Hace tiempo que el país viene sufriendo despojos de variada índole. A
los ya conocidos en materia de fuga de capitales hacia el exterior, deudas ya
pagadas y vueltas a cobrar por el Fondo Monetario Internacional, tarifas
abusivas a cambio de una no muy buena contraprestación por parte de las
empresas de servicios privatizadas, depredación de los recursos pesqueros y
forestales, y el más tremendo de los despojos a la persona humana que es sumir
a casi la mitad de la población argentina en la miseria y el hambre, se suma
también el de la minería. Poco se
habla y prácticamente nada transmiten los medios de comunicación sobre el
tema, y hay que acudir entonces a los medios alternativos, vía internet, o a
informes escuchados en emisoras radiales verdaderamente independientes. Así uno
puede enterarse, por ejemplo, de las empresas extranjeras que se están llevando
el oro de San Juan y algunas provincias del noroeste –incluso contaminando los
alrededores ya que para la extracción de ése y otros metales se utilizan
venenos y tóxicos como el cianuro y el arsénico- o el virtual saqueo de otros
minerales en varios puntos del país. Todo
ello está ocurriendo sin disimulo alguno ante la complaciente mirada, por
inacción o por complicidad, de los gobiernos nacional y provinciales. Es que,
como todos sabemos desde que Quevedo lo remarcara, “poderoso caballero es Don
Dinero”. Y ahora vienen por el
uranio.
Desde la década de 1960, la Comisión Nacional de
Energía Atómica había asumido el riesgo de invertir en estudios mineros y en
la formación de recursos humanos, trabajando hasta lograr el autoabastecimiento
de uranio, en momentos en que el precio de este mineral parecía no
justificarlo. Hoy, todo ese
esfuerzo está siendo aprovechado por numerosas empresas multinacionales,
acicateadas por el vertiginoso aumento del precio del uranio, que se triplicó
desde el 2003, lo que las ha llevado aceleradamente a inundar a las autoridades
nacionales con pedidos de permisos de cateos y exploración de todas las áreas
anteriormente trabajadas por la CNEA. Este creciente interés de las empresas extranjeras por las
zonas uraníferas nacionales generó bastante preocupación entre los
trabajadores agrupados en la Asociación de Profesionales de la Comisión
Nacional de Energía Atómica y la Actividad Nuclear (APCNEAN), ya que el
obsoleto Código de Minería argentino no contempla el carácter estratégico
que debería darse a las fuentes de energía para asegurar un futuro de
independencia energética del país.
Frente a esta situación, la APCNEAN viene alertando
continuamente a través de diversos informes a las autoridades de la CNEA, pero
la respuesta de los responsables de la política minera nuclear es sumamente
cuestionable: no sólo hacen oídos sordos a aquellos informes sino que, peor aún,
además de abandonar áreas bajo estudio de la entidad en manos de las empresas
extranjeras, están entregando a las mismas la información que los técnicos y
profesionales locales elaboraron durante décadas.
Las reservas de uranio han adquirido una importancia
relevante a partir del sostenido aumento del barril de petróleo y del metro cúbico
de gas, a lo que se suma el rápido decrecimiento de las reservas de
combustibles fósiles. En tal sentido, se estima que hacia 2030, o a lo sumo
unos años más, el petróleo será un producto muy difícil de hallar en el
planeta, de allí que en algunos países se esté experimentando, por el momento
sin dejar fluir mucha información al respecto, con diversos elementos
alternativos para la movilización de vehículos o para suplantar derivados del
petróleo, como los plásticos.
Dentro de este sombrío futuro, la Argentina puede
verse obligada a comprar su propio uranio a precios del mercado mundial,
manejados obviamente por intereses transnacionales.
De allí la urgente necesidad de que el gobierno nacional implemente un
plan energético a largo plazo que contemple a las diferentes fuentes de energía,
y específicamente al uranio, como recursos estratégicos.
Es el Estado el que debe ser el ente regulador y controlador de los
recursos energéticos, asegurando su provisión para la generación actual y las
futuras, y reafirmando el carácter estratégico que tienen las fuentes de energía
para el desarrollo del país. Para
ello se impone, además de una urgente reforma del Código de Minería, una
discusión profunda sobre estos temas. Claro
que para ello es necesaria, en primer lugar, la correspondiente decisión política,
que además corte de raíz la entrega de los recursos mineros que se está
haciendo en diversos puntos del territorio y, en particular, del uranio.
Carlos Machado