En pocas horas, las librerías se inundarán con un libro que dará qué hablar, no solo en la política sino también en la ciudadanía. Se trata de “Sexo política y plata sucia”, del colega Franco Lindner.
Allí, entre otros, se desnudan secretos de diversa índole de Cristina Kirchner, Sergio Massa, Amado Boudou, Marcelo Tinelli, Mauricio Macri, Daniel Scioli, Aníbal Fernández, Martín Insaurralde y Norberto Oyarbide.
Gracias a la gentileza de su autor, Tribuna de Periodistas publica un anticipo exclusivo. Un capítulo interesante y actual: “La señora Vandenbroele se desahoga”.
Alejandro Paul Vandenbroele posa como lo haría una modelo en una revista porno. Recostado contra una pared, el torso semidesnudo, el pecho cubierto por un corpiño blanco, las manos apretujándose los inexistentes senos, la boca pintada de rojo furioso y los ojos maquillados. Su mirada es graciosa de tan lasciva.
La foto es real y data de sus tiempos de adolescente en Mar del Plata, donde pasaba sus vacaciones en compañía del resto de la tragicómica banda del caso Ciccone. Estaba guardada en los archivos de su computadora, y quien la hizo llegar a los medios es su ex mujer, Laura Muñoz.
Nunca es bueno separarse en malos términos, y mucho menos si la otra parte cuenta con imágenes de ese tipo.
Vandenbroele no es travesti, solo payaso, y si algo demuestra la foto en cuestión es el desfachatado perfil de los amigotes que juntos casi lograron adueñarse de una imprenta de billetes e intentaron engañar a todos, desde la opinión pública hasta la propia Presidenta. Aventureros sin miedo al ridículo ni noción de los límites. Bromistas y ambiciosos. Caraduras, en una palabra.
Vandenbroele, el del corpiño y la mirada lasciva, es la clave del expediente más resonante de corrupción de estos días, el que puede encarcelar al vicepresidente Amado Boudou, a su socio y mejor amigo, José María Núñez Carmona, y también al falso travesti. Los tres fueron procesados por el juez Ariel Lijo en el invierno de este año.
La que destapó el escándalo es la ex de Vandenbroele, una atractiva morocha de 38 años. Lo hizo cuando reveló que él era el supuesto testaferro de Boudou. Y lo sabía por lo que su propio marido le dijo.
Ahora, Laura Muñoz por primera vez cuenta los detalles de su historia para este capítulo. Las sospechas iniciales, los maltratos, las conversaciones grabadas, el amor que se convirtió en veneno, las infidelidades, los rollos de billetes –decenas de miles de euros– que aparecían de la nada, los negocios ilegales, las reiteradas amenazas de muerte… Nada se perdió en su memoria.
Es junio del 2014 y Laura está dispuesta a responder a todo, como nunca antes, en su casa de las afueras de la ciudad de Mendoza.
Lo personal y lo judicial se mezclan, algo inevitable. Y su relato por momentos se convierte en desahogo.
–Empecemos por el principio –le digo–. ¿Cómo se conocieron con Vandenbroele?
–Yo trabajaba en un estudio en Buenos Aires, Alfaro Abogados, y él era un nuevo socio, recién había vuelto de Madrid. Así que yo era su secretaria, digamos –responde.
–¿Cuándo empezó la relación?
–Ahí mismo, en el 2005. Alejandro era soltero, yo separada y con dos hijos de mi anterior matrimonio. Hubo química enseguida, yo me enamoré de él.
–Y se casaron.
–Nos casamos en noviembre del 2006. Antes convivimos en una casa en Ciudad Jardín, en El Palomar. Un mes después de casarnos nos mudamos a Mendoza, un 2 de enero, después de las fiestas.
–¿Por qué a Mendoza?
–Alejandro me convenció, dijo que acá tenía clientes para su trabajo, las bodegas Salentein y otros más. Y que quería comprar una finca, dedicarse al tema de los vinos, y que yo podía empezar a trabajar en lo mío, porque soy instructora de equitación. Era un lindo proyecto…
–¿Y qué pasó?
