Las últimas decisiones de la justicia, retrotrayendo las tarifas de los servicios a los precios anteriores al llamado “tarifazo”, es una flagrante demostración del verdadero problema que nos aflige como país.
Nuestro karma es que nos hemos acostumbrado a no asumir la realidad, nos han convencido de que el solo deseo, de que las simples buenas intenciones alcanzan para desafiar las leyes económicas, leyes que tienen el mismo valor y la misma inevitabilidad que la ley de la gravedad.
Menospreciar las leyes económicas es igual de descabellado que tirarse de un precipicio y suponer que vamos a volar como Peter Pan, porque tenemos “pensamientos felices”.
Lo políticamente correcto se ha impuesto sobre lo lógico, la mentira blanca cotiza más que la verdad ¡y lo peor es que los argentinos sabemos en nuestro interior que es cuento! Pero aun así preferimos seguir engañándonos a nosotros mismos, preferimos seguir “bicicleteando” las decisiones que hay que tomar, conscientes de que esa bicicleta se asemeja a los intereses del usurero, cada vez cuesta más y más.
No debe existir una sola persona, con dos dedos de frente, que piense que se puede vivir para siempre gastando más de lo que se gana. Dudo que alguno de todos los que han solicitado a la justicia la suspensión del aumento de las tarifas, crean que pueden vivir en sus hogares teniendo un déficit continuo.
Esto mismo sucede con las empresas y con el estado; la negación de ver esta realidad es, al menos, llamativamente enfermiza. Esta negación es semejante a la del drogadicto que niega el daño que produce la droga o a la del alcohólico que descree del perjuicio del alcohol. ¡Nos hemos convertidos en adictos al subsidio y a la mentira! Nos hemos vuelto adictos a la demagogia.
Todos queremos gastar lo menos que se pueda y ganar lo más posible y eso es una ley económica lógica y correcta, el mayor beneficio con el menor esfuerzo; sin esta actitud la humanidad seguiría en la época de las cavernas, nada se hubiese inventado, ni siquiera la rueda. Pero ese solo deseo no se satisface con buena voluntad o con políticas marcadas por la sensibilidad; esos sentimientos son loables pero inútiles.
Parafraseando a James Carville, asesor de Bill Clinton, “es la economía estúpido” y los problemas económicos se resuelven con medidas económicas, las mismas medidas que tomaríamos en nuestras casas.
¿Estoy gastando más de lo que gano? Bien, o gano más (en el caso del estado más impuestos o más deudas), o recorto los gastos; no hay otra.
El error de este gobierno es no haber acompañado la actualización de las tarifas con medidas que alivien el impacto sobre el bolsillo de la población, de la industria y del comercio; por ejemplo, baja de los impuestos laborales, suspensión del impuesto al cheque o la eliminación del IVA en todos los productos de la canasta básica.
El problema es que, si nuestros gobernantes hacen lo arriba descripto, aumentan el déficit del estado... ¿entonces?, pues solo queda una cosa por hacer, bajar el gasto del estado, o sea, despedir, jubilar o dar retiro voluntario al millón de empleados de más que tiene la administración pública. ¡Y ahí está el problema! ¿Quién le pone el cascabel al gato?
En lo que se refiere al costo energético, pues bien; si es caro, hay que ver por qué es tan caro y abrirse al mundo para bajar los costos. ¿Es así de simple? Si, es así de simple, pero nuestro infantil nacionalismo y nuestro delirio de explotación imperialista, nos aísla y empobrece día a día.
El problema es que los argentinos queremos comer la torta y tenerla intacta al mismo tiempo y eso no es posible. Queremos que subsidien la energía, pero queremos pagar menos impuestos; queremos una educación de excelencia, pero que no sea exigente; queremos que se vayan todos los políticos, pero no nos comprometemos.
Hasta que no entendamos, aceptemos y nos concienticemos, de que en economía está todo inventado y de que lo que hay que hacer, más allá de los voluntarismos, caprichos o bicicletas políticas o financieras, queramos o no hacerlo, bien o mal, tarde o temprano, inevitablemente lo vamos a terminar haciendo y mientras antes lo hagamos, antes saldremos de esta agonía en la que estamos inmersos hace más de 80 años.