Pocas veces ocurre y pocas personas en la historia han tenido la posibilidad de vislumbrar y de vivir desde adentro la caída de un régimen autoritario. Más aún en la forma de una transición relativamente “pacífica”. Y eso es, precisamente, a lo que podría estar acercándose la Argentina si es que Cambiemos triunfa en el balotaje próximo, como en principio indicarían las tendencias. La desesperación que vemos en los sectores de poder, las amenazas veladas, las expresiones de fanatismo sobreactuado y la violencia verbal son indicios de una transformación en ciernes.
Sería un hecho totalmente inédito para nuestra historia. Nunca jamás se dio hasta ahora que en una elección con voto universal y sin proscripciones un partido o frente no clientelar, y por ende representativo, con bases independientes capaces de presionar y controlar a sus dirigentes, triunfara sobre las maquinarias clientelares y las burocracias públicas politizadas que han dominado la política del último siglo en nuestra nación bajo el amparo de la falta de división de poderes y de transparencia.
No se trata de que sea Macri o el PRO, ni tampoco se trata de Cambiemos. Podría haber sido Stolbizer o el Frente de Izquierda. Por primera vez en nuestra historia parecen haberse alineado los planetas para que los argentinos podamos consolidar la democracia republicana, que es la única democracia representativa posible. La democracia no es sólo elegir al gobernante sino también controlarlo a través del imperio de la ley y de la anulación de los poderes públicos discrecionales, prebendarios y extorsivos.
Massa logró fracturar en alguna medida a las maquinarias clientelares predominantes llevándose algo del aparato peronista, los ciudadanos decidieron unificar y concentrar el voto independiente como nunca antes colocándose en alguna medida por sobre sus propios dirigentes y la Corte Suprema, con el apoyo de sectores de la oposición y la trascendental ayuda de la letra de nuestra Constitución, pudo resistir el embate del kirchnerismo que pretendió subordinar la Justicia y suprimir o neutralizar a los medios de comunicación independientes para instaurar una dictadura plebiscitada de corte chavista.
Si ganara Macri y Cambiemos lograra llevar a cabo las reformas institucionales que propone y que ha sostenido en el nivel local, como la división de poderes, la rendición de cuentas, la transparencia y el acceso a la información pública, el Estado de Derecho se consolidaría y esto podría generarles una crisis terminal a los aparatos clientelares dominantes, que se alimentan de la discrecionalidad estatal y de la impunidad sistémica. El sistema político argentino se volvería sustancialmente más competitivo, representativo y eficiente, y eso brindaría la dosis extra de disponibilidad de recursos, inversión y seguridad jurídica que les ha permitido a todos los países desarrollados convertirse en tales. No es casual que todas las naciones desarrolladas sean democracias republicanas (incluyendo a las monarquías simbólicas que cumplen en la práctica con los requisitos de una república, como señaló Montesquieu en el siglo XVIII) y que hayan consolidado su desarrollo precisamente después de haber establecido ese sistema.
Ahora bien, alguien dirá, ¿acaso no existe la posibilidad de que Macri se corrompa estando en el poder y repita el error del populismo sólo que desde otra perspectiva discursiva o ideológica? Sin dudas que no se puede decir que eso sea imposible, pero sí que sería sumamente improbable y que, en todo caso, por lo menos la ciudadanía estará en condiciones como nunca antes de ejercer presión en contra de esa posibilidad. Los acontecimientos políticos son procesos complejos fruto de la interacción de numerosos factores que se conjugan para generar tendencias relativamente estables. Los partidos no clientelares y representativos generan filtros internos y presiones externas que, si no alcanzan para seleccionar dirigentes con verdadera vocación de servicio y honestidad, por lo menos sirven para hacer que a los dirigentes les convenga actuar como si lo fueran.
Quienes alegan que la economía está tan atascada y atada que no será políticamente viable modificar el modelo vigente caen en un erróneo juego de suma cero por no contemplar los factores intangibles e institucionales. Tampoco se puede pensar que la sonrisa de Macri va a arreglarlo todo. Cambiemos debe tener siempre presente que la “confianza” de la que ellos hablan no se deriva de la persona de Macri por si sola sino de los antecedentes institucionales que él encarna como líder de un proyecto. Esas reformas institucionales son las que se deberían priorizar en los próximos dos años de gobierno si Macri ganara el balotaje. En eso debería invertirse el capital político inicial.
No pretendo decir, desde ya y como queda reflejado, que los cambios vayan a ser automáticos ni que estén asegurados si gana Macri. Simplemente se trata de que los argentinos actuales podamos estar a la altura de las circunstancias y de que pasemos a la historia como una generación que pudo aprovechar la oportunidad y hacer el esfuerzo para legarles a las generaciones futuras una democracia representativa que nunca estará totalmente asegurada ni será perfecta, pero que es la herramienta por excelencia que ha ideado la humanidad para liberarse del abuso, de la explotación y de la tiranía.