En 1979 el cine francés asombraba al mundo con el film I...como Ícaro, del director Henri Verneuil, protagonizada por el gran actor ítalo-francés Yves Montand.
La película narra la historia del fiscal especial Henry Volney, quien —en desacuerdo con una "comisión especial de notables juristas" que ansiaba cerrar a toda costa la investigación del asesinato de un presidente norteamericano (¿JFK?) — inició una pesquisa independiente que penetraba en los más altos círculos del poder de su país.
Cuando el fiscal Volney se acercaba a la verdad, un certero disparo de arma de fuego, culminó con su vida y con su trabajo...
La comparación con la investigación y la muerte del fiscal Natalio Alberto Nisman es casi obligatoria cuando recordamos aquella genial interpretación de Montand.
¿Fue Nisman nuestro Henry Volney? ¿O fue simplemente un fiscal que confundió la luna con el sol y, como a Ícaro, se le derritieron las alas? Nunca lo sabremos. Por dos razones:
Primero, porque Nisman está muerto. Segundo, porque su denuncia fue sepultada con él, en medio de un grotesco cortejo de difamaciones, burlas e insultos post-mortem.
El fiscal militante Javier de Luca, titular de una de las Fiscalías de Casación, hizo lo que le más le gusta al Gobierno: La negación por inexistencia.
El delito, en la presentación de Nisman (mantenida por los fiscales Pollicita y Moldes), según el representante de "Justicia Legítima", no existe.
Del mismo modo que, para este Gobierno, no existen la inflación, la pobreza, la inseguridad, el narcotráfico, el cepo cambiario, etc...
Pero De Luca no está solo en esta cruzada. Un Juez Federal (Rafecas), Dos Camaristas Federales (Freiler y Ballestero) y un grupo de "notables juristas", entre los que se destaca el gurú del abolicionismo vernáculo, Raúl Zaffaroni, se habían manifestado en contra de seguir investigando la hipótesis del fiscal muerto.
En medio de la "batalla judicial" para mantener viva una investigación criminal, se montó una nauseabunda campaña de difamación en contra del procurador fallecido. Nisman fue denostado hasta los huesos. Literalmente. En pocas horas, el fiscal más importante del país —ya que era el magistrado que investigaba el atentado terrorista más grave de nuestra historia— se convirtió en mitómano, delirante, alcohólico, drogadicto, siervo de los servicios de inteligencia... Y hasta socio de los fondos buitre.
Nisman murió, como Volney, de un disparo en la cabeza. Su investigación quedó reducida a la nada, como las teorías del personaje de Yves Montand.
Su honra, su buen nombre y su memoria, fueron arrojadas a los perros carroñeros.
La Justicia Penal Argentina, pero fundamentalmente, el Ministerio Público Fiscal —representante de los intereses de la comunidad en los procesos penales— quedó en deuda una vez más con los ciudadanos que, con el pago de sus impuestos, sostiene su existencia.
La Justicia Penal Argentina —o alguno de sus representantes— no quiso investigar una hipótesis delictiva...
La historia de Ícaro es mitológica. La historia del fiscal Volney es ficción. Alberto Nisman está enterrado en el cementerio de La Tablada.
He ahí nuestra tragedia.
Marcelo Carlos Romero
Miembro de Usina de Justicia
Especial para Tribuna de Periodistas