“El
poder del periodista no está
basado
en el derecho a preguntar,
sino
en el derecho a exigir respuestas”
Milan
Kundera
En la Casa Rosada, suenan ruidos de pugilato verbal. Es que la eterna puja
entre Economía y el Ejecutivo, en las personas de Kirchner y Lavagna, está
llegando a un límite en que se avizoran varias renuncias. Archisabido es que
el dueto Fernández & Fernández le sería sumamente grato recibir en una
bandeja de plata, la semicalva testa del titular de Hacienda. Como muestra,
basta dar una ojeada por el análisis de Eduardo van der Kooy del miércoles
18 de mayo, donde el citado funcionario advierte sobre las consecuencias del “populismo
setentista” al que es afecto el kirchnerismo. “Ambos
(K y Lavagna) suponen
que existe una mano negra, una intención diabólica detrás de cada información.
El periodismo es sin remedio, para ellos, un oficio impuro”, puntualiza
el periodista de Clarín.
Sin embargo, como se sabe, a pesar de que lo consideran como un
oficio impuro, se siguen valiendo de él para sus disputas internas
o para seguir aporreando la realidad. Gracias a los buenos oficios del ex
nazionalista, ex cavalista, ex menemista Alberto Fernández, gran parte del
periodismo vernáculo, al contrario del dicho de Kundera, ha obturado hasta el
derecho de preguntar. O sea, un triste perro que no sólo no muerde, ni
siquiera ladra. Y si la prensa no ladra fuerte, el resto silenciado de la
sociedad deja de tener a ese necesario interlocutor válido.
Justicia, justicia, ¿cuál de ellas?
“No
pueden analizarse los hechos sino se tiene en cuenta el entorno político que
rodeó la masacre del Puente Pueyrredón. Fue una operación del Estado
advertida con antelación. Pedimos la imputación de los funcionarios políticos
citados en el proceso”, exigió la
abogada querellante de la familia Kosteki Claudia Bracamonte.“Esto
no es una tribuna”, le retrucó la presidente del tribunal Elisa
López Moyano cuando la citada letrada elevó un poco el tono de su voz. Así,
no pudo pedir la necesaria apertura de los archivos secretos de la SIDE que
celosamente guardan los secretos de aquel luctuoso 26 de junio de 2002.
Si
esto no ocurre, amén de que no se profundice la investigación en torno a los
caretas
del duhaldismo, los únicos condenados van a ser los Bonaerenses
Fanchiotti y Acosta. Y si son enviados al penal de Marcos Paz, por ejemplo, en
reemplazo de Omar Chabán, es muy posible que alguna mano servicial
los suicide.
Es
evidente que tanta hojarasca mediática en torno al debate acerca de la
actividad de la justicia, apunta muy probablemente a quitar importancia a esto
último. Pues a todas luces los sucesos del puente Pueyrredón y la estación
Avellaneda, como bien explicó Claudia Bracamonte, obedecieron a una segunda
versión de la famosa Operación
Masacre de Rodolfo Walsh. Un plan perfectamente diseñado para
acabar de un plumazo con el movimiento de desocupados, mediante una represión
símil procesista que diera un mensaje por elevación al resto de los díscolos.
Mediante una balacera de plomo, se llamarían al orden a las asambleas
barriales y a los ahorristas, para luego convocar a elecciones. En donde, como
se verificó puntualmente, se quedaron los mismos de siempre.
En
la caldeada realidad argentina, el perro de la justicia es arrinconado contra
la pared mientras que el de la prensa continúa atado y amordazado. Sólo
algunas voces se alzan en contra de tanta chatura, y de tanto atropello a la
razón. Sus ecos se desvanecen en la espesura del universo multimediático,
pero algunas de ellas se estrellas contra algunos corazones y mentes que no se
resignan a endurecerse. Pues como a veces suele suceder, siempre algo queda.
Fernando Paolella