En un nuevo extracto del libro “Sexo, política y plata sucia” de Franco Lindner se revela cómo CFK recurrió a abogados extranjeros para defenderse de una extorsión ligada a su vida privada:
Hoy se llama Hogan Lovells y es uno de los estudios de abogados más famosos del mundo. Cuando Bill Clinton y Cristina Fernández de Kirchner lo contrataron, cada uno por su lado, aún era Hogan & Hartson y ya tenía un prestigio bien ganado en casos escandalosos. El norteamericano recurrió al histórico jefe de esos abogados, Robert Bennett, para defenderse en el “sexgate” que lo ataba a Monica Lewinsky, la ex becaria de la Casa Blanca que reveló su amorío clandestino con el jefe de Estado y lo puso al borde de la renuncia. Cristina, en cambio, les encomendó una misión más reservada, de la que nadie debía enterarse y nadie sabía hasta hoy.
Ocurrió durante la campaña del 2007 en la que ella se postuló como candidata a la Presidencia, y el motivo no fue menos escabroso que el planteado por el escándalo sexual de Clinton y Lewinsky en los Estados Unidos.
Cristina dudó mucho antes de contactar al equipo de Hogan & Hartson. Tenía un temor: que se enterara Néstor Kirchner.
–Esto lo tenemos que manejar entre nosotros –le rogó a su amigo Carlos Bettini, el embajador en España.
¿De qué debía hablar la candidata con los abogados de Hogan & Hartson, y por qué no debía enterarse Kirchner?
–Me están chantajeando –le confesó ella a Bettini. Y le reveló los detalles. Un ex senador menemista, a quien Cristina había conocido bien en su paso por el Congreso, amenazaba con ventilar una supuesta infidelidad de la hoy Presidenta. Le había enviado un mensaje por intermedio de un tercero: estaba dispuesto a hacer pública la historia para arruinarle a ella su carrera a la Presidencia. Y agregaba algo más: la revelación estaba respaldada por un video.
No quedaba muy claro por qué lo hacía. ¿Era rencor personal? ¿Intentaba que la candidata le pagara por su silencio? ¿Pretendía que renunciara a competir en las elecciones? ¿O se trataba simplemente de una broma de mal gusto, de esas que suelen gastarse entre peronistas? El chantajista acaso podría contar una mentira, o difundir un video apócrifo, montado con los trucos de la edición que se aplican en Hollywood.
Pero aun tratándose de un invento existía el riesgo cierto de que a ella lo perjudicara en plena campaña.
Verdadera o falsa, la historia del video la tenía preocupada.
Cristina no había hablado cara a cara con el ex senador menemista tras recibir su amenazante mensaje. Primero, pensó, debía trazar una estrategia. Y por eso ahora estaba desahogándose con su amigo Bettini, pensando en cómo seguir.
–A Néstor hay que dejarlo fuera de esto –le dijo al embajador.
Estaban a solas en su despacho del Senado, donde ella lo había convocado aprovechando una de las frecuentes visitas de su amigo a Buenos Aires.
A Bettini, tras escuchar los detalles, le quedó en claro por qué Kirchner debía quedar afuera de aquel asunto. ¿Cómo hubiera reaccionado el entonces presidente si se enteraba? Las erupciones de su volcánico carácter aterrorizaban a todos en el Gobierno, empezando por su esposa.
Bettini actuó con sigilo. Llamó a las oficinas centrales de Hogan & Hartson en Washington, la capital de los Estados Unidos, y aclaró que lo hacía en nombre de la futura presidenta argentina. Arreglaron una primera reunión en la embajada en Madrid, donde el anfitrión puso a los abogados al tanto de algunos detalles. Poco después, en el mismo escenario, se consumó el decisivo encuentro con la clienta, Cristina.
Ella había lanzado su candidatura, tras algunas demoras, el 1 de julio del 2007. El 19 de ese mismo mes largó su campaña en el Teatro Argentino de La Plata. Y tres días después, el 22, llegó a España, donde permaneció hasta el 26. Las apariciones públicas de la candidata incluyeron una audiencia con el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y un almuerzo con el rey Juan Carlos y la reina Sofía. En cambio, la reunión con los abogados de Hogan & Hartson en la embajada no debía trascender.