–Llegamos a Mendoza y a los 15 días me dejó sola, se fue de viaje a España. Él ya venía viajando cada dos meses, pero me dijo que eso se iba a acabar cuando nos casáramos, que íbamos a estar juntos en Mendoza.
–¿A qué fue a España?
–Siempre hablaba de supuestos negocios, pero no me explicaba mucho. De la finca que habíamos hablado, olvidate, vivíamos en una casa alquilada. Y me dejó sola con mis dos chicos y sin un peso cuando llegamos. Se fue un mes y medio.
–¿No le dejó plata?
–Nada. A mí, recién casada, me daba vergüenza pedirles a mis padres, explicarles la situación. Rompí las alcancías de los chicos, donde veníamos juntando desde hacía un año y medio, y comimos con eso.
–¿Y él?
–Me mandaba fotos por mensaje desde España, andaba en una Mini Cooper. «Y yo estoy acá cagada de hambre», le respondía. Y nada, él no reaccionaba.
–Ustedes tuvieron una hija.
–Alejandro quería tener un hijo sí o sí, y yo quedé embarazada en mayo de ese año, el 2007. Cuando quedé, se volvió a ir. Me acuerdo de que fue un invierno durísimo, con récord de nevadas, y sin calefacción, sin plata, sola con mis dos chicos, que tenían 9 y 11. Y él de viaje…
–Y usted embarazada, además.
–¡Encima embarazada! Y el día que la nena nació él casi me dejó sola otra vez.
–¿Cómo fue?
–El 3 de febrero del 2008 me dice: «Me voy de viaje». Teníamos fecha de parto para los próximos días. «No te podés ir, tenemos fecha ahora», le digo. Y otra vez con el mismo cuento, que se tenía que ir a Europa por un negocio importante.
–¿Y qué hicieron?
–Al día siguiente, el 4 de febrero, yo tenía turno con el obstetra. Y Alejandro le dice: «Hágalo nacer ahora, doctor, porque tengo que viajar». Imaginate la escena…
–¿Y qué pasó?
–Mi hija nació al día siguiente, el 5. Y el padre se fue el 6. A la semana volvió, pero enseguida volvió a irse otro mes y medio.
–¿Y qué negocio tenía en España?
–Esa vez me explicó un poco más. Hacía de enlace con unos italianos que querían comprar el diario Ámbito Financiero, y entonces tenía que viajar. Y en esa operación ya estaba con The Old Fund, la sociedad que luego usó en el caso Ciccone.
–¿La había creado él?
–Sí, ese mismo año, el 2008.
The Old Fund, la sociedad de la que habla Laura Muñoz, estaba presidida por Vandenbroele en los papeles, y se quedó con el control de la ex Ciccone Calcográfica en el 2010, poco antes de la muerte de Néstor Kirchner en octubre de ese año. La misión que el jefe le había encomendado a Boudou era avanzar sobre la imprenta de la familia Ciccone y conseguir que la comprara algún empresario cercano al Gobierno, o como plan B, que se estatizara, lo que finalmente terminó ocurriendo luego de que se desatara el escándalo.
Eso sí, de lo que Kirchner no había hablado nunca era de que el propio Boudou y su banda de amigotes aventureros se quedaran con la empresa. Eso más bien parecía una mejicaneada de la que hasta Cristina Fernández se enteró cuando ya era tarde. ¿Pero cómo deshacer lo hecho sin que se notara?
Ciccone, rebautizada Compañía de Valores Sudamericana por sus nuevos dueños, era la única empresa del país en condiciones de imprimir los billetes argentinos y lo ratificaba la Casa de la Moneda, a cargo de Katya Daura, una aliada de Boudou. La banda que en los viejos tiempos de Mar del Plata se sacaba fotos payasescas ahora iba por todo. Querían la máquina de hacer billetes y un negocio con el Estado que representaría no menos de 50 millones de dólares.
