“Cuando
el mundo tira para abajo,
es mejor no estar atado a nada,
imaginen
a los dinosaurios en la cama”
(Los
dinosaurios, Charly García en
Clics modernos, 1983)
“Vivimos
en un período de neblina política, donde el peronismo gobernante ve difícil
construir una referencia, porque sus protagonistas estuvieron en los últimos
años en todos los equipos. Por eso, nunca pierden en este juego perverso del
empome; un estilo de ver la política con total falta de arrojo”, puntualiza
Jorge Asís, ante la mirada atenta pero algo molesta de Luis Majul, en la
noche del domingo 8 de mayo. “La
Argentina actual es una concatenación de feudos, unidos por la chequera del
poder. En los 90, reinaba un clima de negocios desenfrenados, mientras que
ahora la Argentina es un territorio amorfo, habitado por antropófagos. Mejor
dicho, por artófagos porque nos devoramos a nosotros mismo. El Ejecutivo está
presidido por un tipo que va detrás de los problemas, y los grandes
multimedios están siempre atentos a sus monólogos. Lo peor de estos es que
ni siquiera preguntan, entrando en una aceptación de esta anormalidad pues
los periodistas callan y otorgan por temor a ser apretados. Luego de esta
fascinación mediática, ¿cómo van a salir a la calle todos estos
colaboracionistas, cuando se den cuenta que el rey está desnudo?.
¿Quiénes darán la cara de
estos colaboracionistas, cuando esto se desmorone?, prosiguió,
mirando fijo a Alfredo Leuco, al citado Majul, y a Carlos Polimeni.“Este
es un gobierno degradador, semejante a los moriscos reinos de Taifa. Eso
conforma la Argentina, donde la cultura política es casi feudal en cuya cima
Kirchner no acepta ninguna repregunta. Cambia la Corte Suprema adicta a Menem,
por otra seguidora de él. Por eso el cambio en la misma es sólo cosmético.
Además, ataca todo aquello que la sociedad ya ha vilipendiado de antemano,
como a los militares genocidas y los corruptos de los 90. Así, se ha
conformado un país lateral, una Argentina trucha sin ninguna idea, donde se
discute la política como un simple problema salarial”, finaliza
con una sonrisa irónica.
En
el final de una agitada semana, donde la corporación mediática bombardeó a
rajatabla con el baile de los sobresueldos menemistas, la ausencia de debate
sobre la actualidad es obturada por un revisionismo trucho motorizado por las
usinas pingüineras.
Pues,
que mejor recurso que apelar al pasado reciente (plagado de mafias y
corruptelas), para hacerse el ético y reivindicar un engañoso presente donde
la realidad es congelada pro la inercia de la falta de autocrítica. Donde el
periodismo es sometido a un rol de mero espectador y acompañante del poder de
turno, auto amordazado (como bien se refirió Asís) por temor a perder la
gracia de la chequera del Ejecutivo.
Pero
por suerte, lo que no se acalla es el pensamiento vivo y atemporal de algunos cráneos
que, en este tiempo de neblina mental, adquieren dramática y
poderosa vigencia. Como Cornelius Castoriadis, quien de visita en nuestro país
el 9 de mayo de 1996, alegó: “Estos
procesos han condicionado el éxito de la ofensiva liberal, pero también han
condicionado la extraña evolución de la esfera política, que podamos
definir como la descomposición de los mecanismos de dirección de la
sociedad. No hay ningún tipo de control establecido sobre el personal político.
Y esto posibilita esa fantástica superficialidad, la esterilidad, la
incoherencia, y la versatilidad de los políticos. Es decir, la capacidad que
tienen de ponerse el saco y sacárselo y volvérselo a poner otra vez. En este
plano, además hay otra condición que ha sido la burocratización de los
partidos políticos y la mediatización de la vida política. ¿Qué quiere
decir la burocratización de los partidos políticos, incluidos los de
derecha? Desde siempre la política ha sido un oficio bastante extraño,
bastante bizarro, porque exige dos capacidades que no tienen ninguna relación
la una con la otra. Una es la capacidad de acceder al poder y la otra es la
capacidad de gobernar. Entonces, ¿qué pasa hoy en día desde ese punto de
vista?. Se accede al poder, en primer lugar a través
de la capacidad de moverse en las disputas de los clanes y de los grupos, de
las mafias que están en los partidos políticos. Como diría Darwin se
seleccionan los más aptos, pero los más aptos para triunfar en las luchas de
las mafias. Y al mismo tiempo se accede también al poder a través de la
mediatización, si uno es verdaderamente televisable. (…) Además,
la sociedad se convirtió en una sociedad de lobbys. Todos los sectores de
intereses están organizados como tales y, por supuesto, cada lobby tira para
su lado. Es como si tuviéramos varios caballos que tiran del mismo objeto: el
objeto no se mueve, y la sociedad tampoco, salvo, evidentemente, en el punto
donde hay unanimidad general, es decir, el liberalismo.
También hay que mencionar el tema
de la corrupción, que se convierte en algo esencial en la vida política, ya
no una noticia policial, sino un fenómeno sistémico y estructural. Acaba por
constituirse un círculo vicioso: la población mira este tipo de fenómenos,
se hace cada día más cínica, y hace suyo el credo que cada cual atienda sus
cosas”.
El gran bonete de la banalidad
El
artículo anterior, escrito durante la consolidación del menemismo al año de
la reelección, preanuncia el modo de hacer política luego de esa década. Al
arrojo de la militancia setentista, le cedió paso la ambigüedad con
chequera. Por sobre las tumbas NN de aquellos heroicos militantes, se alzaron
los punteros todo servicio y los atildados operadores
de saquito y corbatita. La estética de las consignas de los dedos
en V y los puños izquierdos en alto, fue defenestrada por los caciques
hacedores de actos de vino y choripán. Mientras que en los 90, cumbre de la
cultura destellar de los rayos catódicos de la TV, la actividad política se
faranduliza en el circo romano de la banalidad mediatizada. Y de la venalidad
de la catarata de palabras, de aquellos que hablan sin parar pero no dicen
nada.
Por
eso, el presidente Kirchner utiliza (como se vio en análisis anteriores) el
estrado del Salón Blanco para anatemizar permanentemente a los pocos díscolos
que aún están fuera del jardín de infantes de los pingüinos felices. Todo
esto frente a las cámaras y en directo, claro está.
Y
si “una
imagen, vale por mis palabras”, la rutilante Cristina Elizabeth
Fernández de Kirchner, de punta en blanco junto a Alberto Fernández, con
todo el andamiaje sindical detrás y en el costado, es toda una postal del
enterramiento definitivo de la mentada transversalidad.
En definitiva, un invento pinguinero propalado por la corporación
mediática, que se tragó el sapo de la voluntad de transparentar la actividad
política de una vez por todas. Como bien decía Macedonio Fernández, “la
realidad no se hace cargo de la pérdida de las ilusiones de nadie”,
en un orbe que a veces tira para abajo por el peso de tanta desidia y
podredumbre.
Fernando Paolella