La lógica totalitaria del gobierno argentino no tiene vuelta atrás. Una mentalidad fundamentalista no retrocede. Hacerlo implicaría perder la cerrada congruencia que nubla la razón pero da al individuo una fuerza ciega. Cristina Fernández se ve arrastrada así por una corriente irreversible que la obliga a llevar su reduccionismo al insensible ridículo de desprestigiar una marcha en memoria de un fiscal que dio su vida por su trabajo, y por una causa tan noble como la justicia.
Nisman mismo y hasta su familia fueron colocados en el bando del mal por el interesado maniqueísmo oficial. No hubo carta de condolencias, apoyo institucional ni la más mínima muestra de empatía de parte de la presidenta.
El gobierno se ha encargado sistemáticamente de politizar todo lo que toca, crispando y dividiendo a la sociedad. Ha convertido a los derechos humanos en un tergiversado baluarte ideológico. Les ha negado todo apoyo institucional a organizaciones independientes de la sociedad civil mientras concedía millonarios privilegios a sus equivalentes adictas.
D’Elía es a los ojos del gobierno merecedor de un infinito respaldo mientras Pérez Esquivel se ha ganado el ostracismo en su propia tierra, donde conquistara el Premio Nóbel de la Paz. Las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora no existen para el Estado, mientras a personajes como Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto se les abren las puertas, incluso sin controles efectivos en el manejo de fondos públicos, porque ellas no se oponen a todo autoritarismo, sino sólo al derechista.
Es el gobierno el que todo lo tiñe de política partidaria, bajo la mentirosa excusa de que “todo es política” cuando hay muchas cosas que son políticas pero no partidarias, y que no pueden estar en discusión en una democracia.
Pero el oficialismo se molesta si un grupo de fiscales convoca a una marcha por la muerte de un colega en extremadamente dudosas circunstancias mientras investigaba al poder y el día previo a ir a informar al Congreso Nacional sobre una grave denuncia. Eso, para el gobierno, por arte de magia, no es política, o no es política legítima. Los únicos habilitados para hacer política, y de cualquier manera, con la máxima desprolijidad y prepotencia, son ellos. El resto no tenemos derechos. Sólo ellos los tienen, con lo cual los derechos humanos se transforman en privilegios humanos.
La marcha del silencio fue en memoria de Nisman, pero también fue claramente un reclamo por todo aquello que no puede estar en discusión en una democracia. El silencio refleja eso: la serenidad y seguridad con que hay que rodear ciertos valores inamovibles, como la justicia, la igualdad ante la ley, la transparencia y la división de poderes.
Hay una política partidaria y una política democrática. La última llega a todos lados y nos compete a todos, incluso a los fiscales. Sólo en ese sentido se puede afirmar que “todo es política”. La política partidaria, en cambio, sólo se desenvuelve dentro de los límites impuestos por la política democrática.
El gobierno, con su visión simplista y violenta en blanco y negro, deslegitima la política democrática y extiende la política partidaria hasta volverla omnipresente y asfixiante. Y todavía tiene la hipócrita desfachatez de escandalizarse por un grupo de fiscales que decidieron convocar a una marcha para homenajear a un colega aparentemente asesinado por hacer su trabajo.
Lejos de atacar a una marcha tan democrática y humana como la del silencio, el gobierno debería haberla acompañado y apoyado. Pero claro, también debería haberse puesto serenamente a disposición de la justicia ante cada una de las numerosas denuncias en su contra, como lo haría cualquier gobierno civilizado o gobernante con la conciencia tranquila.