Por entonces lo estaban logrando. La ex de Vandenbroele, el brazo ejecutor de la operación, aún no había hablado.
Hay que volver a la entrevista con Laura Muñoz en su casa de Mendoza. La mujer recuerda distintos trabajos de su marido antes del desembarco en Ciccone. En España fue abogado de la modelo argentina Daniela Cardone, quien intimó a retractarse a los medios que la acusaron de prostituirse mientras vivía en ese país. También tuvo alguna participación en el pase de un jugador de River a Europa, el volante Fernando Belluschi. Y representó a un empresario del fútbol que les reclamaba una deuda al colombiano Radamel Falcao García y al uruguayo Sebastián Abreu por gestionar sus respectivas transferencias.
Laura Muñoz también recuerda:
–Alejandro les armaba sociedades offshore a algunos clientes, eran empresas fantasma para sacar la plata afuera.
–¿Se lo dijo a usted?
–Sí. Y yo le decía: «Es un desastre lo que hacés, está mal». Discutíamos mucho por eso.
–¿Cómo se manejaban con el dinero? ¿Vivían bien?
–Manejaba todo él, a mí nunca me dejó participar. Yo al principio no tenía trabajo y me costaba imponerme. La plata era de él. Por ejemplo, íbamos a cenar a Sushi Club en Buenos Aires y nos gastábamos 1.000 pesos en una cena, una locura. Pero si yo le decía que tenía que comprar una nueva aspiradora, él me respondía: «No, no sé si llego este mes».
–¿A veces no tenía plata?
–Siempre tenía, pero no me quería dar. Él se daba todos sus lujos.
–¿Dónde guardaba la plata?
–La única vez que yo lo vi con mucho dinero encima fue un día que aparecieron 64.000 euros en casa. Alejandro estaba desesperado, me decía: «Perdí la plata, perdí la plata». La empezamos a buscar como locos hasta que aparecieron unos rollitos de billetes en su bolso…
–¿Eran 64.000 euros en rollitos?
–Sí, él era muy desprolijo. Le pregunté de dónde había sacado esa plata y me dijo que no era suya, que era de un amigo suyo, Fabián Carosso Donatiello, el mismo que estuvo con él cuando vivió en España.
–¿Y qué hacía con la plata si no era suya?
–Era suya, seguro. No me lo quería decir. Si Carosso Donatiello estaba pagando una hipoteca y no tenía un peso entonces…
Carosso Donatiello, apodado «Culo loco» por su amigote Vandenbroele, es el mismo que le alquiló a Boudou su departamento en Puerto Madero, donde en realidad vivió el titular de The Old Fund. Si «Culo loco» firmó el contrato de alquiler fue porque Vandenbroele no podía hacerlo: debían borrarse todas las evidencias sobre la relación entre el vice y el titular de The Old Fund, la sociedad controlante de la ex Ciccone.
Hay una foto en la que se ve a los bromistas Vandenbroele y Carosso Donatiello revolcándose en una cama y fingiendo un encuentro íntimo, mirando a cámara con cara de «nos sorprendieron». Es de cuando ambos vivían en España. Laura Muñoz, implacable, también envió ese material a los medios.
Sigue hablando la mujer:
–En el 2009, Alejandro me empezó a decir que tenía un gran negocio, pero sin contarme detalles. Quería que nos mudáramos a Buenos Aires, decía que era necesario para lo que pretendía hacer. Pero yo ya me había acostumbrado, estaba trabajando en el Club Hípico, no quería volver. Le dije: «Yo me quedo. De lunes a viernes laburá donde quieras, y volvés acá los fines de semana, como hacen otros matrimonios».
–¿Y qué dijo él?
–Se enojó muchísimo, estaba sacado. No pensó que esta vez le iba a decir que no, siempre hacíamos lo que él quería. Yo ya estaba mejor conmigo misma, iba a terapia dos veces por semana…
–¿Cuál era el gran negocio en Buenos Aires del que él hablaba?
