuando el gobierno empezó a perder la coordinación de las principales variables macroeconómicas, con déficit fiscal, disparada del gasto público y emisión más alta de lo aconsejable incluidos.
La política de "parche permanente" se convirtió en una mala costumbre del gobierno cristinista, y eso se notó en el sector energético, donde fue necesario echar mano de YPF, y en la caída de reservas, ante lo cual se lanzó un controversial blanqueo de capitales en busca de dólares que no llegan por vía de inversión genuina.
El recalentamiento de precios fue subestimado por la gestión económica y se quiso disimular el constante incremento en los bienes y servicios con paritarias cada vez menos eficaces, teniendo en cuenta que solo alcanzan a un universo reducido de trabajadores y dejan en la cuerda floja a gremios chicos, empleados en negro y desempleados.
Pero el ajuste constante de los precios de la economía -condimentado por un dólar barato cuya fuga debió frenarse vía el cepo- provoca imprevisibilidad entre los actores económicos y daña los proyectos de familias, además de herir de muerte una de las principales virtudes de cualquier economía, la capacidad de ahorro.
Como no saben en qué ahorrar, los argentinos reciben los pesos y optan por correr al supermercado o a la cadena de electrodomésticos para comprar -a un costo cada vez más alto- antes de que los productos aumenten.
Esa realidad, alejada solo por ahora de la hiperinflación alfonsinista o la sufrida en los inicios del menemismo, debería igual poner en alerta a la presidenta Cristina Fernández, a quien sus colaboradores parecen empecinados en transmitirle un mundo color de rosa.
Pero la jefa de Estado no es "idiota", como ella misma lo aclaró en su duro discurso en Lomas de Zamora en el que le apuntó a Daniel Scioli por no defenderla, y por eso viene cargando duro contra los formadores de precios y los empresarios por las remarcaciones.
Tal vez nunca lo reconozca, pero Cristina sabe que inflación e inseguridad (acaba de cambiar a la ministra Nilda Garré) son las principales deficiencias del modelo por estas horas.
Eso explica también que haya lanzado el plan "Mirar para cuidar", el cual pensó inicialmente poner en manos de La Cámpora, pero luego recapacitó al darse cuenta que era una jugada riesgosa.
Por eso le pasó la pelota a los inspectores y los municipios, por ahora apenas medio centenar, donde se efectuarán las supervisiones más férreas.
No es que Cristina haya desconfiado a último momento de La Cámpora, la agrupación que regentea su hijo Máximo y donde la estrella es el diputado Andrés "Cuervo" Larroque.
La jefa de Estado buscó preservar a su militancia ante el probable imponderable de que el control de precios falle y la inflación continúe erosionando las bases del modelo.
A esta altura de los acontecimientos, la Presidenta solo parece confiar en la lealtad ciega de la militancia que jura armar "kilombo" si los "gorilas" la "tocan".
"Ustedes son mi vanguardia y mi retaguardia", los elogió la jefa de Estado en su último acto, casi resignada a son cada vez menos los sectores de su movimientos dispuestos a poner el cuerpo por ella.
Fue una forma de reconocer su convencimiento de que ante el primer traspié severo que sufra su administración --y allí la economía desempeña un rol clave-, muchos podrían abandonar el barco con la velocidad del rayo.
La presidenta también admitió estar "cansada" de ser blanco de ataques, pero aclaró enseguida que no "cansada de gobernar".
En medio de estas palabras, el 10 de diciembre de 2015 el "kirchner-cristinismo" cumplirá doce años y casi ocho meses en el poder.
Un tiempo más que prudencial para pensar en la hora de la renovación de cualquier proyecto político-económico.
José Calero
NA