El peronismo atravesó culturalmente a la Argentina e instaló algunos aspectos positivos y otros absolutamente negativos, por ejemplo, inéditos niveles de autoritarismo corporativo y de corrupción estructural.
El mecanismo de la huelga general y el bloqueo de los accesos a la ciudad, es muy raro que se produzca en el mundo. Solo se utiliza en situaciones de extrema gravedad. Para frenar un golpe de estado, por ejemplo. Y no para fomentarlo.
Los sindicatos de Uruguay o Chile por ejemplo, son en su mayoría marxistas y no hacen paro a cada rato ni por cualquier cosa. Defienden los intereses de sus trabajadores, como corresponde, pero viven como ellos, con austeridad y honradez. Acá la mayoría de los dirigentes sindicales son millonarios y viven como reyes.
Esa es otra cosa que nos distingue del resto del mundo. Los jerarcas sindicales están atornillados a sus cargos en forma vitalicia, en general ganan siempre elecciones con lista única y bajísima participación. Constituyen una verdadera oligarquía sindical que significa el gobierno de pocos. Son siempre los mismos, como si la democracia no hubiera desembarcado todavía en los gremios.
Esta semana le hicieron el cuarto paro general a un gobierno elegido legítimamente y ratificado en las elecciones de medio tiempo. Y apenas pasaron menos de tres años. Además, hasta ahora no dijeron una sola palabra institucionalmente de la corrupción más grande del mundo que protagonizó Cristina y su banda y tampoco repudiaron masivamente a sus colegas ladrones y presos como el Pata Medina o el Caballo Suárez, Marcelo Balcedo o José Pedraza o Juan José Zanola.
No dicen nada. Miran para otro lado. Se hacen los giles y siguen viviendo como magnates. No todos, por supuesto. El que generaliza, discrimina. Hay excepciones. Le pongo un ejemplo: Juan Carlos Schmidt, es uno de los integrantes del triunvirato que conduce la central obrera y todavía sigue viviendo en su casa de siempre en un barrio sencillo de Rosario. Pero lo más notorios dirigentes sindicales forjados en la matriz peronista tienen concepciones antidemocráticas y, en algunos casos, directamente golpistas. Lo digo pensando en la historia.
En la vida imposible que le hicieron a don Arturo Illia o a Raúl Alfonsín y también por la actualidad donde permiten que Pablo Micheli un dirigente muy poco representativo tenga un discurso directamente golpista.
¿Escuchó usted cuando dijo que se tenía que caer el modelo económico o estos tipos se tenían que ir del gobierno? Un verdadero despropósito. Y marchan con Emilio Pérsico, que hizo declaraciones en el mismo sentido. Y no repudian ni a Hebe Bonafini ni al ex juez Eugenio Zaffaroni y muchos más que trabajan para romper las instituciones republicanas.
¿Hay sectores minoritarios que además, fogonean la violencia, otra vez, como partera de la historia? ¿Para quién juegan estos encapuchados que tiran bombas molotov a la gendarmería?
¿Quién alimenta a los patoteros? ¿Toleramos que falsos mapuches quemen campos y ataquen con violencia y hagan bajar el nivel de turismo y de trabajo en la Patagonia? Son muchas las preguntas que los argentinos nos tenemos que responder.
¿Es democrático el sindicalismo peronista? ¿La corrupción es parte de su ADN? ¿No juegan con fuego a la hora de tirar de la cuerda hasta derrocar a un gobierno constitucional? ¿Tienen miedo de ir presos y por eso quieren incendiar las instituciones?
El de esta semana fue un paro mal parido. Más allá de la obvia y contundente inactividad que se registró, producto de la falta de transporte público. Miles y miles de compatriotas quisieron ir a trabajar pero no tuvieron en que viajar. Eso es clarísimo.
Y pese a eso muchos comercios, supermercados, remiseros y bares trabajaron casi normalmente. Y muchos taxistas y automovilistas, padecieron el miedo que les inoculan las barras bravas y guardaespaldas sindicales que amenazan con quemar taxis, escrachar gente o apretar a trabajadores.
La encuesta de Managment and Fit de Mariel Fornoni aporta datos contundentes. El 49% de los consultados se mostró en contra del paro y el 53% dijo que no adhirió a la medida de fuerza. Casi 6 de cada diez contestaron que los actuales gremialistas no representan el interés de los trabajadores.
Frenar la producción de todo un país para pedir que se ponga en marcha la producción es, por lo menos, insensato y contradictorio. Y eso nos costó a todos los argentinos 31.600 millones de pesos. Ese es el precio que pagamos por semejante irresponsabilidad.
Por eso es muy bienvenido el proyecto para evitar las reelecciones indefinidas que presentó la legisladora cordobesa Soledad Carrizo en su momento. Es que en los gremios hay señores feudales, burócratas que se eternizaron en el sillón y se hicieron millonarios mientras sus representados eran cada vez más pobres.
Está lleno de jerarcas sindicales que aplaudieron la flexibilización laboral y liberal de Carlos Menem y el populismo chavista de Cristina. Le dio lo mismo un populismo que otro. Esa cultura prepotente los llevó a hacerle 13 paros generales a Raúl Alfonsín, 8 a Fernando de la Rúa, uno por trimestre y un solo paro a la Néstor Kirchner. La universidad Austral hizo un estudio interesante donde demuestra que a los gobiernos justicialistas les hicieron el primer paro recién a los 1.100 días de gobierno. Y a los gobiernos no justicialistas a los 275 días de asumir.
A las administraciones peronistas les hicieron una huelga cada 744 días y a los no peronistas un paro cada 168 días. Está muy claro. Son tolerantes con sus pares e intolerantes con sus adversarios. A los enemigos, ni justicia.
Castigaron a Macri con una huelga general que les suma desprestigio a los sindicalistas que hace tiempo ocupan el podio de los sectores más rechazados de la sociedad. Y los motivos están a la vista. Hace un tiempo, Macri dijo que entre los gremios había mafias. Y no se equivocó.
Esto no lo digo contra todos los dirigentes ni en contra de las medidas de fuerza. Las protestas son constitucionales, están dentro de la ley y nadie puede negar ese derecho. Sobre todo porque hay motivos de una economía que no puede domesticar ni la inflación ni el dólar y que produjo caída de la actividad, el consumo y los puestos de trabajo y aumento de la pobreza. Eso es innegable.
Pero hay varios mecanismos de protesta sin llegar al extremo del paro general. Y este gobierno les abre las puertas del diálogo en mesas donde hay consensos y disensos. Ese es el camino. Buscar salidas conjuntas entre el estado, los gremios y los empresarios para generar más y mejores puestos de trabajo, salarios más altos y en blanco y multiplicar la producción y la competitividad.
En el gobierno lo ven como una clara maniobra electoral que es funcional al caos que Cristina quiere instalar para debilitar al gobierno de Macri y apostar a su derrocamiento.
Fue un paro mal parido porque más allá de la capacidad y la gimnasia de movilización permanente que tienen los que cortan los accesos, a la hora de la verdad, en las urnas, son marginados por millones y millones de ciudadanos que hace décadas que no lo votan más allá de un 3%.
¿Qué modelo económico proponen Hugo Yasky y Micheli, por ejemplo? ¿El de Santa Cruz o el de Venezuela? La inmensa mayoría de la sociedad quiere que la dejen trabajar y vivir en paz.
Todos los problemas sociales y laborales que existían empeoraron producto del paro. No necesitamos más paros. Necesitamos partos. Entre todos tenemos que dar a luz para siempre el país de trabajo, justicia y libertad que tanto necesitamos. Sin corruptos ni golpistas.