Si efectivamente la política significa el arte de lo posible, el ingenio, la habilidad que demuestren los dirigentes para generar confianza y convencimiento entre los votante deberían ser considerados como requisitos imprescindibles para poder anotarse en una carrera proselitista.
Inspirar credibilidad y concebir esperanza también se ubican probablemente en la nómina de "virtudes" o de "cualidades" más relevantes de las que suelen presumir quienes pugnan por ganar elecciones, tanto en la Argentina como en la mayoría de naciones con regímenes democráticos del mundo.
El frente Cambiemos, con Mauricio Macri a la cabeza, mostró ésos y otros dones en la contienda que le permitió al ex jefe de Gobierno porteño y adalid hasta ese entonces de un partido poco más que vecinal no solo llegar hasta la Presidencia, sino además comenzar a transformar esa agrupación en una de las dos fuerzas políticas más votadas del país, junto con el peronismo, a partir de 2015.
Ese respaldo popular que logró seducir la gestión macrista le posibilitó incluso disfrutar de una victoria histórica en los comicios de medio término del año pasado, al anudar triunfos en los cinco distritos más importantes de la Argentina: la Ciudad y la provincia de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza.
Pero desde entonces el panorama cambió para el Gobierno: una serie de decisiones impopulares -acentuadas hacia fines de 2017 con la reforma jubilatoria-, fallas en la comunicación y una seguidilla de polémicas y/o escándalos con funcionarios de renombre involucrados damnificaron considerablemente la imagen de Macri como presidente y la valoración de su desempeño.
Una encuesta nacional a cargo de la consultora Raúl Aragón & Asociados publicada recientemente mostró que el 53 por ciento de los argentinos no votarían por Macri hoy, aunque el dato más curioso es que dentro de ese grupo, el 17% argumentó que si bien en 2015 le creyó al actual presidente, ahora siente que el líder del PRO no cumplió sus promesas de campaña.
Se trata de un sector del electorado independiente, se podría decir, que en algún momento seguramente votó al peronismo, que luego brindó su respaldo a Cambiemos en las urnas, pero que en la actualidad está decepcionado con el Gobierno y ese descontento podría quedar reflejado en los comicios de 2019.
Triquiñuelas de la "vieja política"
Esa misma encuesta mostró que un cuarto de la población sí votaría a Macri en el caso de que se lance en busca de su reelección el año que viene, cuando es probable incluso que vuelva a disputarse un balotaje en la Argentina.
Para evitarlo, el ex alcalde porteño debería imponerse por más del 45% de los votos (afirmativos) o bien alcanzar el 40% y lograr una diferencia de más de 10 puntos sobre su principal perseguidor en el recuento de sufragios.
El sondeo de opinión de Raúl Aragón & Asociados pone en evidencia que la capacidad de resiliencia e incluso de tolerancia de la población frente a medidas impopulares del Gobierno se está resquebrajando; cada vez más, en realidad, producto del daño que ocasiona todo ese alboroto "off-shore" en el que se ven inmersos ministros y hombres de confianza del Presidente.
Escándalos "off-shore" y domésticos también, como el que dejó en la cuerda floja a Luis Etchevehere por el "bono" de 500.000 pesos que cobró de la Sociedad Rural. El jefe de la cartera de Agroindustria se sumó así a la nómina de "problemáticos" dentro de la gestión macrista que ya integraban Luis Caputo, Jorge Triaca, Gustavo Arribas y Juan José Aranguren, entre otros.
Como mínimo, el comportamiento de todos ellos no es compatible con la ética ni demás valores de funcionarios públicos sobre los que tanto han pregonado Macri y compañía. Es más, la defensa sesgada y corporativa del Gobierno de estos personajes bajo la lupa, con el jefe de Gabinete, Marcos Peña, a la cabeza, ayuda poco y nada para eventualmente reconstruir vínculos de confiabilidad con esos sectores decepcionados de la sociedad.
Puertas hacia adentro del Gobierno, sin embargo, los dirigentes sí pueden regocijarse con la virtud de haber desarrollado mañas muchas veces endosadas a la "vieja política" en su afán de promocionar el marketing de "cambio" pergeñado en el laboratorio de estrategia comunicacional del macrismo, pero que claramente le han servido al oficialismo para relegar a la oposición a un rol harto secundario a veces, por ejemplo, en el Congreso.
Si referentes opositores, en especial kirchneristas, refunfuñan y cuestionan a la gestión de Macri por las mismas triquiñuelas políticas que le endilgaban y le criticaban al gobierno anterior, independientemente de la proclama electoral de "Cambiemos", quiere decir que el oficialismo conoce cómo desempeñarse en el ejercicio del Poder: muestra astucia, muñeca para negociar y en cuanto se lo permiten, deja a la oposición masticando bronca.
El peronismo que viene
La primera sesión ordinaria del año en la cámara de Diputados terminó alborotada después de que los legisladores de Cambiemos, una vez que obtuvieron lo que pretendían, se levantaran de sus bancas y quitaran el quórum, en momentos en los que se tenía que discutir sobre la invalidez de un decretó ómnibus firmado por Macri a comienzos de año.
Sectores del peronismo dialoguista también se marcharon del recinto, lo que agudizó aún más la "grieta" interna con la que el Partido Justicialista (PJ) tiene que lidiar por estos días, con "pasadistas" por un lado (en su mayoría, dirigentes y militantes que añoran el regreso al Poder de la "jefa" Cristina Kirchner) y "futuristas" por el otro.
Ni lerdo ni perezoso, Macri recibió esta semana en la Casa Rosada al senador Adolfo Rodríguez Saá, a quien le costó sangre, sudor y lágrimas su triunfo de octubre pasado en San Luis y que si bien "jugó" con Cristina en aquel entonces, acaba de darle la espalda a un encuentro de "pasadistas" que su propio hermano Alberto organizó en la provincia puntana.
Mañas de la "vieja-nueva" política... El Gobierno sabe que si logra dividir, reinará, como sucedía con el kirchnerismo, cuando desmembró al movimiento obrero, por ejemplo, o a la propia fuerza política cuyos postulados asegura defender.
Ahora, el PJ intenta avanzar rumbo a una unificación que persigue como objetivo de mínima seducir a ese voto independiente que en algún momento permitió que Cristina arrasara en las urnas, pero que luego le bajó deliberadamente el pulgar. Claro que para muchos de los referentes del "peronismo que se viene" la ex Presidenta está fuera de catálogo.
En esa lista se sigue destacando el senador Miguel Pichetto, un conspicuo dialoguista que plantó rápido bandera y otorgó su bendición a la jueza Inés Weinberg de Roca para que asuma como nueva procuradora general de la Nación, apenas horas después de que Macri la propusiera para reemplazar a Alejandra Gils Carbó.
Pichetto también planea llevar adelante, junto al gobernador salteño Juan Manuel Urtubey -que acaba de sellar un vínculo estratégico con la mandataria fueguina Rosana Bertone, ¿con vistas a 2019?-, unos encuentros con líderes del peronismo federal tratando de rivalizar aún más con los "pasadistas".
Se espera que confluyan otros gobernadores justicialistas, que en definitiva son los que atesoran poder territorial dentro del PJ, por más que tengan que ir a negociar, y a fotografiarse con el Gobierno (como ocurrió con Gildo Insfrán y Macri en Formosa), de igual modo como sucede, en una especie de versión en microfilme, con los intendentes bonaerenses y esa particular relación "win- win" que buscan entablar con la mandataria María Eugenia Vidal al menos en el corto plazo.
Es todo tan diferente, es todo tan parecido a veces.