Es un secreto en muchos sectores de la sociedad salteña. Desde hace tiempo, el gobernador Juan Manuel Urtubey tiene contratado a un joven norteamericano que hace las veces de coaching —una especie de Durán Barba—, que lo prepara para su candidatura de cara a las próximas Presidenciales.
Nos dicen que el profesional recibe una suma cercana a los 90 mil dólares mensuales y otra serie de privilegios, viáticos, vehículos de alta gama, incluso motos de alta cilindrada, y todo el confort que salen de las arcas oficiales.
El hombre es dueño de una fortuna de su padre que falleció en Bolivia y lo dejó como único heredero. Tiene hábitos principescos, pero igual goza de los privilegios de estar nombrado en un ministerio y ser un ñoqui que solo aporta al Estado salteño aconsejando modales y estrategias a Urtubey para nominarse como candidato a Presidente cuando Macri finalice su mandato.
Quienes tienen datos precisos pero lo guardan bajo todas las llaves del mundo son los colaboradores de Florencio Randazzo, quien no se apura a largar su candidatura y ponerse al frente del PJ. Al exministro de Cristina se le reconoce una dignidad a prueba de balas que lo demostró y con creces, y hoy no tiene apuro en asumir el liderazgo del PJ cada vez más vacío de contenido y de dirigentes aptos.
Lo que nos dicen no es grave, pero sí asombroso. “Todo Salta conoce que ese joven yanky y Urtubey mantienen un romance desde hace tiempo. Si es su entrenador no lo sabemos, quizás es una excusa para justificar que siempre están juntos”.
Preguntamos lo obvio: “¿Y el casamiento con Isabel Macedo… es joda?”.
Nos dicen que es parte de una puesta en escena porque en una sociedad muy conservadora como son los salteños, “el asunto que un gobernador tenga como pareja a otro hombre no está bien visto”. Y si los propios salteños no te miran con buenos ojos, proyectarse a nivel nacional no es sencillo.
Lo sabe o no Isabel Macedo es cosa de ella. Pero la modelo viene de un ámbito donde ninguna damita duerme la siesta. Después dicen a lo Karina Jelinek… “yo no sabía nada”.
Nada que envidiar a aquel film llamado “Mi gran casamiento griego”. Le quitás lo de griego y lo reemplazas por salteño y dá para otra película. Hablamos ahora, o callamos para siempre.