Con frecuencia se oye decir que el equilibrio ecológico planetario es sagrado, intransgredible, como algo establecido definitivamente que marcha a la perfección.
De estos conceptos, uno sólo es relativamente verdadero; no puede ser transgredido sin alterar en algo las condiciones bióticas. Una biota puede resentirse de algún modo con la sola extinción de una especie animal o vegetal, ya sea mamífero, o insecto; árbol o hierba.
Pero el equilibrio ecológico jamás ha sido definitivo ni sagrado, y menos aún establecido para siempre por nada ni por nadie. Por el contrario, ha fluctuado constantemente desde la aparición de la vida hasta nuestros días. Ha sido roto y desplazado infinidad de veces con predominios por turno de diversas especies en cada biota particular, y a veces a nivel planetario, como durante el dominio de los helechos en el periodo Carbonífero (Pensylvaniano); de las gimnospermas en el Triásico, de los dinosaurios de la era Mesozoica y de los mamíferos en las épocas del Mioceno y el Plioceno.
Nada ha sido establecido, planificado, y nada es conservado ni gobernado. Los que piensan a la inversa, sólo sostienen una mera pseudociencia a todas luces.
No existe providencia alguna entonces y, por el contrario, cada pieza se acomoda como mejor puede en el ecosistema, y si no puede, simplemente ¡desaparece! Entonces el fluctuante equilibrio de una biocenosis, se reacomoda por propia gravitación, si puede, y esto ocurrió y ocurre constantemente, pues son incontables las especies extinguidas naturalmente antes de la intervención del hombre. Así lo demuestra la paleontología con los hallazgos de restos fosilizados y por las evidencias de los faltantes de formas intermedias en muchos fílumes que dan a entender la existencia de una enorme cantidad de especies sucumbidas que no han dejado rastros fósiles.
Si recluyéramos en una hipotética isla desierta, toda clase de especies de plantas y animales en profusión, desde gramíneas hasta corpulentos árboles y desde insectos hasta grandes mamíferos, al cabo de unos doscientos o más años hallarían allí nuestros descendientes, un “perfecto” equilibrio ecológico, aunque formado por un ínfimo porcentaje de las variedades de seres vivos introducidos originalmente. La mayor parte habrá sucumbido después de una lucha despiadada por la supervivencia. Por ejemplo, los insectos de rápida reproducción, junto con los herbívoros, habrán diezmado la mayor parte de la vegetación. A su vez, a nivel planetario, muchos de ellos habrán desaparecido al quedarse sin alimentos, y detrás de ellos también los insectívoros, y carnívoros que de estos últimos dependían, y así sucesivamente, todo sin piedad alguna por parte de dioses algunos, cuya existencia “brilla” por su ausencia.
Ladislao Vadas