El comando militar de élite de Estados Unidos, los famosos Navy SEALs, protagonizaron en la madrugada del 6 de Diciembre una nueva misión de rescate, esta vez contra el grupo terrorista Al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) de Yemen. Un ciudadano estadounidense, el periodista Luke Somers, se encontraba secuestrado y se había dado un plazo de 72 horas para pagar el rescate o lo asesinarían.
Estados Unidos no negocia con terroristas para evitar financiar y potenciar sus atrocidades. Esto ayuda a que sus ciudadanos sean objeto de odio primordial por parte de los terroristas y que, en caso de ser secuestrados, tengan menos posibilidades de sobrevivir. Empero, hasta ahora, y como otras veces a lo largo de la historia, el pueblo del Norte viene aceptando la carga de su denodada confianza en un triunfo total y final de la causa de la libertad.
Al Qaeda sabe que Estados Unidos no abandona a los suyos. Podrán valientemente negarse a pagar rescates para no ceder ante el terrorismo, pero valoran la vida y el Estado hace todo a su alcance para proteger a sus ciudadanos. Tan bien lo sabe a esto Al Qaeda que no dudó de que sus enemigos ya estarían planificando una misión de rescate. Decidieron entonces trasladar al secuestrado a otro centro de detención clandestino, junto con un rehén sudafricano, el voluntario Pierre Korkie, por el cual ya se había pagado rescate.
El traslado fue realizado para evadir la inevitable llegada, en cualquier momento, de una misión de rescate estadounidense. Pero la inteligencia norteamericana detectó el movimiento y al poco tiempo allí estaban, a dos kilómetros del nuevo campo de detención, en plena noche, los Navy SEALs, descendiendo de artefactos voladores ultramodernos con los cuales se suelen trasladar en tiempo record a cualquier punto del planeta. Caminaron con total sigilo y en absoluta oscuridad los dos kilómetros que los separaban del lugar donde se encontraban los secuestrados. Sin embargo, al acercarse, un perro los olfateó y empezó a ladrar, y justo un terrorista que había salido a las afueras del campo a orinar escuchó los ladridos y corrió a alertar al resto de sus cínicos camaradas.
En fin, los Navy SEALs abatieron a los terroristas, demostrando una vez más su superioridad militar y su alta destreza y profesionalismo. Pero los terroristas no están metidos en esta guerra contra la libertad y contra la democracia por una buena causa. Lo están sólo y simplemente por fanatismo. El fanatismo destruye, y lo hace hasta el último segundo de la vida. La prioridad de los terroristas, cuando vieron que venían los estadounidenses, no fue salvar su vida, negociar, ni siquiera enfrentarlos, sino asesinar a los rehenes indefensos y asustados que vanamente, durante unos minutos, quizás hayan visto en sus corazones renacer la esperanza de ser rescatados y volver a sus vidas normales en libertad, sanos y salvos como sin duda lo merecían, respetando a los demás con la modesta expectativa de ser respetados también.
Inmediatamente, en una parte de la prensa mundial se habló del “desastre”, del “fiasco” y de la “vergüenza” de los Navy SEALs, que habían sido derrotados, supuestamente, por un perro. Pero de más está decir que no fueron derrotados en absoluto, aunque lamentablemente la misión fracasó al no poder concretar su objetivo. Superaron a los terroristas militarmente con claridad. Y esto en inferioridad de condiciones, ya que atacaban en la oscuridad mientras que los terroristas se defendían, al tiempo que buscaban evitar muertes inocentes mientras los terroristas se conformaban con provocarlas. Es cierto que los comandos estadounidenses cuentan con la máxima tecnología, pero el terrorismo internacional también goza de recursos vastísimos y suelen contar con superioridad numérica.
Por otra parte, más allá de lo militar, donde puede haber triunfos y derrotas, sin duda que los Navy SEALs triunfaron aquella noche en espíritu, porque estaban allí representando y arriesgando sus vidas por causas tan nobles y universales como la democracia, la libertad y la justicia. La guerra que lidera Estados Unidos contra el terrorismo totalitario puede y va a sufrir contrariedades desde el punto de vista militar, pero es y será siempre una guerra ganada de antemano desde lo espiritual.
En este caso puntual, el de la reciente operación en Yemen, el fracaso de la misión deriva, no de la negligencia de Estados Unidos, sino precisamente de su fortaleza espiritual, que lleva a dicha nación a perseguir ideales sumamente elevados no siempre alcanzables en el corto plazo, y que hace que los estadounidenses se hayan ganado el odio prioritario de las personas más odiosas que caminan sobre la faz de la Tierra.
Con errores e imperfecciones como todo lo humano, el esfuerzo estadounidense es legítimo y honrado porque, al contrario de los terroristas, el fin y los medios que se proponen lo son. Y se trata de un esfuerzo con el cual deberíamos comprometernos en la medida de nuestras posibilidades todos los pueblos del mundo, porque el terrorismo totalitario no rechaza la libertad de los estadounidenses o de los pueblos a los que pretende sojuzgar, sino la libertad misma, la libertad humana donde sea que quiera florecer.