La propiedad privada, institución cuya legitimidad es cada vez más puesta en duda por partidos políticos de izquierda alrededor del mundo, es uno de los pilares fundamentales de nuestra libertad. Pero al margen de esto, en este breve artículo quiero destacar porqué a medida que los países más respetan este derecho, tienen una notable tendencia a convertirse en países desarrollados y a, por lo tanto, brindar los más elevados niveles de vida a sus habitantes mientras que los que no lo hacen le ponen una traba insuperable al progreso.
En un sistema de propiedad privada la innovación, si bien representa un riesgo, se ve fuertemente incentivada ya que si un nuevo producto es aceptado por los consumidores, al ser escaso pero demandado, sus precios serán muy altos lo que le dará por un buen período de tiempo enormes márgenes de ganancia al emprendedor que lo llevó al mercado, a la vez este elevado precio atrae a más empresarios que realizarán dicho producto para obtener la misma ganancia lo cual elevará la oferta, bajará su precio y saciará a la demanda haciendo ahora ese producto accesible para más personas, lo cual se traduce en un país con mayores riqueza y, a más riqueza mayor prosperidad en los ciudadanos. Pero de no existir la propiedad privada no tendría sentido este proceso, innovar simplemente representaría el riesgo de producir algún aparato que posiblemente no sea aceptado puesto que los potenciales beneficios no serán tangibles, por lo cual la creatividad estaría incentivada de manera negativa ya que ahora no representa un potencial beneficio sino un probable desperdicio de recursos.
Por lo dicho, ante la inexistencia de esta noble institución se viviría meramente con los productos fabricados en la era pre-abolición de la propiedad o imitando lo que por entonces existía, como se ve reflejado en cualquier fotografía de la vida cotidiana en Cuba donde se encuentran encerrados en el pasado como si a partir de la “Revolución Cubana” en los cincuenta jamás hubiera transcurrido el tiempo.
La innovación no se manifiesta solo en automóviles lujosos, avanzadas computadoras o los practiquísimos smartphones, sino que esencialmente se cambió nuestra manera de vivir elevando nuestro nivel de vida con la creación de, por ejemplo, nuevos medicamentos, haciendo que enfermedades que para nuestros antepasados fueron mortales sean para nosotros inofensivas, nuevas formas de conservación de los alimentos y más eficientes formas de producirlo haciendo de nuestra cena algo más accesible cada día, creando formas transporte que miles de años atrás eran impensadas estableciendo así puentes que unen los rincones más remotos del planeta. Todo esto logró que, por ejemplo, la expectativa de vida de los países en desarrollo aumentara, entre 1960 y 2005, de 45 a 65 años y que la desnutrición, entre 1970 y 2003, pasara del 37 al 17 por ciento en los mismos países, siendo el pronóstico en la actualidad aún más alentador.
A su vez ¿qué incentivo existe para trabajar mejor si ante la ausencia de propiedad privada, así como por la innovación no hay ganancia tampoco la habrá por el mayor esfuerzo realizado? Dará igual destacarse entre los trabajadores que pasar desapercibido, no habrá recompensa alguna. Al respecto existe una famosa frase atribuida a trabajadores de la Unión Soviética, quienes decían “ellos hacen como si nos pagaran, nosotros hacemos como si trabajáramos”.
Aún teniendo el gobierno buenas intenciones y proponiéndose llevar adelante un modelo sin propiedad privada exitoso, resultaría imposible lograr una producción racional en este ámbito ya que debido a la ausencia de precios que esto implicaría, la oferta y demanda de los productos no se vería reflejada en ningún lado y los recursos serían inevitablemente desperdiciados, se manejaría totalmente a oscuras debido a la ausencia de señales. Pero independientemente de esto, los precios, además de esta irremplazable función que muestra fielmente tanto utilidad como escasez reproducida por medio de todos aquellos intervinientes en la economía, son un inmejorable incentivo al desarrollo y la superación, pero ante la ausencia de ellos como del derecho de propiedad, estos incentivos desaparecen y con estos el crecimiento económico, como podemos comprobar con tan solo buscar algunas imágenes de Cuba en contraste con Estados Unidos, Corea del Norte en contraste con Corea del Sur o bien la Alemania Oriental en contraste con la Alemania Occidental.
La libertad en el terreno de la economía transforma a esta en la democracia más perfecta que pueda existir, le otorga voz y voto a cada ciudadano, pero además le da la posibilidad a cada uno de recibir aquello que vota, a diferencia de las democracias políticas donde solo se puede obtenerse lo que la mayoría prefiere. Cuando el gobierno interfiere en este mecanismo, inmediatamente perdemos nuestra libertad de expresión en la materia puesto que nuestro voto -llamado compra- se encuentra en blanco, su información no será transmitida y, en consecuencia, los consumidores serán acallados.