El hombre es, según se lo modela se suele decir. Esto en realidad no es estrictamente así, ya que existe una base genética programada naturalmente que se traduce en temperamento individual a la que se añaden luego las vivencias o choques del individuo con el entorno que a su vez remodela lo innato. De ahí surge el carácter, se dice.
Pero no solo eso, sino también una atemperación de las naturales predisposiciones malsanas inscriptas en el ADN, o por el contrario su exacerbación. Lo mismo ocurre con las predisposiciones benévolas. Se pueden dar cuatro posibilidades básicas (con sus intermedios graduales):
1) Cuando un mal ejemplo se suma a una mala inclinación, nace el depravado; 2) cuando el buen ejemplo se suma a una buena predisposición natural, surge la persona excelente; 3) cuando una naturaleza innata con buenas predisposiciones recibe ejemplos nocivos en la vida y sobre todo durante las primeras experiencias, que son las que más se fijan y gravitan, puede tornarse deshonesta; 4) finalmente, un individuo provisto de una base genética negativa, puede ser corregido y bien encaminado con los consejos morales y buenos ejemplos.
Esto es fundamental aunque siempre relativo dada la naturaleza humana y las variables circunstancias. Los ejemplos dados son en líneas generales, ya que puede darse el caso de que a una persona que posee tendencias sanas innatas, no le hagan mella los malos ejemplos y también que una predisposición mala, pueda ser de tal intensidad que ningún ejemplo bueno pueda atemperarla. A su vez, el hombre básicamente malo que recibe ejemplos malos a consecuencia de ciertas circunstancias o golpes de la vida puede, en algunos casos, transformarse en bueno, de modo que la “suma anterior no tiene por qué dar resultados absolutos. O mejor dicho, los puede dar siempre que no se añadan dichas “lecciones de la vida”.
Creo que todo esto resulta comprensible. Pero… sean como fueren los casos, ¿qué otro recurso le queda por ahora al hombre, que tratar de morigerar las tendencias innatas malsanas de la “especie sapiens”?
Esto significa lisa y llanamente que todas, absolutamente todas las personas del orbe que están “del lado de la justicia, la bondad, la morigeración, la nobleza, la buena voluntad”… y todo lo relacionado con la integridad del individuo, deben poner todo el empeño posible para arreglar esta sociedad humana.
¿De qué modo?
Según la tétrada recién expuesta, la consigna es: difundir la moral y dar buenos ejemplos con tesón, sin descanso. Esto me ha sido inspirado por mi padre que era pura bondad a lo que yo agrego que jamás hay que casarse con dogma alguno y quedar tranquilos en la suposición de que son los moralistas, los sacerdotes de infinitas religiones… esto es “los otros”, los encargados de esa tarea, y proseguir “los ajenos al tema” con sus ocupaciones con fines de aumentar sus ingresos, sus placeres, sus éxitos, vanidades y dar cabida a sus devociones religiosas… ¡Total, otros son los encargados de encarrilar a los hombres! (se piensa).
¡No! ¡Mil veces no! (Aparte de los padres), todo director cinematográfico, de televisión, radio, diarios, revistas editor de libros, publicitario, gobernante, maestro, profesor, hermano, tío, abuelo… simples hombres de la calle, todos los que guardan la moral la practican, sin excepción alguna, en el hogar, las escuelas, universidades, clubes, canchas de deportes, templos, monasterios, hospitales, comisarías, durante las celebraciones, reuniones, actos culturales, y en la mismísima calle y plazas públicas, deben tener la firme obligación moral de difundir la ética acompañándose de excelentes ejemplos.
¿Locura? ¿Ingenuidad? ¿Qué hay que dejar esa tarea a los moralistas a los sacerdotes de “las mil y una” religiones, a los monjes…, esto es ¡a los otros!?
¿Nada más absurdo, señores cómodos! Todos absolutamente todos debemos bregar por difundir la moral a pequeños ¡y adultos! ¿O por ventura se creen los adultos que por ser tales, ya no necesitan del consejo ético, de una lección, de un toque de atención en la vida? ¿Autosuficientes, eh? ¡Pobres! ¡Dan lástima si se creen enteros por ser adultos! Incluso sus propios hijos les pueden dar buenos ejemplos o enrostrarles sus malos comportamientos.
¡Bueno! ¡Ahora resulta que el autor de esta nota Ladislao resultó ser un moralista! (Dirán sorprendidos algunos lectores).
Para muchos, el moralista puede representar una especie de individuo molesto, que incomoda el “albedrío” del que debe gozar todo hombre, y por otro lado, el ateo suele ser conceptuado casi como una especie de delincuente, y entonces… ¡un ateo moralista! ¿No es acaso sospechoso? ¿No suena a absurdo?
¿Es así? ¿Debe ser así? Les digo a los antimoralistas, les doy un toque de atención –por si no lo saben- que finalmente, de rebote, todos recibimos como un bumerán en la cabeza, los resultados de nuestras comodidades, de nuestras desaprensiones, desidias y el delegar siempre en manos de supuestos terceros “competentes” aquello que nos incumbe directamente.
“Siembra vientos y recogerás tempestades”, dice un proverbio. Yo digo: “no siembres nada y recogerás miserias”. ¡Claro! ¡En este caso miserias humanas!
El moralista es, claro está, como un insecto zumbón molesto, que perturba la “paz, tranquilidad y comodidad” de todos aquellos que relegan responsabilidades. Pero aquí la cosa va en serio señor Homo sapiens, y atañe a toda la humanidad con repercusión en cada uno de nosotros.
Finalmente, cabe añadir que aquellos que cultivan las pseudociencias, son reprobables, pues engañan a los jóvenes que aún no saben qué es la vida, embarcados en pamplinas en lugar de nutrirse de la auténtica ciencia de la mano de la ética.
Ladislao Vadas