Mientras que el lema para encasillar el gobierno de Fernández de Kirchner siempre pareció ser la famosa frase de Nicolás Maquiavelo, “divide y reinarás”, que se ha transformado a lo largo de los años en un paradigma del ejercicio de la política encaminado a transformarla paulatinamente en hegemonía, en su libro “El Príncipe” en el Siglo XVI; la de Mauricio Macri, el nuevo Presidente de la República Argentina, pareciera ser “vamos juntos, argentinos”.
Es así que comenzó su primer discurso como el flamante Jefe de Estado del país: pidiendo unión a todos los argentinos. Exhortando a la “unidad nacional”. En este sentido recalcó la importancia de “pensar diferente pero construir juntos”. Una idea que en los últimos años, en el país de las vacas, parecía imposible. Una iniciativa que los argentinos la veíamos remota. La grieta —que ha dividido y enfrentado familias, artistas, deportistas y a todo individuo que piense de manera diversa al gobierno oficialista—, caló profundamente en la sociedad.
Asimismo, existe otra palabra —idea de Macri que no puede ser desapercibida y es nada más y nada menos que: “cambio”. El nombre de la Coalición lo indica, estuvo presente en todas las propagandas de su campaña, donde leemos Macri, también leemos “cambiar”. Lo interesante se plantea cuando somos conscientes de que las prácticas comunicacionales son prácticas productoras de sentido y estos se manifiestan claramente en los discursos. Estos discursos no se manifiestan en un vacío, ni tampoco son atemporales, sino que surgen de determinadas condiciones de producción, en efecto, su existencia está socio-históricamente –como así políticamente— situada.
Por medio de estas prácticas discursivas nos encontramos de nuevo con el sentido y para la Licenciada en Literaturas Modernas María Cristina Mata, en el sentido encontramos “definiciones”, “modelos” o “versiones” sobre “la realidad”.
Pensar el discurso macrista de “cambiar”, no significa que vamos a dejar de exigir la rendición de cuentas, o que vayamos a incurrir en una ceguera tal, que tranquilamente pueda ser el equivalente a una Tragedia Griega colectiva. Tampoco hacer del perdón un culto y absolver todo aquello que se haga inconstitucionalmente tras amnistiar con la fatídica frase que retuerce de dolor a la República cada vez que un individuo la pronuncia: “roba pero hace”.
La Real Academia Española (RAE) define a la palabra “cambiar” como dejar una cosa o situación para tomar otra, de ninguna manera implica que vayamos a dejar de expresar nuestro descontento, en caso que sea necesario. No vamos a perder derechos: todo lo contrario. La palabra encarna, pues, un sentido de responsabilidad tal que vamos a estar expectantes de dicha rendición, vamos a confiar que el país progrese, y que cumplan las promesas electorales, pero ya no de una manera negativa o desanimada, luego de 12 monótonos años, sino, alentados por esta nueva idea que nos proponen, y que precisamente es la antítesis de la uniformidad.
Inyectados e impulsados con este momento histórico que se dio en la República. Momento que sólo fue posible porque una mayoría unida lo eligió, y cuando elegimos estamos siendo libres, y si somos libres y optamos, es porque estamos dispuestos a apostar y cultivar la responsabilidad que eso conlleva. Es decir, los argentinos estamos dispuestos a cambiar.
Argentina, y por consiguiente la región, están encaminadas hacia esa transición. Algunos politólogos se animan a decir que es el fin del Socialismo del Siglo XXI conocido folclóricamente como “Populismo”. Y en este sentido hay que reconocer que no se puede someter únicamente a una cuestión fortuita del destino la sorpresa que generó el resultado de las elecciones legislativas en el país del petróleo conducido por Nicolás Maduro donde la oposición derrotó con vehemencia al chavismo y consiguió la supermayoría de 2/3 de la Asamblea Nacional el pasado 9 de diciembre.
Aunque no se sepa con exactitud adónde nos llevará esta original variación en la política argentina, ya que nadie es futurólogo; sí podemos comenzar a unir el rompecabezas, pues ya hay algunos indicios: el respeto por el que piensa distinto, la independencia de los tres poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) que hacen a la República, implacabilidad en lo que refiere a cuestiones de corrupción –que no es poco, sabiendo que el kirchnerismo tiene más de 35 causas judiciales abiertas y 745 denuncias ante la Justicia Federal-.
A su vez, queda claro que la palabra “cambio” –que nos llena de esperanza, y expectativas, ambos conceptos que se pueden perder pero no nos pueden robar- es el denominador común de los argentinos. Empero, el tiempo, ese juez ingobernable que dá y quita razones dirá si fue real o si se trató de algo simbólico, confinado a ser, naturalmente y una vez más, otra “sensación”.