La noticia sorprendió a los lectores de Diario Popular este jueves. Allí se hacía referencia a un bebé indio de dos meses de edad que habría sobrevivido cuatro veces luego de prenderse fuego debido a un fenómeno conocido como “combustión espontánea humana” —SHC por sus siglas en inglés—, un mal que produce que supuestamente el cuerpo de una persona se incendie sólo, sin una fuente externa de ignición aparente.
“Los padres del niño, oriundo de la India, dicen que su hijo estaba siempre demasiado caliente al tacto y es la cuarta vez que se produce la combustión desde que nació”, según Diario Popular.
Esto encendió todas las alarmas: ¿Puede una persona prenderse fuego sin motivo aparente? ¿Cómo ocurre? ¿Por qué?
En realidad, se trata de un mito que ha sobrevivido a lo largo de los siglos y que muchos aún creen a pie juntillas.
El investigador escéptico Javier Garrido, integrante de la prestigiosa agrupación española “ARP, sociedad para el avance del pensamiento crítico”, dice al respecto: “En su versión más divulgada, el fenómeno nos es presentado de la siguiente manera: de forma inesperada, la víctima estalla en llamas; el fuego aparece bruscamente y sin causa discernible, es muy intenso y extremadamente localizado; en un lapso de tiempo muy corto, de minutos o aún de segundos, el cuerpo queda casi completamente destruido y reducido a un pequeño montón de cenizas grisáceas. La víctima no tiene la más mínima posibilidad de pedir ayuda o de realizar maniobras salvadoras. Por contraste, los objetos ubicados en su proximidad quedan relativamente indemnes, incluyendo algunos tan extremadamente combustibles como una pila de periódicos o una caja de cerillas; en numerosas ocasiones, las ropas de la víctima resultan relativamente poco dañadas. Como detalle macabro adicional, algunos segmentos del cuerpo resultan casi intocados por las llamas, generalmente las piernas y los pies, en ocasiones los brazos. Cuando no es destruido, el cráneo queda encogido hasta un tamaño inverosímil”.
Según Garrido, el fenómeno resulta particularmente insólito “porque un cuerpo humano es, en condiciones normales, bastante difícil de quemar, si la idea es reducirlo a un montón de cenizas”.
A ese respecto, el investigador español recuerda que alrededor de tres cuartas partes del peso de un cuerpo humano está compuesto por agua, lo que lo hace un pésimo substrato para la combustión.
Y agrega: “En un horno crematorio, se requieren temperaturas entre 760 y 1100 °C durante dos a tres horas para destruir un cadáver (el tiempo varía de acuerdo al peso y la talla del mismo), dejando un remanente de 1800 a 3600 gramos de residuos sólidos. Y ni siquiera en estas condiciones los huesos son reducidos a polvo: quedan en forma de fragmentos de tamaños diversos, que deben ser sometidos posteriormente a un procesamiento mecánico”.
Para Garrido, hay un “detalle” dentro de este fenómeno que no debe dejarse de lado: “La víctima siempre está sola, y en consecuencia no hay testigos. De hecho, no existe ningún caso verificado en que alguien haya observado una de esas supuestas ‘combustiones humanas espontáneas’.”
En tal sentido, hay ocho tópicos que parecen abarcar todos los casos documentados hasta ahora y que refiere el investigador de ARP:
1. El evento siempre ocurre dentro de recintos cerrados, usualmente en el dormitorio de la víctima.
2. La víctima siempre está sola, y ha permanecido así por un período que usualmente abarca varias horas; en muchas ocasiones, el cuerpo se descubre "a la mañana siguiente". Nunca hay testigos, nadie se da cuenta de lo que está ocurriendo.
3. Las quemaduras generalmente son más severas que las que suele causar un fuego "normal". En un incendio convencional, el cuerpo casi siempre resulta carbonizado, pero queda más o menos completo. Además, las quemaduras por supuesta "Combustión Humana Espontánea" no se distribuyen uniformemente en el cuerpo: el torso y los muslos por lo general son los más afectados, quedando en muchas ocasiones destruidos casi por completo y reducidos a cenizas (incluyendo los huesos), pero las extremidades resultan relativamente indemnes (un pie, un brazo, a veces el cráneo).
4. La combustión es muy localizada: se quema el cuerpo y los objetos situados en su proximidad inmediata. Esto incluye las vestimentas de la víctima, que por lo general resultan completamente destruida, su asiento, las ropas de cama, una mesa ubicada junto a ella, el piso de la habitación donde yace, si este es combustible. Pero fuera de este círculo de destrucción, los objetos quedan relativamente indemnes.
5. El piso alrededor del cuerpo está casi siempre cubierto por una capa de sustancia grasienta, amarilla y maloliente; restos de dicha sustancia, o de "un hollín grasiento", pueden encontrarse también en el techo y en las paredes.
6. Los objetos que se encuentran por encima más o menos un metro del suelo muestran signos de daño por calor (por ejemplo, las tapas plásticas de los interruptores eléctricos, que se funden); los objetos por debajo de esa línea, no muestran daños.
