Gran parte de la población de nuestra Argentina, luego de las elecciones del año pasado, recibió con esperanzas el cambio en la conducción del ejecutivo.
El principal factor que aunó a los votantes de Macri (los votantes propios y los prestados) fue el hartazgo y el rechazo a una forma de conducción, arrogante, confrontativa y arbitraria de la anterior presidente.
En ese aspecto, el nuevo primer mandatario, supo diferenciarse (aunque con algunos yerros) y mostrar una conducta conciliadora, humilde y de diálogo. La reunión del presidente con los gobernadores y con los candidatos de todas las fuerzas políticas es una clara muestra de esta metamorfosis del ejecutivo.
Es innegable que este cambio de actitud era no solo deseable, sino necesario. El mundo está encaminándose (no tan rápido como uno quisiese) hacia una nueva visión competitiva de la vida, en la que, paradójicamente, la cooperación es su principal herramienta y la política no escapa a ello.
Este comportamiento cordial del presidente, ha despertado la simpatía de gran parte de la población; hecho que recuerda (salvando la distancia y las diferencias) los sentimientos que evocan la figura de otro presidente, Arturo Illia.
Pero esto no es suficiente. En un país como el nuestro, personalista y tan poco republicano, no alcanza con ser un presidente bueno, es necesario ser un buen presidente. Para ello, aún hay varias cosas que corregir y muchas de ellas implican medidas muy poco simpáticas o políticamente incorrectas:
# Justicia: “La justicia lenta no es justicia”. Esto, junto a la impunidad de los corruptos y de los delincuentes, debe resolverse si queremos que el poder judicial vuelva a ser la reserva moral de la patria. Por desgracia, creo que nuestra triste realidad la podemos sintetizar en estas dos frases: “Desgraciada la generación cuyos jueces merecen ser juzgados” de El Talmud y “Piedad al culpable es traición al inocente” de Ayn Rand.
# Deficit: Si gano 100 no puedo gastar 110. Esta regla, tan clara y lógica, que aplicamos en nuestros hogares, es igualmente válida para un gobierno. “Ningún almuerzo es gratis” decía Schumpeter, todo lo que el estado gasta de más, lo pagamos todos y cada uno de nosotros con más impuestos y más inflación, así de simple.
# Trabajo: El gobierno tiene que favorecer la creación de nuevas fuentes de trabajo (como les gusta decir a los políticos), ¿y cómo debe hacerlo?, muy fácil, ¡dejando de molestar! Hay que simplificar las trabas burocráticas para crear emprendimientos, dejar de castigar con impuestos confiscatorios al que es exitoso en su trabajo y bajar las cargas laborales, no es posible que ofrecerle un trabajo a alguien sea un castigo para el empleador, así nunca terminaremos con el trabajo en negro.
# Educación: No hay forma de que seamos competitivos si no nos preparamos bien. La educación debe ser inclusiva, pero inclusivo no quiere decir aprobar a todos sin importar si saben o no, significa darle a todos, la oportunidad de estudiar. La educación debe ser exigente, las escuelas deben ser un ámbito de superación, no de contención.
# Lo más importante: Debemos recuperar la cultura del mérito, esa que perdimos al justificar la necesidad. Debemos terminar con este Cambalache en el que vivimos. Todos los puntos anteriores y muchos otros se sintetizan en esto, recuperar la cultura del mérito.
Por ahora, nuestro presidente no ha tomado medidas de fondo con respecto a estos temas vitales. Nuestra idea (errónea a mi parecer) de que se puede tomar lo “bueno del liberalismo” y lo “bueno del socialismo” y hacer un cocktail con ello, nos ha llevado a casi 100 años de decadencia.
Hemos dejado que “los vivos” se aprovechen de los que producen, alimentando su sentimiento de culpa y repitiendo conceptos desvirtuados como el de la solidaridad; hasta llegar al punto en el que pensar en el propio bien y en el de los suyos, es casi un pecado.
Es tiempo de definiciones, debemos decidir si vamos a seguir los pasos de los países fracasados como Grecia o Venezuela, o si vamos a elegir el camino exitoso de Alemania o Chile. Así de simple.