La grieta se ha vuelto inaguantable, fastidiosa, pesada, insufrible hasta el hartazgo, acompañada de prejuicios e intolerancia, moviéndose con vehemencia entre todos y cada uno de los sectores de la sociedad.
Como ejemplo más elocuente se pueden mencionar las presiones de los legisladores, representantes del pueblo, quienes de un lado y del otro amedrentan en pos de llevar a cabo un lavado de cerebro que permita aprobar o desaprobar el proyecto de Ley que despenaliza el aborto legal, seguro y gratuito.
Esto, consecuentemente, recae en el periodismo, y a menudo a los periodistas se les consulta para qué partido político militan o si son pro o antiabortistas, o lo que es peor aún, se los etiqueta, asegurando que son tal o cual cosa.
Es necesario tomar en cuenta que en el periodismo solo se puede dar a conocer una opinión personal en casos puntuales, ya que una persona de prensa debe dejar de lado su punto de vista y trabajar de manera profesional, imparcial y honesta.
Como suele mencionar el director de TDP, Christian Sanz, “un buen periodista deportivo nunca deja trascender para que equipo hincha”.
Sin embargo, existe algo tan irrisorio como contradictorio llamado “periodismo militante”, lo que agrava más aún la problemática de trabajar con la famosa grieta.
Este tipo de periodismo no debería existir, ya que lo único que logra es imponer un punto de vista como una verdad única e indiscutible, ello, en el marco del tratamiento de las noticias que sirven para informar a los verdaderos jefes de este oficio, aquellos que consumen la información.
Con respecto a la intolerancia, es totalmente incorrecto tratar de convencer a alguien que su opinión es la única certera sin tomar en cuenta que el criterio del otro puede ser igualitariamente razonable.
En lo que al aborto respecta, ni la ciencia ha podido tomar una postura determinante, los científicos ubicados en ambos lados del mostrador debaten sobre qué “está bien” o qué “está mal”, siempre con cuestionamientos tanto elocuentes como convincentes, pero opuestos entre sí.
Por tanto, no hay manera de asegurar cual posición es la realmente acertada, lo que convierte al debate en algo fuera de la real percepción humana, y a cada una de las opiniones las admite con igualdad de relevancia, al menos por ahora.
Ayer, en el canal televisivo Todo Noticias, se pudo observar en medio de un cuestionario hacia un grupo de chicas que habían tomado un colegio, como estas alumnas, intolerancia mediante, le respondían irrespetuosamente al colega Nicolás Wiñazki.
Este es uno de los tantos ejemplos que se pueden mencionar que terminan convirtiendo al periodista en la bolsa de boxeo social, únicamente por ser el comunicador o el intermediario, incluso hay quienes han llegado a hacer a la gente de prensa acreedores de escupitajos, insultos y otras yerbas.
Al periodista se le complica intensamente trabajar con la grieta, y más aún el imparcial, el correcto, ya que recibe golpes de un lado y del otro, en muchos casos finalizando por ser tratado de una forma gravemente virulenta.
Y como si fuera poco, recibe malos tratos por los colegas militantes, algo que es tan insólito como incoherente.
La grieta, y sobre todo cuando se mezcla con la vehemencia, genera una bomba de tiempo que constantemente está a punto de estallar… hasta que estalla, y es en ese punto donde la obcecación se apodera de la persona cegada por su ideal y defiende una creencia hasta las últimas instancias.
Concluyendo, la grieta nos divide como argentinos, y entre más divisiones se generen más débil seremos como nación, como pueblo.
Nada bueno puede salir de esta mísera grieta que solo puede enfermar y generar disgustos a quienes la extienden más y más, nada plausible puede quedar de un pueblo dividido.
Por lo mencionado, personalmente, invito a cada ciudadano argentino a debatir con serenidad, con cordialidad y sobre todo con respeto.
Para poder crecer como nación es aconsejable hacerle caso a un viejo refrán que dice: “Es necesario saber escuchar y ser escuchados”.