En otro anticipo del gran libro “Sexo, política y plata sucia”, del periodista Franco Lindner, se revela cómo el Gobierno envió a agentes de inteligencia para controlar los movimientos de Marcelo Tinelli durante la campaña electoral de 2009:
El falso Aníbal Fernández miró a cámara, desafiante.
—Te quiero decir una cosa, Marcelo.
—Sí –dijo Tinelli, risueño.
El imitador siguió:
—Vos el fin de semana, el domingo más específicamente, fuiste tipo nueve y cuarto de la noche a comprar milanesa de soja con puré de batatas, ¿o no?
Tinelli puso cara de sorprendido:
—Sí, es verdad.
—Perfecto. Y después, cuando volviste a tu casa, volviste a bajar a comprar mortadela y cien de queso, ¿es verdad?
—Sí…
—¿En serio? ¿Cómo sabe? –intervino Marcela “La enana” Feudale, con risas de fondo.
Y el controlador Aníbal continuó enumerando las actividades del espiado y los mensajes a sus productores.
—Y después te metiste en Internet, ¿eh? Para ver la página de San Lorenzo. Le mandaste un mail al “Chato” Prada con copia a Federico Hoppe. ¿Correcto?
—Sí…
—¿A eso de la 1 y cuarto no te llamó “El Teto” Medina?
—Un poco antes, eran 1 y 10.
—Bueno, acá nos llegó 1 y cuarto –lo corrigió Aníbal, imperturbable ante las carcajadas de los reidores.
Y remató el sketch:
—Bueno, eso es para que sepas que yo sé absolutamente todo.
—¡Guarda! –se rió Tinelli.
—Y te pido un favor. No me hagas poner una foto que tengo en un boliche “Gatitas” de Bolívar, donde estás totalmente borracho.
—¡Upa!
—No me hagas exponer esa foto y mostrar al Señor Televisor en pedo –lo rebautizó el inquisidor.
Tinelli, ya tentado, lo interrumpió:
—Gracias, gracias, gracias… ¡Vamos a cortarla porque este señor viene con todo!
Entre las risas de todos y la policíaca actuación del imitador Miguel Angel Rodríguez, el conductor de ShowMatch había enviado su mensaje al Gobierno. Sabía que lo vigilaban día y noche.
Ocurrió el 18 de mayo del 2009, un año electoral y crucial para los Kirchner. Una semana antes, Tinelli había arrancado con su popular programa en El Trece, del Grupo Clarín, y con una sección que incomodaba a la clase política, sobre todo la oficialista: el “Gran Cuñado”, el falso reality donde los principales dirigentes del país eran ridiculizados por sus imitadores. Entre los imitados estaba la Presidenta, algo que en la Casa Rosada, donde escasea el humor, no podían digerir. La caracterización de Martín Bossi con peluca y abundante rimmel era tan lograda como dañina. Y el propio Aníbal Fernández, el verdadero, ministro de Justicia por entonces, había exteriorizado ya el malestar de los Kirchner.
—Hay algunos políticos que son hasta en la vida cotidiana personajes, pero… ¿no podemos dejarla un poquito al costado a la Presidenta, entre todos, incluida la producción de Tinelli? –dijo Aníbal en un reportaje radial. Y sugirió, tan policíaco como su imitador:
—Nadie está hablando de sacar un decreto, pero… Me parece que hay excesos. Debiera regularse, porque es la Presidenta.
Después del sugestivo mensaje, Tinelli abrió su programa bromeando:
—¡Tenemos un marco regulatorio a partir de hoy!
Y minutos después entró en escena el falso Fernández para hacerle saber que el Gobierno lo estaba espiando. Pero, ¿por qué tenía Tinelli esa certeza?
Dos días antes del sketch con Aníbal, publiqué un informe sobre las operaciones de la SIDE en plena campaña electoral que llegó a la portada de la revista Noticias. La imagen del conductor aparecía en la tapa, y en el texto detallaba lo que me habían confiado dos informantes cercanos a la Secretaría de Inteligencia, un agente en actividad y un ex jefe de ese organismo que aún mantiene relación con los actuales espías.
Las distintas fuentes coincidían: Tinelli era uno de los blancos del espionaje kirchnerista, acaso el principal. El agente en actividad fue quien dio más detalles.
—Los muchachos hace rato que lo están siguiendo a Tinelli cuando va al Faena Hotel en Puerto Madero –dijo.
—¿Para qué?
—Quieren saber qué hace, cuándo y con quiénes.
—No entiendo.
—Saben que va mucho los jueves, también otros días de la semana, pero generalmente los jueves… Graban, sacan fotos, investigan las patentes de los coches, hacen de todo… No me pida detalles, pero lo que dicen es que allá siempre hay joda.
—¿Qué significa joda?