–Me lo empezó contar más tarde, porque insistía en que me mudara a Buenos Aires con él. Me contó que su prima de Mar del Plata, «Lupe» Escaray, estaba trabajando para Boudou, a quien le habían dado el Ministerio de Economía. Y entonces lo llamaron a Alejandro porque necesitaban un abogado de confianza para hacer algunas cosas.
–¿Qué cosas?
–No me dijo en ese momento. Sí que era un negocio importante y que por eso él estaba en Buenos Aires.
–¿Él lo conocía a Boudou?
–Sí, ya de antes. De joven iba de vacaciones a Mar del Plata, a la casa de los padres de su prima. «Lupe» Escaray en esa época había sido la novia de Núñez Carmona, el mejor amigo de Boudou, el socio. Alejandro le decía «el Gordo José María» a Núñez Carmona, eran muy amigos. «Voy a trabajar con el Gordo José María y Boudou», decía. Conocía a los dos.
–A Guadalupe Escaray, su prima, la habían nombrado como jefa de la ANSES en Mar del Plata, ¿no?
–Sí, el año anterior, cuando Boudou era el titular de la ANSES. Ese era el trabajo que me dijo Alejandro que le había dado a «Lupe». Después, como yo insistía, me fue contando más cosas. Me habló de un contrato con Formosa, y me dijo algo que no me lo olvido más: «Tengo miedo de quedar enganchado con la firma».
–Fuerte.
–¿Qué te parece? Ahí supe que era algo ilegal. Además, imaginate… Para que le dé miedo algo a ese sátrapa desalmado…
–Debía ser grave.
–Me dijo que él iba a cobrar 70.000 dólares por eso. «¿Y los demás cuánto se quedan?», le pregunté. Me respondió: «Ah, no, imaginate Núñez Carmona y los de arriba».
El «contrato con Formosa» que Laura Muñoz le escuchó mencionar a su marido es el que la gobernación kirchnerista de esa provincia firmó con The Old Fund, la fantasmal sociedad de Vandenbroele. En el 2009, Formosa le encargó a esa empresa un supuesto estudio sobre la reestructuración de la deuda pública provincial. Le pagó 7,6 millones de pesos.
La Justicia investiga si el asesoramiento realmente existió o si se trató de un servicio no prestado que encubría otra cosa, una mera factura trucha para permitir que el dinero del Estado terminara en manos ajenas. The Old Fund no era precisamente una consultora líder. El de Formosa había sido su primer trabajo de importancia. La empresa solo tenía un empleado y una secretaria. Y su ignoto presidente, Vandenbroele, ante el fisco se presentaba como un monotributista.
Sigue hablando Laura Muñoz:
–Otra cosa que me contó Alejandro en esos días es que con Núñez Carmona pondrían una consultora en Puerto Madero para hacer negocios con el Gobierno. Me imagino que hablaba de The Old Fund. Boudou les iba a conseguir los negocios y ellos facturaban por algo que no hacían. Si el Gobierno les hacía un contrato por 10 pesos, en realidad les pagaba 5 y los funcionarios se quedaban con los otros 5, y ganaban todos.
–¿Así se lo explicó él?
–Sí. Yo le decía: «Pero vos estás robando, ¿te das cuenta?». Él se enojaba mucho cuando le decía eso, se violentaba.
–Pero la relación entre ustedes seguía.
–Cuando Alejandro se fue a Buenos Aires todo empeoró entre nosotros. Algunos fines de semana volvía, muchos otros no. Si yo lo llamaba de noche, nunca contestaba. Y cuando venía a Mendoza a él lo llamaban minas a cualquier hora, a las 11 y media de la noche, y él salía para hablar sin que yo lo escuchara…
–Usted sospechaba que había otras mujeres.
–¡Imposible no sospechar! –se altera la entrevistada.
–¿No le pedía explicaciones a él?