El embajador Bettini otra vez ofició de anfitrión y presentó a las partes. Los abogados hablaban español, así que no hizo falta traductor. Prometieron ser discretos y le mencionaron a la clienta las normas de confidencialidad con que se rigen en su trabajo.
Pero Cristina estaba visiblemente incómoda. Su amigo Bettini, siempre tan ameno, tampoco lograba romper el hielo.
–Es un asunto delicado –dijo uno de los hombres de Hogan & Hartson, pero no se atrevió a preguntar si la supuesta infidelidad de su clienta era verdad o mentira.
Porque eso es algo que los manuales de la profesión prohíben: jamás hay que preguntarle al cliente si es culpable.
Pero lo cierto es que los abogados necesitaban saber más. En el caso de Clinton, explicaron, habían bastado unas pocas imágenes con Monica Lewinsky en un acto público para darle verosimilitud al relato de ella.
¿Con qué elementos probatorios contaba el ex senador menemista que quería chantajear a Cristina? ¿El video que decía tener era real? Y si lo era, ¿qué se veía en él?
Pero la clienta no estaba dispuesta a discutir esos detalles con unos completos desconocidos, por más que ellos tuvieran que patrocinarla en una eventual acción judicial.
Les dijo que no sabía de qué podía tratarse la extorsión.
En todo caso, lo que quería era cortar de cuajo el apriete, hacerle saber al extorsionador que pagaría cara su audacia si pretendía seguir adelante.
Los abogados se miraron y tomaron nota. El resto de la reunión transcurrió apaciblemente, sin preguntas fuera de lugar.
El plan que se pondría en marcha por recomendación de Cristina, que al fin de cuentas también era abogada, consistía en un contraataque: el chantajista debía saber que si consumaba su amenaza sería llevado ante la Justicia penal, y que podía pagar su extorsión con hasta 8 años de cárcel.
Cristina acaso podía perder las elecciones, pero su verdugo perdería algo más que eso: la libertad. Y los abogados de Hogan & Hartson no solo debían encargarse de ponerlo sobre aviso, sino también de encerrarlo tras las rejas si persistía en hostigar a la candidata.
–Quiero que deje de molestarme –ordenó ella.
Lo cierto es que la misión encargada a los abogados de la multinacional jurídica terminó con éxito. Cristina no tuvo mayores contratiempos en los meses que siguieron hasta la elección de octubre, triunfó en primera vuelta con el 45 por ciento de los votos y sucedió a su esposo en la Casa Rosada.
El peligro del chantajista había sido anulado. Y sin que Kirchner se enterara del asunto.
Las fuentes que confirmaron el intento abortado de chantaje a la hoy Presidenta hablaron para esta investigación con la condición de que no se revelaran sus nombres, por temor a las represalias del Gobierno. Dos son amigos del embajador Bettini, uno con despacho en la Casa Rosada y el otro en el Congreso. Ambos coincidieron en todos los detalles.
Los voceros de Hogan & Hartson –hoy Hogan Lovells, tras su fusión, en el 2010, con el estudio inglés Lovells– se ampararon en su política de privacidad para esquivar una respuesta formal.
Pero lo cierto es que uno de los abogados que intervinieron en el caso no fue igual de discreto, y años atrás le reveló la trama y todos sus pormenores a un colega argentino, el fiscal Luis Moreno Ocampo, el mismo que participó del histórico juicio a los militares del Proceso y trabajó en la Corte Penal Internacional de La Haya. Así lo confirmó para este libro un excelente amigo del fiscal, y dio precisiones: Moreno Ocampo, dijo, se enteró de la explosiva historia cuando el abogado de Hogan se la contó en una cumbre del Foro Económico Mundial, en Davos, Suiza. Y tampoco pudo guardar el secreto.
