El 25 de mayo de 1810, todos los miembros de la “Primera Junta” habían jurado, al asumir sus funciones, “desempeñar legalmente el cargo, conservar íntegra esta parte de América a nuestro augusto soberano el Señor Don Fernando Séptimo y sus legítimos sucesores, y guardar puntualmente las leyes del Reino.” Sin embargo, pese al monarquismo normativo que debía regir a la Junta, las nuevas autoridades comenzaron un largo camino hacia la consolidación de un nuevo régimen.
En ese camino, se destaca el “Decreto de Supresión de Honores”, dictado el 8 de diciembre de 1810, el último día antes de que cesara la “Primera Junta” y pocos días antes de que se constituyera la “Junta Grande”, con representantes de las provincias.
Dicho decreto exhibe conceptos que se alejan de la monarquía absoluta. En efecto, explica la Junta que, en un primer momento, necesitó dotar a su Presidente, Don Cornelio Saavedra, de los honores propios de los virreyes, para que a los ojos del pueblo no apareciera menospreciada la nueva autoridad respecto de la que, anteriormente, provenía de España. Pero advierte que la continuidad de esta metodología resultaba riesgosa, porque los “hombres sencillos” verían en el Presidente de la Junta a un Virrey y los “malignos” imputarían a la Junta fines ambiciosos. Es evidente, en este decreto, el paso de un régimen de monarquía absoluta a un incipiente sistema republicano, donde comienzan a caer algunas normas que ya no eran eficientes para alcanzar los objetivos del nuevo orden.
En el mismo decreto, el primer gobierno patrio sostiene un principio básico de la ética pública republicana: la igualdad entre gobernantes y gobernados:
“¿Si me considero igual a mis conciudadanos, por qué me he de presentar de un modo, que les enseñe que son menos que yo? Mi superioridad solo existe en el acto de ejercer la magistratura que se me ha confiado; en las demás funciones de la sociedad soy un ciudadano, sin derecho a otras consideraciones que las que merezca por mis virtudes.”
Además de la igualdad, la austeridad también tiene su reconocimiento en el Decreto de Supresión de Honores:
“Ni el Presidente, ni algún otro individuo de la Junta en particular revestirán carácter público, ni tendrán comitiva, escolta, o aparato que los distinga de los demás ciudadanos.”
“En las diversiones públicas de toros, ópera, comedia no tendrá la Junta palco, ni lugar determinado: los individuos de ella, que quieran concurrir, comprarán lugar como cualquier ciudadano”
Finalmente, la Junta condena la promoción o autopromoción del funcionario público en el contexto del ejercicio de sus funciones. En efecto, se prohíbe dar brindis, vivas o aclamaciones a los miembros de la Junta, y se sanciona con destierro a quien lo haga. Si bien la norma no lo dice, de las circunstancias históricas que generaron la redacción del decreto por parte de Mariano Moreno, puede deducirse que la prohibición va dirigida a los partidarios de cada miembro o facción afín a éstos. En efecto, el hecho histórico en cuestión se produjo cuando, durante un banquete en el cuartel de los Patricios donde se festejaba la victoria de Suipacha, un oficial elogió en forma exagerada a Saavedra e incluso lo llamó emperador. Nótese, entonces, que los elogios no sólo se produjeron a instancias de un subalterno del elogiado, sino también, en el contexto de un banquete de carácter oficial. Es decir, el elogio hacia el gobernante impulsado desde los poderes públicos.
Tan completo es el Decreto de Supresión de Honores que hasta nos indica qué es lo que busca prevenir:
“Por desgracia de la sociedad existen en todas partes hombres venales y bajos, que no teniendo otros recursos para su fortuna, que los de la vil adulación, tientan de mil modos a los que mandan, lisonjean todas sus pasiones, y tratan de comprar su favor a costa de los derechos, y prerrogativas de los demás. Los hombres de bien no siempre están dispuestos ni en ocasión de sostener una batalla en cada tentativa de los bribones; y así se enfría gradualmente el espíritu público, y se pierde el horror a la tiranía. Permítasenos el justo desahogo de decir a la faz del mundo, que nuestros conciudadanos han depositado provisoriamente su autoridad en nueve hombres, a quienes jamás trastornará la lisonja, y que juran por lo más sagrado, que se venera sobre la tierra, no haber dado entrada en sus corazones a un solo pensamiento de ambición o tiranía: pero ya hemos dicho otra vez, que el pueblo no debe contentarse con que seamos justos, sino que debe tratar de que lo seamos forzosamente.”
Vemos hoy cómo la austeridad y la igualdad entre gobernantes y gobernados se encuentran ausentes de la vida pública y, en particular, de los festejos patrios. Mientras tanto, la autopromoción de los gobernantes se ha constituido en el principio y fin de la actividad estatal, así como en el eje de las actividades conmemorativas de la Revolución de Mayo.
No es con festejos ostentosos y partidistas, sino con conductas acordes al legado de mayo, que rendiremos homenaje a aquellos hombres que jugaron su memoria, su vida y sus bienes, por los principios que hoy están siendo traicionados.