–Obvio. Le decía: «Che, es una mina la que llamó». Y él se había el boludo: «No, es una ex compañera del colegio, que me la encontré en el gimnasio». No sabía mentir. Encima había empezado a ir al gimnasio, él, que nunca le dio bola a eso. Hacía todas esas boludeces que hacen los hombres cuando tienen una mina que no es la esposa.
–Le daba motivos para desconfiar.
–Ahí lo empecé a investigar, esa es la verdad. Revisaba sus cosas, su celular, los mails, y así fue como también fui encontrando otras cosas, papeles de The Old Fund, o anotaciones de sus reuniones con Núñez Carmona…
–O sea que el caso Ciccone se destapó por una mujer celosa –le digo.
Laura Muñoz se ríe.
Prefiere seguir hablando del costado judicial de esta historia:
–Siempre nos peleábamos por las cosas raras en las que él andaba con Boudou y el socio. Me acuerdo de una cena en la casa de «Lupe» Escaray, su prima, la que habían puesto en la ANSES. Fue en Mar del Plata, para el Año Nuevo del 2010. Y todos la cargaban a ella. «Che, Lupe, cantanos la marcha peronista ahora que te vendiste a los K», le decía uno de la familia. Y otro lo imitaba a Kirchner.
–¿Y a Vandenbroele no lo cargaban por lo mismo?
–Es que él lo manejaba con más reserva el tema. Por eso yo le dije, en un aparte: «Esta es tu oportunidad para blanquearles a todos los que estás haciendo». Se puso como loco, me zamarreó del brazo, me lastimó, me puteó delante de todos. Nunca lo vi así. Y yo me fui de la cena, sola. Nos separamos tres meses después, él me dejó el día de mi cumpleaños.
–No…
–Sí, el 14 de marzo del 2010. Un sábado. Me llamó desde Buenos Aires y me dijo: «¿Querés que vaya el fin de semana?». «Mejor no», le contesté, porque estaba triste con todo lo que venía pasando. Pero vino igual. Fuimos a almorzar para mi cumple, estuvo muy cariñoso, me llenó de regalos. Pero cuando volvimos a casa me dijo: «Me voy, me quiero divorciar».
–Así nomás.
–Sí. Ya tenía la valija hecha y todo. Y ya había arreglado con alguien para que lo pasara a buscar por casa a las 5 de la tarde. Tenía todo el plan armado.
Es imposible escuchar a Laura Muñoz sin imaginar a Vandenbroele como un perfecto patán, capaz de abandonarla el día de su cumpleaños o de apurar un parto porque tenía que irse de viaje. Lo llamé también a él para contrastar su versión de los hechos con la de ella –sin duda, parcial–, pero no respondió mis mensajes.
Hay que seguir escuchando, entonces, a su ex.
–En los meses después de que él se fue, yo seguí averiguando si me había engañado con otras minas. Y sí, me había cagado con un montón, fue durísimo darme cuenta. Todo eso desde que empezó a andar con Núñez Carmona y Boudou en Buenos Aires.
–¿Cómo se enteró?
–Encontré unos teléfonos en su computadora, porque él era muy descuidado, dejaba todo a la vista y teníamos archivos en común. Yo lo revisaba cuando él venía algún fin de semana para ver a nuestra hija.
–¿Eran teléfonos de mujeres?
–Sí, teléfonos y nombres de mujeres. Y entonces me puse a llamar…
–Claro.
–Me puse a llamar y sí, no eran desconocidas, lo conocían a Alejandro…
–Entiendo.
–Bueno, la cuestión es que un día lo encaré y le pregunté por las infidelidades. «Decime la verdad, yo te voy a entender». Y se puso como loco, violento, me amenazó, y me dijo que me iba a matar si yo contaba algo de lo de Núñez Carmona y Boudou. A partir de ese día yo lo empecé a grabar, por las dudas.
–¿Con qué lo grababa?
–Con un grabador de periodista, lo escondía en algún lugar de la casa cuando él venía a ver a la nena. O también cuando hablábamos por teléfono. Tengo montones de horas de grabación…
–Eso es lo que le entregó a la Justicia.
