Durante la década en la que ostentó el poder, Carlos Menem decidió acabar con el monopolio estatal de los canales de TV y le abrió la puerta al advenimiento de un pulpo mediático sin precedentes. A pesar de haberse arrepentido de privartizarlos, el riojano más famoso se dio el lujo mientras fue presidente de ser la estrella invitada de cuanto programa pudo. Apareció estelarmente junto a la "diva" Susana Giménez, compartió la mesa con Mirtha Legrand, fue asiduo concurrente y una vez conductor de Tiempo Nuevo, la creación del decano de los chupamedias Bernardo Neustadt y también disfrutó de un excelente plato de fideos con tuco en compañía del inmortal Tato Bores.
Tres de estos nombrados, pertenecían a dos canales que siempre le fueron incondicionales: el 9 y Telefé, el antiguo 11. En la pantalla de ambos, la realidad era marginada para mostrar el triunfo de la ilusión: "Quizá el mejor reflejo de la sociedad argentina sea la fórmula del éxito indiscutido de sus programas: conductores sonrientes, con sorteos y rifas telefónicas en las que también resulta fácil fraguar movimientos de dinero. Lo frívolo también forma parte de la ingeniería financiera. Deportistas, gatos, políticos y empresarios se cruzaron en el set de televisión como excluyentes figuras en la agenda de los productores. La novedad de los últimos años fue agregarle al humor grotesco y al talk show la fórmula del "Gran Hermano", la intimidad descarnada, la improvisación lisa y llana, la fantasía de llegar al ansiado mundo del espectáculo. La nueva pobreza, la exclusión social, el control sobre la sociedad, la protesta y otros fenómenos sociales quedaban relegados", puntualizan Eduardo Anguita y Rubén Furman en su libro Grandes Hermanos: alianzas y negocios ocultos de los dueños de la información.
En el terreno de los medios gráficos, salvo Página 12 en su primera época, no se incomodó seriamente al gobierno de turno y se acompañó con poquísimas observaciones el brutal período de transformación de la sociedad argentina
Divina TV Fuhrer
Su majestad Carlos I de Anillaco contó con una pantalla chica que jamás le hizo sombra, y reflejó mejor que nadie su ideal de sociedad fragmentaria: "Canales y programas que gambetean la realidad con pericia militante, el festivo triunfalismo que celebra vaya uno a saber qué, series donde el dinero y el trabajo no constituyen problema alguno, un mundo "adolescentizado", el zafar como modus operandi", afirmaba Laura Ubfal en la revista El Porteño de marzo de 1992.
Mientras la nación entera era entregada en bandeja a la voracidad de los monopolios externos, la televisión vernácula estaba embebida de una frenética fiesta permanente donde el reloj del tiempo siempre atrasaba: "Todos se"adolescentizan". Hoy existe un cambio desde el punto de vista temporal, cronológico. Se diluyen las edades, lo que en nuestro país puede llegar a reflejar algo bastante importante: un déficit en la entrada al mercado de trabajo, un mercado en el que la oferta de trabajo termina ahí donde alguien comienza a ser adulto. Entonces, el ideal no es ser adulto porque el adulto se frustra, no tiene perspectivas, no tiene horizonte, no tiene orientación. La televisión, desde el punto de vista del estereotipo, en lugar de ofrecer caminos de progresión muestra caminos de regresión. Quedáte en esta edad porque éste es el momento más feliz de tu vida. Esto es lo más maravilloso. Más allá te vas a encontrar con la frustración. En ese caso, la televisión es un espejo, porque la realidad tampoco ofrece otra cosa", reflexionaba por aquellos días menemistas el sexólogo clínico Juan Carlos Kusnetzoff en el citado artículo.
La década perdida
También el periodismo argentino perdió diez años durante el menemato. "El medio es el mensaje que escribe un periodista. Hay que hacerse responsable, entonces, de cada cosa que se escribe. No podemos alegar obediencia debida. Es decir, les negaría el poder que tienen la ética personal y las convicciones si pensara que estos medios que supimos conseguir, son nada más que responsabilidad de unos pocos señores muy malos. Esto que tenemos hoy se consiguió con nuestra complicidad, especialmente con la colaboración de los que todos los días escribimos en los grandes medios y que, por acción u omisión, obtuvimos este resultado. ¿En qué grado y cómo el periodismo fue cómplice de la construcción de este modelo, que hoy se derrumba?", reconocía Claudia Acuña a principios de 2002.
Siguiendo el razonamiento de Claudia Acuña, es cierto reconocer que el modelo de exclusión que sumió en el marasmo económico-social a la Argentina, contó con la complicidad silenciosa de buena parte de los medios. ¿De qué sirve el periodismo si olvida su función primordial, ser el puente entre la interpretación de la realidad y la gente? De nada, pues se transforma en una mera usina dedicada a la idiotización a gran escala de las masas.
Fernando Paolella