–Fiestas, sexo, merca. Joda, ¿me entiende?
—¿En el Faena?
—Sí. Tinelli es muy amigo de Alan Faena, el dueño. Está como en casa allá. No es sólo hotel y boliche, también hay departamentos que se alquilan.
—¿Tinelli tiene uno?
—Tiene lo que quiera. Repito, es muy amigo del dueño.
—¿Para qué quiere la SIDE tener esa información?
El agente se rió:
—Imagínese, puede ser un arma para presionarlo a Tinelli.
—Para extorsionarlo, dice usted.
—Llámelo como quiera. Si yo fuera Tinelli me empezaría a cuidar un poco.
El agente, quien dijo no ser parte del sucio operativo, también enumeró otras pesquisas de la SIDE y varios organismos del Gobierno relacionadas al conductor. Aseguró que los sabuesos buscaban detalles de su separación con Paula Robles, consumada algunas semanas antes, en abril del 2009. Los medios calculaban que la fortuna matrimonial a dividir era de cincuenta millones de dólares, pero los agentes manejaban una cifra superior. También estaban interesados en su declaración jurada y en los números impositivos de su productora, Ideas del Sur. En síntesis, estaban husmeando en la vida privada y la contabilidad de Tinelli con el objetivo de presionarlo con esos secretos y conseguir que volviera a ser algo más dócil.
Llamé a la vocera del conductor, María Calatayud, para ponerla al tanto de esto.
—El Gobierno lo está investigando a Tinelli. Hablan de seguimientos al Faena Hotel, detalles de su separación… ¿Puedo hablar con él?
—Se lo voy a consultar –dijo la vocera, sorprendida.
Al rato volvió a llamar.
—Marcelo no va a hablar, pero dice que agradece que lo hayas consultado.
—¿Quiere confirmar o desmentir lo de las visitas al Faena o alguna otra cosa?
—No, por ahora no quiere hablar.
Dos días después de publicada la nota, el falso Aníbal enumeraba sus actividades, sus llamados y sus mails, y le recordaba: —Yo sé absolutamente todo.
La cómica alusión al bar “Gatitas” de Bolívar, el terruño del conductor, era una humorada destinada a reemplazar al Faena.
—No me hagas poner una foto donde estás totalmente borracho –era la amenaza en ese sketch, más naïf que la verdadera. Tinelli se reía ante cámara. Había recogido el guante.
El “Gran Cuñado” de ese año electoral logró picos de rating y fue implacable con el Gobierno. Néstor Kirchner, imitado por “Freddy” Villarreal, se mostraba como un personaje de humor algo infantil y homéricos arranques de furia. El piquetero Luis D’Elía vociferaba “te odiooo, te odiooo”. Guillermo Moreno era un gángster más bravucón aún que en la vida real. Aníbal Fernández, un vigilante obsecuente. Y Cristina Fernández, en su punto más bajo en las encuestas, una y otra vez era nominada para abandonar la casa del reality. Fueron diez en total, un récord.
—Cristina… –anunciaba Tinelli semana tras semana, divertido– ¡Estás nominada!
Y Martín Bossi, con peluca y rimmel, hacía pucherito.
La mejor parte del show le tocó a Francisco de Narváez, personificado como un ricachón simpático que repetía su “votame, votate, alica, alicate” y lo transformaba en un verdadero fenómeno de masas. Así fue como le ganó a Kirchner la increíble elección legislativa en suelo bonaerense, mientras su imitador a la vez arrasaba en el “Gran Cuñado”.
La realidad y el programa de Tinelli en el canal del Grupo Clarín se imitaban entre sí. Kirchner estaba furioso, como su personaje.
—Tinelli nos cagó la elección –es la frase que le atribuyeron sus colaboradores.
Cuando había arrancado la campaña, en marzo, los inspectores de la AFIP se presentaron sin previo aviso en las oficinas de Ideas del Sur, la productora del conductor. Revisaron cada libro contable y cada recibo que los empleados tenían en sus manos, y prometieron regresar.
Pocas semanas después, al principal guionista de “Gran Cuñado”, Pablo Semmartín, le había llegado un amenazante mensaje anónimo a su celular: “Hermano, no tenés nada a tu nombre, pero sabemos que te mudaste. Ojo que te vamos a dejar en fetitas”. Semmartín se lo tomó con humor y grabó la siguiente frase en su contestador automático: “Si querés dejar amenazas para ‘Gran Cuñado’ apretá 1. Si querés dejar un mensaje personal apretá 2”.
Pero el anónimo volvió a llamar:
—Vos tomátelo en joda, que el viernes vemos…
El guionista le contó todo a Tinelli y decidieron hacerlo público ante la prensa. Ya parecía demasiado. Esta vez, el falso Aníbal Fernández no se mofó de la amenaza ante las cámaras.