En otro escrito, en el tema acerca de las imperfecciones y las catástrofes de este traicionero mundo, quedó sentada la efímera duración de todo un proceso microuniversal como el que nos contiene con todas las galaxias. Allí en dicho tema he expresado que, aunque se centuplicara, por así decir, la edad que asignan los astrónomos a este universo de galaxias en expansión, y más aún, si este microuniverso pulsara un millón de veces cuya serie de oscilaciones durara la “friolera” de 80.000 billones de años, no por ello dejaría de ser tan solo un instante en la eternidad. ¿Cómo podemos apreciar entonces, la duración del proceso telúrico si la confrontamos con el del universo de galaxias?
Si calculamos en unos 5000 millones de años para la existencia de la Tierra (cifra redondeada), nos encontramos con que su edad es la cuarta parte de la hoy asignada para nuestro universo (microuniverso).
Más comparado con la duración de los ciclos de expansiones y contracciones de nuestro macrouniverso (universo total), resulta ser un episodio incalculablemente fugaz, tan efímero que pierde importancia para un Todo sordo y ciego que continúa su macha insensiblemente.
Esta visión de la momentaneidad, quizás sea chocante con nuestro concepto del tiempo. Los evos geológicos nos pueden parecer lapsos dilatadísimos; los miles de millones de años que demandó la transformación terráquea, una enormidad de tiempo. Sin embargo, comparado con los cambios más lentos en que consiste la evolución de toda una galaxia, por ejemplo, o la expansión del microuniverso, todo se ve diferente.
Ya sabemos que en realidad el tiempo no existe, sino que hay sucesión de cambios enlazados en un eterno presente. Si no existiera memoria capaz de registrar los cambios, si no hubiese conciencia alguna para conocer las huellas dejadas por el lapso de los cambios, como lo hace el hombre dedicado a la geología, entonces sólo quedaría el eterno presente que es ¡la única realidad!
Pero esta comparación consciente (según nuestra conciencia), nos servirá para comprender mejor el hecho de la existencia de nuestro planeta, de la vida sobre su faz, y precisamente de las conciencias humanas.
Nada tiene que ver esto, con una supuesta colonización por parte de unos supuestos extraterrestres que nos hayan observado en otros tiempos no muy lejanos en distintos lugares. Me refiero a las “oleadas de OVNIS” con sus tripulantes que habrían visitado con sus naves a nuestro querido (para muchos malquerido) planeta apodado Tierra. (Véase al respecto, mi libro editado, titulado: “Naves extraterrestres y humanoides, subtitulado: Alegato contra su existencia; Imprima Editores, 1978).
Ladislao Vadas