7. Las víctimas en sí muestran algunas características interesantes: se ha estimado que el 80 % son mujeres; muchas son obesas o con sobrepeso, una gran proporción de ellas son alcohólicas o han estado bebiendo antes del accidente, es frecuente que sean de edad avanzada, otras presentan enfermedades crónicas. En general, puede decirse que siempre presentan alguna seria desventaja física que los coloca en gran riesgo de morir (de la supuesta combustión o de cualquier otra cosa).
8. Siempre existe una fuente externa de ignición en la habitación y cerca de la víctima. Muchas de las víctimas son fumadoras, y fumadoras de hábitos desordenados.
Según Garrido, buena parte de la leyenda de la Combustión Humana Espontánea está construida sobre la base de exageraciones y omisiones de diversa índole. “Se omite la mención de las discapacidades de la víctima, del tiempo que ha permanecido sola y la presencia de una fuente de ignición; se exagera la velocidad con que el fuego la ha consumido, y se inventan algunos detalles adicionales y fantasiosos, como el tan manido de que ‘yacía dentro de sus ropas intactas’”, asegura el sabueso.
La suposición de que el fuego se presenta de un modo tal que la víctima cae fulminada en el acto se basa en el hecho de que esta no tiene la menor oportunidad de solicitar ayuda o de efectuar alguna maniobra salvadora efectiva. Bien, esto resulta bastante misterioso, que duda cabe, pero solo hasta que se examinan los casos y se observa una curiosa constante: de un modo u otro, la víctima siempre presenta algún factor que la coloca en severa minusvalía o las incapacita frente a cualquier situación de emergencia; en muchas oportunidades, la víctima pudo haber inconsciente o incluso ya muerta, antes de iniciarse el fuego. En ocasiones ese factor es la edad (la mayoría son ancianos; el famoso John Bentley tenía nada menos que 92 años; John O'Connor, 76); en otras, el hábito alcohólico. Muchas de las víctimas había, efectivamente, estando bebiendo antes de que ocurriera el evento. También pueden coexistir otras circunstancias: Mary Reeser acababa de ingerir dos cápsulas de secobarbital la última vez que fue vista con vida; George Mott tenía una enfermedad pulmonar tan severa que lo obligaba a tener un equipo de oxígeno en su habitación. Es curioso que el fenómeno nunca se presente en adultos sanos; semejante selectividad nunca ha sido explicada satisfactoriamente por los creyentes en la SHC. También resulta extraño que jamás ocurra el fenómeno cuando hay alguien más presente en la habitación: nunca nadie ha sido testigo de una Combustión Humana Espontánea bien verificada. En todos los casos, la víctima se encontraba sola y no fue vista durante muchas horas antes de ser encontrada incinerada. Y el fuego pudo actuar durante todas esas horas.
Según revela ARP, Joe Nickell y John Fisher, el primero detective privado y el segundo analista forense, estudiaron los trece casos más significativos de SHC, encontrando que en aquellos casos en los cuales la destrucción del cuerpo fue relativamente menor, la única fuente significativa de combustible fueron las ropas del individuo, pero cuando la destrucción fue masiva, siempre existían fuentes externas adicionales de combustible, como la cubierta de una silla, el piso de madera, o la cobertura de éste (por ejemplo, el linóleo). Estos materiales debajo del cuerpo también contribuyen a retener la grasa que fluye del cuerpo, que a continuación es volatilizada y quemada, ocasionando mayor destrucción, que a su vez libera más grasa, lo que permite que la combustión prosiga. La fuente de combustible adicional también permite que se alcancen temperaturas mucho más elevadas que las que serían de esperarse en condiciones "normales".
En conclusión, la conjunción de una serie de circunstancias desafortunadas ha dado lugar a esos desusados casos que tan liberalmente han sido interpretados como "Combustión Humana Espontánea".
“Precipitarse a imaginar fenómenos abstrusos con explicaciones sobrenaturales ante cualquier evento que a primera vista resulta extraño, equivale a retroceder a la etapa del pensamiento humano en que no se podía hacer nada mejor que sospechar de la actuación de los dioses y de los demonios. Pero me parece que algo debe de haber avanzado la humanidad desde entonces”, advierte Garrido.
Y concluye: “El mito de la Combustión Humana Espontánea demuestra el sencillo mecanismo por el que se crean muchas de las fábulas paranormales: suprimir algunas informaciones, falsear, exagerar o interpretar sesgadamente otras. Y todo con la finalidad de crear la impresión de una realidad - ficticia - que ponga en entredicho los basamentos de la siempre obtusa y dogmática ciencia ‘oficial’, empeñada, y cuando no, en negar todo lo que no puede comprender o se sale de su esquema. Definitivamente, la verdad está afuera, pero muchos no se molestan en buscarla; sin duda, es mucho más cómodo (y remunerativo) inventarse milagros y fuerzas ignotas”.
Más claro, echarle agua… al fuego.