Cada vez que el Papa Francisco recibe a CFK, o se anuncia una audiencia con algún mandatario que no le gusta a la ciega y maniqueísta oposición argentina, es fuertemente criticado.
Periodistas y personajes de cierto renombre se rasgan las vestiduras en las redes sociales, en contra de "El Papa kirchnerista", "El Papa peronista", y "El Papa traidor", por citar tan sólo las calificaciones más generosas que Jorge Bergoglio recibe.
La verdad es que tienen una terrible confusión con el rol que un Sumo Pontífice cumple, ante el mundo, y ante la historia.
El Papa juega en las grandes ligas. Lo pueden tener involucrado la geopolítica internacional, calamidades horrendas como las del Estado Islámico, o cuestiones de similar naturaleza, que hagan que un Papa se pronuncie y, eventualmente, actúe en consecuencia. No pretendan que se involucre en el chiquitaje ladino de los intendentes del conurbano, o en averiguar si Ottavis fajó a la mujer.
Hay que estar demasiado confundido respecto de estas cosas, para suponer que el Papa Francisco recibe a CFK porque es kirchnerista, o peronista, o alguna paparruchada por el estilo.
También hay que estar muy confundido para pretender que un Papa se convierta en el jefe de la oposición de su país, o esperar que viole protocolos tradicionales del Vaticano, negándole una audiencia a un jefe de estado.
Los opositores argentinos, y algunos políticos también, (convengamos que la levedad intelectual no es patrimonio exclusivo de la clase media urbana), esperan que el Papa, por ser argentino, les solucione los problemas que ellos mismos se autoinfligen cuando votan. Y, en algunos casos, de los desastres que perpetran cuando son votados.
Pero, simultáneamente, exhiben una importante dosis de hipocresía. Porque nada dicen esos opositores de las visitas de, por ejemplo, Mauricio Macri, a la Santa Sede. Allí todo parece estar perfecto, y el Papa Francisco parece estar "cumpliendo con su deber". Nadie lo acusa de ser "PRO", o de defender corruptos, aunque nos rasguemos las vestiduras con los incendios, esclavitud, y muerte de los talleres clandestinos, y la Sra Awada esté sentada junto a Bergoglio, lo más sonriente.
"El Papa recibe corruptos", repiten hasta el hartazgo. Hay que explicarles, como a niños, que esos corruptos no han sido sentenciados por la justicia, y están en libertad. Un Papa no puede reemplazar al sistema judicial de una nación. Otra cosa es que no nos gusten algunos tipos a los que recibe el Papa, o que se cuelan en las comitivas de CFK, para la consabida foto.
Cuando el Papa Francisco recibe a Cristina Kirchner, se debe a que ella solicita una audiencia. Debieran, los opositores, hacer una lectura diferente de esos eventos, y entender que, solicitando audiencias, intercambiando regalos, y sonriendo para las fotos, es precisamente Cristina Kirchner la que se denigra, y se arrastra en contra de sus históricas posiciones de enfrentamiento con el entonces Cardenal Bergoglio.
Que son los kirchneristas los que se mancan, y los que tragan sapos, luego de haber silbado la designación de Bergoglio como líder de la iglesia católica.
Gente como Cristina Kirchner y Nicolás Maduro resultan excecrables para muchos de nosotros. Ya hemos dicho todo lo que se podía decir respecto de estos personajes. Pero la mínima inteligencia aplicada debería revelar que, a los efectos formales, y ante el Papa, son presidentes democráticamente elegidos en sus respectivos países, con absoluta legalidad y legitimidad, que están cumpliendo su mandato. Los vota la mitad del padrón. Vale decir, pelan la chapa, y entran.
La verdad es que un mínimo ejercicio de honestidad intelectual, indica que no se le debe pedir al Papa que resuelva los desastres que hacemos cuando elegimos representantes.
Pero si votamos delincuentes verificados, si votamos "males menores", si votamos gente procesada por la justicia, la responsabilidad de esas atrocidades es solamente nuestra.
El Papa hace cosas extraordinarias, pero dificulto que logre el milagro de hacer que los argentinos votemos bien.