Luego de leer un post de Guido Cohen (a quien no conozco) que se viralizó en las redes, se instaló en mi mente la inevitable pregunta que nace de tan brillante análisis. ¿Por qué el efecto Pumas?
El rugby no es el deporte más popular de Argentina, tampoco hemos salido campeones mundiales (como en el hockey sobre patines), incluso ni siquiera entendemos del todo sus reglas ni la mecánica de juego. Entonces ¿A qué se debe este fenómeno?
Creo que Los Pumas despiertan una reacción (lamentablemente pequeña y apenas declamatoria) en nuestra memoria genética cultural de argentinos. Son el emblema de un ideario, el reflejo que esperamos encontrar en el espejo de la vida, el recuerdo de un pasado más armónico y regido por valores nacidos del sentido común.
Un encuentro deportivo no es más que un pequeño ensayo de lo que es la vida en sociedad, el ser o el deber ser del individuo en su convivencia con el otro.
Acatamiento de las reglas, dimensión real del alcance del juego, honestidad deportiva, desprecio por la viveza criolla, utilización de la tecnología para promover lo justo, espíritu de superación, consideración a los compañeros, trabajo en equipo, reconocimiento del mérito propio y ajeno, respeto al rival (al que se lo considera un adversario, no un enemigo), admisión del error, son algunas sensaciones que ellos transmiten. Dignos en la derrota, modestos en la victoria.
¿Quién no sueña con estas condiciones en el juego de nuestra vida, dentro de este estadio que se llama Argentina?
Podemos ensayar muchas explicaciones de por qué sucede lo que sucede en nuestra patria. Falta de educación, corrupción, subversión de valores o decadencia de las instituciones; todas esas causas son ciertas.
Pero hay una causa más importante, que posiblemente sea la responsable de que todas las causas que nombre antes se hayan desarrollado. Esa causa es la falta de participación de los argentinos de a pie en la vida institucional del país. La abulia de cada uno de los hombres y de cada una de las mujeres de bien nos entierra más y más.
Involucrarse no implica meterse en un partido político o ser candidato en una elección. ¿Acaso imaginamos que un presidente solo podría cambiar esta decadencia? ¿O suponemos que el poder legislativo sí sería capaz de hacerlo? Lo dudo.
Esto se resuelve ocupando espacios en las instituciones intermedias, en los clubes de barrio, en los centros vecinales, en las cooperativas de las escuelas, en las bibliotecas, en las ONG, en todos los lugares donde podamos exigir se cumpla con las reglas, en todos los lugares donde podamos influir sobre los otros y producir un cambio de mentalidad y de espíritu.
La Argentina abandonó la cultura del mérito por la justificación de la necesidad, es hora de retomar el control de nuestras vidas, es hora de encaminar el destino de nuestro país para que llegue a ser la patria que nuestros padres, abuelos y próceres imaginaron. ¿Qué vas a hacer al respecto?