Hace exactamente un año, más de la mitad de los argentinos optamos por un cambio. Más de la mitad de la población demostró, a través de las urnas que no queríamos seguir con un gobierno populista que nos pretendía hacer creer que todo estaba bien, y que todo, hasta lo ilegal, estaba permitido.
Un simple ejemplo: todos sabíamos que Cristina, por un simple capricho, se hacía llevar los diarios del domingo al Calafate por el avión presidencial; sin embargo nadie hacía nada para impedirlo.
A eso nos acostumbramos. Y ese ejemplo se trasladó a todos los estratos sociales, y cualquiera se sintió con el derecho de hacer lo que se le ocurra, porque todo estaba permitido.
Nos acostumbramos a vivir con la crisis; crisis de todo tipo y color, desde crisis económicas a crisis energética, pasando por crisis sociales. ¿O acaso los niveles de delincuencia y pobreza en los que estamos inmersos no son crisis?
Convivir con la crisis se traduce, en otras palabras, en administrar problemas, y no a solucionarlos.
Hoy, la clase política argentina -léase oficialismo y oposición- en lugar de presentar soluciones y generar empleos se abocan a firmar un acuerdo para no despedir empleados.
En lugar de generar un plan de viviendas claro, concreto y sustentable se dedican a sancionar una ley de alquileres que no sirve para absolutamente nada, solo para generar incertidumbre.
En lugar de sancionar la boleta electrónica, y en este caso en particular la responsabilidad es exclusiva del kirchnerismo, seguimos entorpeciendo algo muy simple, solo para mantenernos en la vieja política.
En lugar de solucionar y modificar el principal problema económico argentino, que es el déficit fiscal, único generador de inflación, seguimos agregando impuestos sobre impuestos, en vez de bajar el gasto público
En lugar de solucionar los problemas reales, seguimos empecinados en solucionar problemas que no tenemos.
El principal motivo de preocupación para los argentinos sigue siendo el alto índice de delincuencia que nos azota desde hace años. Sin embargo, en ese sentido, todo sigue igual.
Seguimos sin solucionar los problemas de fondo, y el presidente Macri parece seguir gobernando para tratar de conformar a quienes no lo votaron en lugar de hacer lo que esperábamos quienes lo votamos. En definitiva, en lugar de hechos reales y concretos, seguimos viendo cómo podemos seguir navegando en el océano de la crisis.
Una de las consignas electorales de Macri era combatir al narcotráfico, pero en Argentina lo ilegal sigue como si nada, como siempre. Vayamos a algo simple y cotidiano. Tanto los barra bravas, como los manteros y los trapitos siguen ejerciendo sus actividades normalmente.
Por lo tanto, si no pueden terminar con los barrabravas, ni con los manteros, ni con los trapitos, ¿cómo van a terminar con el narcotráfico?
Pero para ser realmente objetivos, debemos señalar que ha habido algunos cambios.
Por un lado el comportamiento del actual Gobierno no tiene nada que ver con el anterior. Cambiemos es decididamente de otra envergadura democrática. Lo mismo ocurre en el plano internacional, donde hubo un cambio mucho más radical.
Sin embargo, cuando vemos que en el Congreso Nacional se dedican a tratar una ley de alquileres totalmente inútil, y que la oposición se niega a cambiar el actual sistema electoral a través del voto electrónico, la realidad nos indica que nos falta lo esencial, lo fundamental, un proyecto de Nación.
El recientemente dictador fallecido Fidel Castro, durante sus más de 50 años de gobierno solo se dedicó —en materia económica— a administrar pobreza, y el pueblo cubano desarrolló la extraña habilidad de aprender a convivir con la miseria. Mientras tanto, nosotros nos estamos acostumbrando seguir conviviendo con la crisis.