La democracia se nutre de partidos democráticos. No hay democracia posible si los partidos son cáscaras de liderazgos caudillistas y clientelares que dominan a la población. La Argentina se encuentra atravesando una transformación profunda. Ésta consiste en democratizar los partidos políticos y pasar de una democracia aparente o formal a una democracia representativa, con contenido real.
Si tenemos en cuenta lo anterior, el panorama de la contienda política argentina se esclarece. Hay de un lado partidos de poder, entremezclados con el Estado, verticalistas y clientelares (fundamentalmente el FPV), y de otro lado partidos antisistema, republicanos y no clientelares, o sea democráticos. Los primeros no sienten presión alguna de su electorado y, en el mejor de los casos, tratan de disimular o minimizar los grandes escándalos para evitar una rebelión social generalizada. Pero no se comportan racionalmente en el poder. No transparentan su estructura ni la del Estado, no defienden la división de poderes ni la legalidad y no luchan seriamente contra la corrupción de la cual se alimentan. Los partidos democráticos, por el contrario, al no basarse en el clientelismo, dependen de su electorado muy directamente y están constantemente presionados por una opinión pública exigente.
El PRO se ubica, por lo menos hasta ahora, en el bando de los partidos democráticos. Es por eso que, ante una denuncia de corrupción creíble (pero no todavía comprobada) contra uno de sus candidatos, lo que hizo fue ponerse a disposición de la Justicia, votar a favor del pedido de informes que solicitó la oposición y, finalmente, ofrecer la renuncia del candidato sospechado para evitar la pérdida de credibilidad y brindar tranquilidad y confianza al electorado. No es una reacción común para la política tradicional de la Argentina.
El gobierno nacional tiene sospechas mucho más fuertes (en algunos casos pruebas evidentes que la Justicia no quiere mirar) prácticamente en todas sus máximas figuras y en cada una de sus política o acciones, y lo que hace frente a cada uno de sus escándalos es tratar de taparlos y, si no lo logra, redoblar la apuesta negando lo evidente y acentuando el autoritarismo. Han llegado a manipular impune y descaradamente las estadísticas oficiales para esconder la pobreza y otros indicadores sociales negativos.
La renuncia de Niembro, entonces, es un signo positivo; un paso hacia la consolidación de una oposición verdaderamente democrática, que no sólo declame la democracia sino que también la viva, la sienta y la defienda en los hechos.
La competencia política argentina no es ideológica, sino sistémica. No se trata de discutir qué ideología va a gobernar, sino si acaso las ideas y los valores van a tener peso frente a los aparatos de dominación; es decir, si el Estado va a tener un comportamiento racional basado en ideas comunicadas transparentemente a una ciudadanía independiente o si, por el contrario, tendremos que seguir tolerando sistemáticamente el descaro, la mentira y la provocación a los que estamos tan mal acostumbrados.