El gobierno en pleno buscó erradicar la idea de cualquier posibilidad de devaluación y apuesta a que el blanqueo de capitales permita descomprimir una plaza cambiaria que se complicó más de lo esperado, mientras persiste la sequía de dólares para la inversión.
La presidenta Cristina Fernández buscó enviar una señal contundente y definitiva a los operadores económicos y a la población en general, de que por más presiones que reciba, no depreciará la moneda.
"No voy a devaluar", enfatizó la jefa de Estado, quien por primera vez aludió a fondo a un tema tan sensible para la historia económica argentina.
La Presidenta comprendió a su vez que su gobierno había subestimado el problema que representa para la economía la imprevisibilidad generada por la depreciación permanente del peso.
Pero nunca admitirá que el mayor error parece haber sido aceptar la idea de aplicar el cepo cambiario, la inédita prohibición de adquirir moneda extranjera, que derivó en un descalabro económico aún en sectores que venían funcionando bien, como la construcción.
También sabe que el dólar está retrasado y que es una de las razones -no la única-, de que la economía haya perdido competitividad en un mundo que "se cayó a pedazos".
Pero el problema de la competitividad de las empresas locales confía resolverlo con mayores subsidios y políticas activas, y no por la vía de una devaluación ortodoxa que destrozaría salarios ya de por sí atrasados respecto de la inflación y no haría sino aumentar los 10 millones de pobres que, según el Barómetro de la UCA, hay en la Argentina.
"Los que quieran ganar plata con una devaluación van a tener que esperar otro Gobierno, no con nosotros", dijo la jefa de Estado, que también por primera vez aludió a la posible herencia que dejaría su gestión.
Cristina confía en que los ingresos por exportaciones de soja y los 5.000 millones de dólares que el gobierno espera ingresen al blanqueo de capitales permitirán descomprimir la tensión en el mercado cambiario.
Al menos así se lo prometieron el viceministro de Economía, Axel Kicillof, y el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno. Ambos funcionarios se mostraron juntos en esta minicrisis, pero tendrían diferencias sobre lo que se debe hacer con la economía, que van desde lo ideológico -Kicillof viene de la izquierda y Moreno de la derecha peronista- hasta lo instrumental.
Moreno cree que el problema del dólar paralelo se podría haber solucionado de entrada si el Banco Central utilizaba parte de las reservas para torcerle el brazo al mercado en forma rápida.
Kicillof parece convencido de que la historia de especulación en la Argentina dejó una huella mucho más profunda de lo que se cree sobre la forma en que los argentinos deciden protegerse de la inflación en momentos de desconfianza, pero era más partidario de un desdoblamiento cambiario.
Ninguno de los dos hombres clave de la economía supo aplicar un plan que permitiese contener un costo de vida que se disparó el 25 por ciento anual en los últimos cuatro años y se convirtió en la verdadera raíz del problema que complica a las bases de la economía por estos días.
Cristina escucha a sus principales asesores en materia económica y luego decide en la soledad de Olivos.
Parece decidida a cualquier medida antes que devaluar: "Está visto cómo quedaron los Gobiernos que cayeron en las recetas devaluacionistas", enfatizó, y la razón la asiste.
Pero de la inflación y el cepo cambiario prefiere no hablar, a pesar de que constituyen pecados originales de un modelo que tarde o temprano habrá que afrontar.