–Sí, se lo di al fiscal Carlos Rívolo cuando vino a Mendoza a tomarme declaración. Eso y las anotaciones que Alejandro se dejó acá, y los papeles de The Old Fund.
–¿Qué decía Vandenbroele en esas charlas grabadas?
–Una vez hablamos por teléfono y yo le pregunté qué había pasado con su trabajo para Núñez Carmona y Boudou, y él reconoció que eso seguía. Y lo de la consultora que iban a poner en Puerto Madero.
–¿Eso está grabado?
–Sí, él no da detalles, pero lo admite. Podría haberme dicho que no sabía de lo que le estaba hablando.
–Claro.
–Y en otras de las partes grabadas yo le pregunto por los 70.000 dólares que me había dicho que iban a pagarle por uno de los negocios. Y él contesta: «No, yo te voy a explicar, esa plata no la cobré todavía». Porque él decía que no tenía nada de plata para darme.
Laura Muñoz entregó esa comprometedora evidencia al fiscal Carlos Rívolo el 24 de febrero del 2012.
Ese mismo día, la madre de ella, Azniv Tokatlian, fue entrevistada por el periodista Jorge Rial, elegido en forma frecuente para las desmentidas kirchneristas. Aseguró que su hija Laura le prohibía ver a sus nietos y que ella le había iniciado una querella.
–Se le recomendó una pericia psiquiátrica, pero ella nunca se presentó –acusó la madre, sin aclarar que el juez solicitó que ambas se realizaran el examen.
También arriesgó un diagnóstico:
–Mi hija tiene paranoia y dificultad para reconocer la realidad.
Y defendió a su yerno acusado de testaferro:
–Alejandro es un ejemplo como padre.
A pesar de esa contraofensiva en los medios K, la Justicia dio por válido el testimonio de Laura Muñoz en el caso Ciccone, clave para desentrañar la madeja de negocios del vice. Todo lo que la supuesta «loca» declaró ante el fiscal Rívolo luego se fue confirmando por otras vías.
–¿Por qué su madre salió a atacarla de ese modo? –le pregunto.
Laura suspira:
–Lo de mi madre lo armó él, estoy segura. Cuando nos separamos, ella me dijo: «Yo me voy a quedar con Alejandro». Siempre le gustó la plata y hoy vive con él en una casa que alquila en un country de Mendoza, el Vistalba. Una casa enorme, con pileta climatizada, jacuzzi, de todo. Vive con él como si fuera su madre.
–¿Por qué se pelearon usted y ella?
–Estamos distanciadas desde que yo era joven, y cuando se murió mi padre, hace unos años, dejamos de vernos del todo. Yo tuve un problema en el colegio, una situación muy delicada en la que ella no me apoyó…
–Por cómo lo dice, suena a un abuso.
–Sí, y durante años. Un profesor con mucho poder en el colegio. Ella no me creyó, se puso del lado del colegio…
–¿Y su padre?
–Mis padres estaban separados, yo vivía con ella. A los 19 años me fui de casa.
Laura Muñoz hace una larga pausa. Prefiere pasar a otro tema. Le pregunto por la familia de Vandenbroele. Eso la divierte.
–Son muy extraños –dice–. La madre es una negadora. Uno de los hermanos de Alejandro es discapacitado mental y la madre siempre comentaba: «Ay, mirá, es re divertido». Además, la hermana de él era muy amiga de la hermanastra de María Marta García Belsunce, Irene Hurtig, una de las que fueron investigadas por ese crimen. La hermana tenía casa en el country Carmel, como los García Belsunce.
–No era una familia nacional y popular.
–No, para nada. Son muy anti K, y Alejandro también lo era antes de empezar a hacer negocios con Núñez Carmona y Boudou. Miraba TN, puteaba al Gobierno…
Laura Muñoz se ríe.
Es hora de preguntarle por algo delicado: las reiteradas amenazas que recibió antes de destapar el caso Ciccone.
