En los últimos días la inquietud del sector financiero se ha ido incrementando. Es que la idea de que se empiece a gravar esa renta los preocupa y mucho, por lo que desde los bancos ya empezaron las advertencias.
“Que constituiría un impuesto nuevo que afectaría a los pequeños ahorristas”, dicen en las entidades. “Que la más perjudicada será la clase media”. “Que la renta financiera ya está gravada para las sociedades y las empresas”, entonces este gravamen sólo sería un nuevo impuesto que recaería sobre las personas físicas que hasta ahora no han pagado intereses por sus depósitos en plazos fijos, cajas de ahorro, bonos, etc.
Además, “que implicaría un retroceso, luego de haber promovido tanto la bancarización porque la gente evitaría depositar”, impulsando además el retiro del dinero depositado, reduciendo los fondos destinados a otorgar créditos, los que se volverían a su vez más caros porque la tasa debería subir para retener o atraer los depósitos.
“Que con la inflación vigente, gravar la renta sin que se autorice la deducción del ajuste por inflación, sería imponer un tributo no solo sobre la renta sino también sobre el capital que necesariamente incidiría sobre el crédito y el ahorro”.
“Que crear ese impuesto no redundaría en un incremento significativo de la recaudación fiscal”. “Que con él se promovería la economía informal”.
Si se desploma el ahorro, el volumen de circulante sería mayor, entonces “que el incremento de efectivo incentivaría la evasión y de este modo, se profundizaría la inseguridad, creando condiciones cada vez más óptimas para el lavado de dinero”
Todos estos, fueron los argumentos más relevantes que pudieron oírse, sin embargo, tanto desde el oficialismo como desde la oposición, ya se está estudiando muy seriamente el tema y se avanza con distintos proyectos para crear una ley que entre otros puntos, busca reducir la carga tributaria de los asalariados, permitiendo elevar el mínimo no imponible de ganancias.
¿Quién ganará esta pulseada?
Nidia Osimani
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