¿Quién es el ex senador menemista que intentó extorsionar a la Presidenta? Las fuentes consultadas coinciden en que Augusto “El Choclo” Alasino podría dar con el perfil. Pero el entrerriano siempre negó de plano que alguna vez haya conspirado contra Cristina y su marido.
Al contrario: los acusó a ellos de intentar enchastrarlo con el nuevo aliento que le dieron a la megacausa de las coimas del Senado, que investigó el supuesto pago de dinero negro para que se aprobara la ley de reforma laboral impulsada por el gobierno de la Alianza en el año 2000. Por ese caso fueron procesados Alasino y otros ex miembros peronistas de la Cámara alta, todos enfrentados a Cristina, además de varios funcionarios de Fernando de la Rúa y el propio ex presidente. Finalmente, la Justicia absolvió a todos a fines del 2013.
–Jamás hubo nada raro con Cristina –fue lo único que contestó Alasino, incómodo, consultado por el tema de este capítulo–. La nuestra fue una relación política.
Pero la verdad es que esa relación terminó de la peor forma, con el entrerriano –jefe de la bancada menemista del Senado en los años 90– echando a Cristina del bloque por sus desobediencias reiteradas. Ella fue parte del equipo comandado por Alasino hasta 1997, pero no seguía sus órdenes.
El día en que la expulsaron, ella lo increpó antes de darle vuelta la cara:
–Ni vos sos el general Alasino ni yo soy la recluta Fernández.
Desde entonces no volvieron a hablar.
Casi dos décadas antes, en 1994, Alasino y Cristina se habían conocido en la Convención Constituyente de Santa Fe y Entre Ríos. Se sentaban juntos en la Comisión de Redacción, la encargada de reformar el texto de la Constitución para permitir la reelección de Carlos Menem. De esos tres meses compartidos surgieron los rumores que hablaban de algún exceso de confianza entre el influyente jefe de la bancada menemista y la aún ignota esposa del gobernador de Santa Cruz, que hacía sus primeras armas en la política grande lejos de Kirchner, a quien la Constituyente básicamente lo aburría.
¿De eso se trataba el chantaje a Cristina? ¿De reflotar aquella vieja historia?
Durante la campaña del 2007, tras encomendarse a los abogados de Hogan & Hartson, Cristina apenas sufrió un ligero percance. Ocurrió en los últimos días de agosto, un mes después de la reunión que tuvo con esos letrados en la embajada argentina en Madrid. Por esas horas Alasino habló con una radio santafesina, y cuando le preguntaron por la candidatura de la esposa de Kirchner respondió esto: –Cristina es insaciable. Primero hubo un silencio, y después el entrevistador reaccionó:
–¿Cómo insaciable? ¿En qué sentido lo dice? Y el viejo zorro entrerriano rió: –En el sentido político, claro… ¿Usted qué pensaba? Es insaciable y eso le va a jugar en contra.
El entrevistador también rió. Y algunos diarios de la región titularon con ese textual al día siguiente: “Cristina es insaciable”. La prensa nacional, ocupada en otras cuestiones, no se hizo eco. Por suerte para la candidata.
No se sabe si tras aquel desliz alguien le aplicó un correctivo a Alasino, pero lo cierto es que no volvió a hacerse el gracioso durante el resto de la campaña. Al menos, no en público.
Ocho años antes, en 1999, el caso de Clinton y la becaria Lewinsky también había terminado mucho mejor de lo que empezó. Gracias a Bennett, el abogado estrella de Hogan & Hartson, el norteamericano salió airoso del juicio político que le había iniciado el Senado, pidió perdón en público y llamó a la reconciliación nacional. El “sexgate” había quedado atrás. Y Hillary, su esposa, la del honor mancillado, renació de aquel engaño y coronó una carrera política brillante, que la llevó a ser la titular del Departamento de Estado del gobierno de Barack Obama y la posible candidata presidencial de los demócratas en las próximas elecciones.
Cristina siempre habló de cuánto admira a los Clinton, y en especial a Hillary. Lo que no dijo es que también contrató a sus abogados (Revista Noticias).