–El primero que me dijo que me iban a acusar de loca si hablaba fue Alejandro, y cumplió. «Te vamos a internar en un manicomio, no te va a creer nadie», me decía. Yo le contesté: «Igual voy a hablar, no te tengo miedo». Y él seguía: «Te voy a matar si hablás».
–¿Alguien más la amenazó?
–Sí, me pasó de todo. Me llegaban mails anónimos que decían: «Callate o te boleteamos». Envenenaron a mi perro, un Weimaraner, dos veces, porque la primera lo pude salvar. Además recibía llamadas donde escuchaba las voces de dos tipos describiendo la ropa que yo tenía puesta. Fue terrible. Ahí empecé a hablar con un periodista de Clarín, que había publicado la primera nota sobre el caso Ciccone, que hablaba de un abogado belga. Claro, no se sabía quién era mi marido, Vandenbroele es un apellido belga. Y le fui contando todo al periodista, pero tenía miedo, daba vueltas, durante meses estuvimos así.
–El periodista es Nicolás Wiñazki.
–Sí, Nicolás. Lo llamaba y le decía: «Dale, publicá todo». Y después me agarraba el miedo y le pedía: «No, todavía no, esperemos».
–¿Y cómo se decidió?
–Una noche vinieron unos tipos y quisieron entrar en mi casa, intentaron forzar la puerta de entrada, zarandearon las persianas del dormitorio, y me gritaban «callate, puta». Llamé al 911 y nunca vinieron.
–Terrible.
–Sí. Y ahí lo llamé al periodista y le dije: «Sacame ya en el diario porque no sé si paso el fin de semana». Tenía pánico, pero entendí que hablar era lo mejor porque así me hacía conocida y parecía más difícil que me mataran… Eso fue en febrero del 2012.
–¿Después de hablar con la prensa sufrió más amenazas?
–Al poco tiempo estuve en una reunión en la casa de una amiga. El marido de otra amiga se me acercó y me empezó a dar charla, a aconsejarme lo que tenía que hacer. Era un funcionario del gobierno de Mendoza, no importa el nombre. Me hizo sacarle la batería al celular. «Si no, nos pueden escuchar», decía.
–¿Qué le aconsejó?
–Me decía: «Vos tenés que ir a lo de Boudou, hablar con él y a la salida decirles a los periodistas que te equivocaste, que el vice no tiene nada que ver». Le contesté que era imposible eso. Y me dijo: «Pero mirá que si no lo hacés te pueden violar, o los pueden lastimar a tus hijos…». Yo le dije: «Y bueno, no será la primera vez». Claro, el tipo no conocía mi historia de vida…
Laura Muñoz vuelve a hacer un silencio. Cree que tomó la decisión correcta al denunciar a su marido, a pesar de los costos que pagó y del miedo que sigue latente.
En febrero del 2015, él fue detenido por orden de la Justicia uruguaya, que lo investiga por supuesto lavado de dinero como si no bastara con el caso Ciccone. Los agentes lo apresaron en el momento en que llegaba a la casa de su esposa en Mendoza luego de pasar el día con la hija de ambos, según lo que estipulaba el régimen de visitas. Laura se desahogó por la situación: «La escena no fue violenta, pero yo no sabía cómo iba a reaccionar él. Estaba con mi hija…».
Si algo la incomoda hoy es seguir siendo la señora Vandenbroele. Él nunca le dio el divorcio.
Ella lo explica así:
–Es que Alejandro no me habla cuando viene a casa a buscar a la nena. No me dirige la palabra… A lo sumo me grita: «Callate, puta». ¿Cómo hago para divorciarme de un tipo que no habla? Yo presenté el pedido de divorcio en la Justicia, y él no mostró ningún interés, está todo parado.
–Quizá no quiere dividir los bienes.
–Seguro, no quiere dividir nada –a la señora Vandenbroele se le quiebra la voz–. Él solo quiere verme muerta.