a partir de ti,
el poeta describe el espanto,
sueño retorcido como un hierro,
la vida estaba en otra parte.
Martes 11 aquí en la tierra,
el Diablo le saca la suerte
al porvenir en una esquina.
Gemela en el infierno,
la vida como en la tierra,
y Dios, que dormía
en el lado equivocado.
Qué, me dices, Manhattan,
escombros y ruinas,
comparten ahora hotel
en una pobre street,
de Nueva York o Jerusalén.©
Rolando
Gabrielli
EL
DIA QUE SE DESPLOMARON LAS GEMELAS
El
martes 11 de septiembre del 2001, el mundo avanzó un paso hacia el abismo, en
alas del negro infierno del horror.
El
siglo XX tiene una hoja de vida digna de no imitar. El hombre está hecho de
memoria e historia que repite con vicio inevitable como si el destino lo
sometiera al pasado ciegamente.
El
espanto entró por los cristales de las Torres Gemelas a los ojos del mundo, esa
mañana en Manhattan, corazón y tic tac de las finanzas mundiales, y golpeó un ala del gris y hermético edificio del Pentágno.
La
Gran Manzana, Babel del universo, puerta de oro al volátil mundo de las bolsas,
y el Pentágono, puerta de hierro al poder norteamericano, —símbolos
imperiales—, estallaron por el aire.
La
ficción fue arrinconada por la imagen real de la pesadilla, y en dos horas los
Jinetes del Apocalipsis, al control de modernos aviones, arrojaron una ola de
escalofrío por el cuerpo de la humanidad.
(La
vulnerabilidad vestía
ligeras ropas esa mañana en la insomne Nueva York y en la atildada Washington.
La Gran Manzana se aprestaba a jugar a la Bolsa, a ese casino luceferino de las
finanzas. Nada hacía
presagiar algo diferente. La reina de Babel iniciaba un día
cualquiera, en la frontera única
de su atmósfera
multiétnica,
anglosajona, negra, hispánica,
asiática,
europea y árabe.
Todos los ríos
parecían
conducir al Hudson.)
Vivimos
un mundo de imagen, instantáneo, global, donde somos espectadores casi en
tiempo real, por la magia mediática de las comunicaciones.
Las
comunicaciones nos transforman en testigos presenciales de las tragedias,
guerras, de cuanto ocurre de manera espectacular en el mundo, y nos aferramos a
la pantalla como si frente a nosotros
se nos presentaran los hechos
en una pasarela, hipnotizados por lo espeluznante de la mano del
escalofrio.
La
humanidad se ha estremecido a todo color, en vivo y en directo, y sobre todo, ha
sido sorprendida, alterada en su tránsito cotidiano, y el horror y el dolor,
han dado paso a la perplejidad.
No
se trata sólo de un acto de insanía, intolerancia e infamia, porque es justo
reconocer que hay una buena dosis de impotencia, aunque nada justifica al
terror, ante el espectáculo macabro del exterminio de Palestina, como nación,
pueblo, raza y cultura de la faz de la tierra.
Una
vida humana es importante en cualquier lugar de la tierra, pero un pueblo es
mucho más que eso, y nadie tiene derecho de borrarlo del mapa, ni de la geografía.
La
humanidad ha transitado una y otra vez por ese horror, y no sólo se trata de
judíos y palestinos, sino también en nuestra América, que en trágica
coincidencia conmemoraba el 28 aniversario
del golpe de Estado en Chile, acto cruel e inhumano contra un pueblo
indefenso. 30 mil son los desparecidos en Argentina y dos mil son judíos
aproximadamente de esa lista infernal, que comienza a completar el Estado
trasandino.
La
historia es más cruel, y su escenario es el mundo, y los hechos en algunos
casos están aun recientes, frescos en la memoria. Cada día empujamos
el dado de la suerte un poco más cerca del precipicio que es el Medio
Oriente.
Mientras
se niegue, ha dicho el ya fallecido escritor
palestino, nacionalizado en
Estados Unidos, Edward Said, o se evite la realidad fundamental que Israel
existe como
Estado judío gracias a haber sustituido los derechos de todos los
palestinos por un derecho judío superior—no puede haber reconciliación, ni
auténtica coexistencia.
Los
últimos 30 años, sostiene el escritor palestino, nos han brindado alguna lección,
y es que el ansia de paz y satisfacción entre los palestinos no se puede
abolir, ni suprimir, con prescindencia de lo poderoso que sea Israel, militar y
políticamente.
Lo
que se necesita ahora es un cambio de conciencia: los israelitas deben darse
cuenta que su futuro depende de como aborden y encaren valerosamente su historia
colectiva de responsabilidad por la tragedia Palestina, advirtió este palestino
moderado que es Edward Said.
Y
ahora, hay mucha más tela que cortar en la tierra de la lámpara maravillosa
y de las alfombras voladoras.
Rolando Gabrielli