La Guardia de Infantería y la Montada bonaerense
reprimieron a los trabajadores de Gándara, quienes al borde de la
desesperación a causa de no cobrar sus salarios hace cuatro meses, cortaron la
Autovía 2 a la altura del KM 103. La empresa lechera de 109 años de
antiguedad, se convirtió en una víctima más del vaciador pinguinero Sergio
Taselli, el mismo de TBA y las minas de Río Turbio, quien luego de comprarla
por 1 euro, se propone aplicarle el amargo medicamento de otras entidades que
pasaron por sus manos. A las 12:08 del martes 31 de enero, las cámaras de América
24 mostraron el inmenso operativo disuasorio, colofón de 3 horas de
máxima tensión. Mientras gran parte de la corporación mediática festejaba a
esa hora la liberación de la ruta, plagada de automóviles a causa del
recambio turístico, la tristeza y la desazón de los trabajadores burlados partían
el alma. “Este tipo nunca la quiso poner a laburar a Gándara”, declaraba
casi en lágrimas uno de ellos. Resultó significativo que en el reclamo se
hicieron presentes pobladores de Chascomús, sumamente preocupados por el futuro
luego de la paralización y la desidia.
En medio del escenario bufonesco de las encuestas compradas,
que dan como recuperada la confianza popular al gobierno kirchnerista, su ladero
Solá utiliza la represión para dirimir acuciantes conflictos laborales como
este. Cuando esto sucedía, se anunciaba que según versiones vertidas por el
ministro de Trabajo Tomada, el empleo formal había subido un 9,7% durante 2005.
Pintarse la cara color esperanza
Diego Torres cantaba esto mientras Argentina ardía en
las jornadas sangrientas de diciembre de 2001, justo cuando los pilotos de la
Fuerza Aérea habían sido puestos en estado de alerta gracias al delirio de Antonito.
Si el país formal sigue entonando esto, mientras sale en cámara veraniega,
el real que no puede acceder a las bondades de Giordano en Punta del Este sigue
mirando esto con estupefacción.
Lentamente, se diluye el impacto del megarobo y lo sucedido
con Lácteos del Sur es una postal vívida de la desidia de una corporación
decadente. En un país bifronte, donde se miente endémicamente, las balas de
goma, los gases lacrimógenos y los palos son emergentes decisorios cuando se le
escapa al diálogo.
Es la típica respuesta de un Estado ausente, que no apareció
desde hace cuatro meses, frente al reclamo urgente de una gente que no se
resigna a formar parte de una estadística. La de los desaparecidos en vida, que
continúan engrosando las listas de los desocupados.
“Se reprime a gente que pide que se le pague su
sueldo, mientras tipos como D’Elía son funcionarios”, declaró
una oyente a la emisora Energy 26. Por lo visto, en este verano caliente
sigue llorando la Biblia junto al calefón
Fernando Paolella